Público
Público

Un personaje polémico, fruto de la complejidad latinoamericana

MARCO SCHWARTZ

Ocho meses después del célebre “¡Por qué no te callas!”, Hugo Chávez vuelve a verse con el rey y Zapatero. La visita debería desembocar en la plena normalización de las relaciones, mal que les pese a amplios sectores intelectuales y mediáticos españoles, que, por sincera convicción ideológica o por intereses económicos inconfesables, exhiben una animadversión implacable hacia el mandatario venezolano.

Chávez es un personaje polémico, incómodo y, en ocasiones, merecedor de críticas por sus excesos. Sin embargo, con frecuencia se le colocan etiquetas denigrantes por hacer o decir cosas aceptables en líderes afines a los grandes centros de poder. Así, lo tacharon de dictador cuando promovió un cambio de la Constitución para eliminar las limitaciones a los mandatos presidenciales. No logró su objetivo, al perder el referéndum pertinente. Al colombiano Álvaro Uribe nadie lo llamó dictador cuando sus parlamentarios afines consiguieron, con ayuda de sobornos y coacciones, reformar la Constitución de su país para mantenerlo en el cargo.

Chávez es un carácter complejo, fruto de la propia complejidad latinoamericana. El Nobel de economía Joseph Stiglitz ha elogiado su política económica y social. A su juicio, es el mandatario que mejor ha invertido los ingresos petrolíferos en beneficio de la sociedad. Ello es especialmente cierto si se le compara con la inmensa mayoría de sus antecesores en el palacio de Miraflores, que encabezaron infames cleptocracias.

Puede no gustarnos el lenguaje incendiario de Chávez contra EEUU o contra el neoliberalismo. Pueden no gustarnos sus aspavientos públicos con el iraní Ahmadineyad. Sin embargo, y a menos que se demuestre lo contrario, es un líder legítimo, y como tal debe ser tratado, salvo que incurra en un futuro en derivas intolerables para una mente civilizada.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?

Más noticias