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Obama en versión española

España dará un salto histórico cuando tenga un presidente de raíz inmigrante, que ya son el 11,3% de la población

GONZALO LÓPEZ ALBA

Ahora que la obamanía se extiende por todos los rincones del mundo como prédica de un nuevo evangelio de esperanza y en todos los países prolifera la búsqueda de semejanzas entre Barack Obama y sus profetas locales, no resulta estrambótico pensar que el cambio histórico que ha representado en EEUU la elección del candidato demócrata por el solo hecho de ser de raza negra -su padre era kenyano, aunque su madre fuera una nativa estadounidense blanca- tendrá en España un símbolo asimilable cuando sea elegido presidente un español descendiente de inmigrantes.

Los negros son el 12,5% de la población de EEUU y el número de extranjeros residentes en España alcanza ya el 11,3%. Más de tres millones proceden de los extramuros de la Unión Europea y, entre estos, los más numerosos son los marroquíes (644.688). Si a este dato numérico se añade que España es el torno entre Europa y África, el elegido habría de tener preferiblemente sus raíces en el Magreb, aunque sólo pensarlo haga temer la resurrección de Torquemada.

Si se mira a los de origen europeo, el colectivo más numeroso -728.967- son los rumanos, con los que se establecería un hermanamiento de reciprocidad ya que, entre 1989 y 1991, su país fue gobernado por un descendiente de españoles, Petre Roman. Y si se consideran los múltiples vínculos que nos unen con Iberoamérica -la lengua y el acento con que se habla es el primer factor de integración- parten con ventaja estadística los que tienen su tronco genealógico en Ecuador (420.110).

Que el fenómeno de la inmigración en España es novísimo, mientras que los primeros antepasados de Obama desembarcaron en la entonces colonia británica de Virginia en 1619, es tan evidente que resulta superfluo recordarlo. No se trata de establecer un paralelismo, sino de buscar una equivalencia simbólica.

En un país con la tradición que tiene España de aplicar a palo y tente tieso la inquisición de la pureza de sangre, y donde todavía la primera reacción en amplias capas sociales ante una peste como el paro es culpar a los inmigrantes, los españoles daremos un salto histórico equiparable al que han dado los estadounidenses cuando se produzca una elección de las características esbozadas, que será ejemplarizante de la capacidad de arrumbar las alambradas del territorio y la religión, las que más jirones han arrancado en la historia de la Humanidad.

Será la prueba de que hemos logrado, como ellos, dotarnos de elementos aglutinadores de un patriotismo que una en vez de dividir, sin necesidad de apelar al atávico '¡Que vienen los bárbaros!'.

Lo que hace pueblo es el sentimiento colectivo. Como ha dicho Obama: 'Nuestras historias son individuales, pero compartimos un mismo destino' porque 'ascendemos o caemos como una única nación, como un único pueblo'.

El melting pot norteamericano no es perfecto, como recuerdan sus lacerantes guetos, pero una vez más ha demostrado el poder creativo y regenerador de la integración, a prueba de todos los estereotipos antiyanquis. No sólo es Obama.

Es que un natural de Austria gobierna su Estado más grande -Arnold Schwarzeneger en California-, un español de Sevilla ha dirigido el Sistema de Hospitales Públicos de Nueva York -Luis Rojas Marcos- y otro de Barcelona fue decano de la Escuela de Diseño de la Universidad Harvard -Josep Lluís Sert-, por no hablar de que la mayoría de sus premios Nobel son originarios de otros países. Y aquí todavía es noticia de portada que el hijo de un serbio y una española, nacido en Lleida, juegue en la selección de fútbol -Bojan Krkic-.

Hasta la fecha, la presencia política de los inmigrantes en España encuentra su techo en las instituciones autonómicas y en las estructuras orgánicas de los partidos.

No están en el Congreso de los Diputados, ni en el Senado, ni tampoco en responsabilidades que desborden el ámbito de la inmigración, de modo que son reclutados más como expertos con potencial de reclamo publicitario que como unos más de entre los mejores ciudadanos para gobernar el común.

El PSOE ha sido el primer partido en incorporar a su Ejecutiva federal a una inmigrante, la dominicana Bernarda Jiménez como secretaria de Integración y Convivencia, y de la que nunca más se ha sabido desde que fue uno de los señuelos publicitarios del 37 Congreso.

Omar Eke, un negro procedente de la pequeña república africana de Benin, que había venido a España para cursar estudios universitarios, abrió la puerta de las instituciones cuando, en 2001, fue nombrado director de Inmigración del Gobierno de Euskadi.

Después asumieron el mismo cometido el peruano Roberto Marro, también en Euskadi, y el colombiano Gabriel Fernández Rojas, en Madrid.

Pero ningún inmigrante ha logrado aún dar el salto a un cargo público que trascienda el fenómeno del que participa su propia peripecia personal, lo que viene a ser como restringir al Ministerio de Igualdad las posibilidades de hacer carrera política de una mujer.

Para ver la caída de ese muro, habrá que esperar seguramente varias generaciones, a los nietos más que a los hijos de nuestros primeros inmigrantes.

La dirección del PSOE anticipa como 'más que probable' que en las próximas elecciones legislativas de 2012 llegue al Congreso de los Diputados algún inmigrante.

Pero el retraso que nos mantiene a años luz de EEUU no es sólo cuestión de origen, raza o religión, sino de integración nacional: de sentimiento colectivo.

Los pocos inmigrantes que han logrado acceder a cargos políticos lo han hecho por el sistema de cooptación, pero es que José Montilla -un catalán de Córdoba- no sería presidente de Catalunya por elección directa.

En 1982, España superó la asignatura pendiente de elegir a un presidente sureño, un andaluz. De momento, seguimos engolfados en conjeturas sobre las opciones presidenciales de una mujer polaca, la ministra Carme Chacón.

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