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"Retrato con los oídos más que con los ojos"

Daniel Mordzinski inmortalizó a Borges a los 18 años y hoy es el retratista por el que pasan los grandes autores de la literatura universal 

ISABEL REPISO

El fotógrafo Daniel Mordzinski (Buenos Aires, 1960) trabaja con sigilo, como un cazador de mariposas. A su red se abandonan literatos y amigos con los que ha compartido experiencias durante los últimos 30 años. La exposición Fotógrafo entre escritores, en la Casa de América (Madrid) muestra su obra y la complicidad que hila con quien enseña su objetivo.  


Muchos de los retratados aparecen junto al mar, un café, un libro. Parece que fueran seres cotidianos…
Lo son.


Pero hay otros que se ofrecen con un atisbo de teatralidad, como Vargas Llosa o el propio Borges.
No hay fórmulas mágicas ni una receta absoluta. Lo maravilloso en el retrato, como en la escritura, es que comienzas con una página en blanco y poco a poco vas formando un territorio, un paisaje habitado por rostros, pero detrás de cada rostro hay mujeres y hombres. Poetas, narradores, ensayistas que han contribuido a hacer de nosotros quienes somos de verdad, a través de lo que escriben. Y los veo y los siento como personitas, mariposas, seres frágiles y efímeros. No me parece interesante retratarlos escribiendo, junto a sus bibliotecas…


¿Dónde queda la improvisación?
¡Ah! Es enorme. Creo que es la técnica fundamental en todo lo que hacemos.


¿Se ha dado un punto en su carrera en el que no ha acudido a los escritores sino ellos a usted?
Me gustaría pensar que sí, pero no. A mí me hacen falta mis amigos escritores y tal vez ellos necesiten de su amigo el fotógrafo. Nos gusta compartir libros, viajes. Me siento un tipo afortunado y parte de mi suerte son los amigos escritores que tengo.  


En el catálogo habla de complicidad con los retratados. ¿Es un ingrediente 'sine qua non'?
Sí. Para mí la complicidad es signo de respeto. A veces pido hacer cosas que en otro contexto podrían caer en lo ridículo, si ellos no confiasen en mí y no tuviesen esa complicidad, no me permitirían hacerlo.


Ángel González, Azcona, Bolaño… hay fotografiados que ya no están. ¿Qué valor cobran esas fotos?
Están. Para mí una cosa importante es no olvidar que esta muestra es incompleta e imperfecta. Son muchos más los autores que no he retratado que los he fotografiado.


La fotografía que retrata a Marifé Santiago Bolaños evoca un texto suyo que hace alusión a la anulación del escritor cuando es abandonado por la fuerza de la que es mediador. ¿Ese miedo le afecta?
Todo el tiempo. Cada encuentro es un viaje a lo desconocido. Es lo que nos mantiene vivos. Creo que la página en blanco es una imagen pertinente: depende de nosotros.


Algunos autores que ha retratado ahora tienen un prestigio avalado por los premios. Juan Gelman es uno de ellos. ¿La fuerza de una foto cambia con el tiempo?
No. Mi primer retrato fue a Borges, en 1978, a mis 18 años. Durante mucho tiempo estuve convencido de que era una mala fotografía y no la mostraba. 20 años después, me invitaron a hacer una exposición en Madrid y la organizadora me sugirió que buscara material nuevo en mis cajones. Lo que fue maravilloso es que por los mismos motivos que 20 años antes la foto de Borges no me gustaba, ahora me llamaba la atención, me interpelaba. Hace dos décadas esa mano que interrumpía en el cuadro me parecía un error y ahora pienso que es lo bueno. Las fotos no cambian. Cambiamos nosotros.   


El tiempo ha ido moldeando su obra hasta llegar a esta exposición, pero inicialmente el objetivo era otro...
Lo que tiene de maravillosa la vida es que a veces nos da más sorpresas que la propia ficción. ¿Quién hubiera pensado que la foto de Borges sería la primera de una gran colección? Yo creo en la causalidad y que contribuimos con lo que hacemos a lo que nos sucede después. No sé cuántos escritores he retratado y tampoco quiero saberlo porque me resisto a reducirlo a una cifra. En esta búsqueda personal el hecho de que no haya lucro es maravilloso, es un espacio de libertad. Puedo pasarme un día entero con un escritor y no hacerle ni una sola foto. No necesito resultados. Hago más la foto con los oídos que con los ojos. Puedo escuchar a una persona durante horas sin llevar la cámara a sus ojos. Es lo que me pasó con Paul Auster, a quien el primer día no hice ni una sola foto y al segundo día, salió sola.

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