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Goya en la guerra

El Prado inaugura una exposición que descubre al pintor preocupado por la naturaleza humana, con la Guerra de la Independencia española de fondo

PEIO H. RIAÑO

 

 

De las cuatro grandes exposiciones que el Museo del Prado ha dedicado a la obra de Francisco de Goya (Fuendetodos, Zaragoza, 1746 - Burdeos, Francia, 1828), ésta que inauguró la pinacoteca el  15 de abril se queda con el pensamiento y el sentimiento del pintor. Ya no está la ilustración ni el contexto en primer lugar. Es curioso porque, a pesar de lo que pueda parecer, la Guerra de la Independencia es un fondo sobre el que la comisaria de la muestra, Manuela Mena, ha estampado un recorrido muy didáctico por la forma de vivir la pintura y pensar el ser humano de Goya. Luego, claro, están los dos magníficos reclamos imprescindibles con los que la exposición llega a cualquier parte: los lienzos recién limpiados y restaurados del 2 y 3 de mayo de 1808 en Madrid.

Pero lo espectacular en Goya es lo más íntimo. De las casi 200 obras del artista que el Museo del Prado cuelga en sus paredes, destaca la relación que se enseña por primera vez del Goya más público y del Goya más personal: el de los grandes retratos por encargo, y el de los mínimos bocetos y aguafuertes. En unos, épico y enfático; en otros, crudo y desnudo.

Goya en tiempos de guerra conmemora el bicentenario del inicio de la Guerra de la Independencia española (1808) y lo que nunca sabremos es si al pintor le habría gustado celebrar un asunto tan miserable, que le colocó entre la barbarie y la corte una y otra vez. 'Siempre fue coherente, a pesar de trabajar en uno y otro lado', nos cuenta José Manuel Matilla, jefe del Departamento de dibujos y estampas del museo.

Según el miembro del comité científico de la exposición, el pintor supo llevar a buen puerto la relación entre lo que le daba de comer y lo que le alimentaba. Así se muestra en la exposición, con una atrevida narración que combina papel con óleo, lo colorido y lo sobrio. Junto a los grandes retratos, como el de Fernando VII, a caballo o el de Don Pantaleón Pérez de Nenín, están las fatales consecuencias de la angrienta guerra.

Fue después de la grave enfermedad que casi le lleva a la muerte y que le dejó sordo, en 1794, cuando Goya empezó a independizar los dos mundos, el de la clientela cortesana y real ('A cuyo servicio el capricho y la invención no tienen ensanche', en palabras del pintor) y el del dolor de la realidad. Es el momento elegido para arrancar el recorrido, en el que prima lo absolutamente teatral.

La propia Manuela Mena derrumba, en este sentido, uno de los mitos que han ido creciendo tras el pintor: 'Alguien con esa capacidad de trabajo no puede estar loco. Su locura no está dentro de él, sino fuera', se refiere a la brutalidad de la guerra, por supuesto. Rompe también con otros tópicos injustificados: Goya no era un burgués al margen de la realidad.

La comisaria no se anda por las ramas para desentrañar la personalidad del pintor y acude a ejemplos claros y contundentes; 'Goya es tan importante como Einstein, sólo que él capta la esencia del ser humano y no la de la galaxia'. Ahí es nada. También: 'Goya es como Miguel Ángel, porque desconocemos todo el trabajo que hay detrás de esa supuesta espontaneidad. Creemos que no hay trabajo detrás de esa aparente sencillez'. De Miguel Ángel, no se conservan bocetos porque los quemó todos antes de morir, pero a Goya sí que se le puede seguir la pista con hojas sueltas y esbozos en los ejemplares encuadernados de los Caprichos, Desastres de la guerra, Tauromaquia y Disparates, que aparecen expuestos.

Arte para divertir o arte para remover. Será una de las pocas veces que saldremos del Museo del Prado con mal cuerpo y la conciencia revirada. 'No es una exposición para pasar un buen rato, es una revisión sobre la violencia y su actualidad', apunta y avisa Matilla. No es el único que piensa que Goya es capaz de quitar el sueño. Dramaturgos contemporáneos, como Rodrigo García, mostraron hace algunos años en uno de sus montajes que si tenemos que perder la tranquilidad, que no sea por la amenaza de presidentes fanáticos y megalómanos, sino por lo que vio Goya.

Por eso ésta es una exposición propia para el conocimiento de Goya y de nosotros mismos. Porque, ahora que se habla mucho y muy fácil de Goya como el primer fotoperiodista de la Historia, aparece este montaje para presentar a un pintor comprometido con la compleja realidad y la cara más oscura del ser humano. 'Goya no critica, como tampoco copa de forma servil la realidad', explica Manuela Mena para aclarar que, a pesar de quedar atrapado en un mundo bárbaro, no cae en la moralina, ni en la fábula, ni en la descripción sin más.

ambiciones
Entre 1795 y 1819, la vida y arte de Goya evolucionaron desde su ambición cortesana -satisfecha plenamente con su nombramiento de Primer Pintor de Cámara en octubre de 1799- como servidor máximo de la realeza y la aristocracia, hasta la libertad e independencia. Se interesó en esos años en el estudio de la naturaleza humana y sus conflictos. A pesar de ello, los nuevos burgueses quieren que su imagen sea famosa y sea eterna, para lo que acuden a Goya. Él está ahí para dárselo.

sencillo
Manuela Mena, comisaria de la exposición, reconoce que a pesar de su sencillez siempre estuvo atento de los adelantos e innovaciones de su tiempo. De ahí que adquiriese un carro en cuanto pudo. Pero los bienes y las prevendas no le apartaron de sus amigos. Según cuenta Mena, Francisco Goya fue muy amigo de sus amigos hasta el último momento. Tampoco dejó nunca de comer bien porque fue uno los placeres con los que más disfrutó.

aprendizaje
No tuvo academia ni universidad, al contrario que muchos de sus contemporáneos. De hecho, nunca pudo evitar cometer grandes faltas ortográficas. Sin embargo, cubrió su falta de formación con humildad y una fuerte personalidad que le ayudó a aventurarse y a escuchar mucho. 'Debió ser un gran escuchador', apunta Mena, que se lo imagina en las tertulias aprendiendo de los más instruidos. Quizá esa actitud le hiciese aparecer en cualquier parte como una persona que siempre supo saber estar en todas partes.

moderno
Vestía siempre bien. Fue uno de los grandes presumidos de la historia de la pintura universal. Nunca apareció en los retratos que protagonizó como un pintor manchado por sus herramientas, precisa Mena. Tan sólo un pequeño detalle que le señala como el pintor español que inauguró la modernidad gracias a su conciencia de artista, que ha llegado hasta nuestros días. 

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