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Las bombas perdidas de la Guerra Fría

Entre 1958 y 1968, bombarderos de EEUU vigilaron los cielos para hacer frente a la amenaza soviética // Los aviones ‘perdieron’ 12 bombas cuya situación e impacto en el entorno se desconocen

NUÑO DOMÍNGUEZ

Durante la Guerra Fría, el Ejército de Estados Unidos sufrió decenas de accidentes a raíz de los cuales 11 bombas atómicas continúan en paradero desconocido. Según datos que hasta ahora habían sido secretos, hay que sumar una más a la lista.

Hace 40 años, un bombarderoB-52 cargado con cuatro bombas nucleares se estrelló cerca de la base militar de Thule, al noroeste de Groenlandia. Según la versión oficial, las cuatro cabezas nucleares fueron destruidas en la explosión.

El Ejército organizó un operativo que recogió más de 200.000 metros cúbicos de nieve, hielo y agua, posiblemente contaminados con material radiactivo.

Pero, según documentos desclasificados obtenidos por la BBC, una de las cabezas nucleares habría atravesado el hielo y fue a parar al fondo del mar, en donde permanece a día de hoy. “Aún existen muchos secretos nucleares de los que no sabemos nada”, señala Stephen Schwartz, experto en proliferación nuclear y autor de Atomic Audit, un libro sobre el programa nuclear estadounidense.

Durante años, expertos opuestos a la proliferación nuclear como Schwartz han recopilado los datos que el Pentágono y otras fuentes oficiales han ido desvelando con cuentagotas, para elaborar la lista con las 11 –o, ahora, tal vez 12– bombas perdidas.

Por ahora, la bomba número 12 aún no ha sido aceptada oficialmente. Un portavoz de la Fuerza Aérea estadounidense negó conocer los documentos obtenidos por la BBC y reafirmó la versión oficial del accidente. El portavoz tampoco quiso hacer comentarios sobre otros incidentes similares, conocidos en la jerga militar como broken arrow (flecha rota).

Todo comenzó tras la II Guerra Mundial, cuando el miedo a un ataque nuclear soviético llevó a EEUU a acumular un arsenal atómico sin precedentes. De 1958 a 1968, aviones estadounidenses armados con bombas atómicas permanecían en vuelo día y noche para responder a cualquier ofensiva de Moscú.

El famoso incidente de Palomares (Almería) en 1966, en el que un B-52 con cuatro bombas atómicas se estrelló en suelo español, fue el primer aviso del enorme riesgo de estas operaciones. Con la ayuda del régimen franquista, EEUU maquilló el escalofriante accidente y lo convirtió en una muestra de poder.

Pero todo cambió en 1968, cuando el accidente de Thule no pudo mantenerse en secreto y generó una ola de manifestaciones en Dinamarca. “Unos días después, la Administración Johnson prohibió los vuelos atómicos”, recuerda Schwartz.

Seis proyectiles en EEUU

A esas alturas, la orgía atómica ya había dejado una huella imborrable a lo largo y ancho del planeta. En menos de cinco años, EEUU perdió seis proyectiles nucleares en su territorio. Otros cinco artefactos se extraviaron en lugares desconocidos del Océano Pacífico, el Atlántico y el mar Mediterráneo.

En algunos casos, las bombas perdidas no contenían carga nuclear; en otros, estaban completas y listas para ser detonadas. Aún hoy, muchos detalles sobre el contenido radiactivo de las bombas o sus restos sigue bajo secreto. “Es probable que en el futuro sepamos que algunos de estos accidentes fueron más peligrosos de lo que se pensaba”, opina Jaya Tiwari, que participó en un estudio sobre accidentes nucleares realizado por el Center for Defense Information, un think tank de Washington.

Los detalles de algunos accidentes no tienen desperdicio. En 1965, el portaaviones estadounidenseTiconderoga surcaba el Océano Pacífico cuando uno de sus aviones cayó al mar, con piloto y bomba atómica incluidos. El avión y su carga desaparecieron para siempre y el accidente se mantuvo en secreto.

Casi 25 años después, el Pentágono reconoció que el accidente se produjo cerca de Japón. La confesión tensó al máximo las relaciones entre EEUU y el país nipón, cuya ley prohíbe la introducción de armamento nuclear en su territorio. También se supo que el Ticonderoga regresaba de Vietnam cuando sufrió el accidente, lo que probó que EEUU movilizó material nuclear durante el largo conflicto contra el Vietcong.

En otras ocasiones, el misterio es total. En 1956, un bombardero B-47 cargado con dos bombas atómicas se esfumó para siempre mientras sobrevolaba el mar Mediterráneo. Aún hoy se ignora qué sucedió con la tripulación y su carga mortal. En EEUU, otras bombas atómicas se perdieron en Carolina del Norte y Georgia así como en la costa de New Jersey y el Estado de Washington.

Más de 40 años después, otro misterio sin resolver es el impacto medioambiental de estas bombas perdidas. La ausencia de datos fiables sobre su situación y el estado en el que se encuentran hace imposible conocer sus efectos. Muchos expertos argumentan que el riesgo que suponen estas bombas es mínimo. Otros no esconden su preocupación.

Cantidades “insignificantes”

“El nivel de radiación proveniente de estas bombas es indetectable”, señala Ken Groves, un experto en armas nucleares de la Health Physics Society que sirvió en la Marina durante 26 años. Groves señala que las bombas fueron diseñadas para resistir condiciones extremas, por lo que sólo dejarían escapar cantidades “insignificantes” de uranio y plutonio.

Otros expertos observan muchos más riesgos. “Estamos hablando de las sustancias más mortíferas del planeta,” advierte Joseph Mangano, director ejecutivo del Proyecto sobre Radiación y Salud Pública (RPHP, en sus siglas en inglés). Mangano, que estudia los efectos de la radiación en la salud, recuerda que, según los cálculos más conservadores, el uranio y el plutonio que contienen algunas bombas seguirán activos miles de años. Estos materiales pueden causar daños irreversibles en la fauna y flora marina.

Aunque su efecto exacto aún es una incógnita, debido a la escasez de estudios, otra posibilidad es que las sustancias radiactivas alcancen a los humanos a través de la cadena alimentaria. “Los riesgos hipotéticos para la salud son muy preocupantes”, resume Mangano.

En algunos casos, el Ejército ha argumentado que sacar las bombas del fondo marino es más peligroso que dejarlas tal y como están. Sin embargo, otros expertos en seguridad advierten de que las bombas sin dueño son un reclamo para grupos terroristas que podrían usar el material radiactivo en atentados.

La opinión pública estadounidense vive ajena al problema. Tras la disolución del bloque soviético, el terror colectivo ante un apocalipsis nuclear se disipó y la mayoría de los ciudadanos se olvidó del problema de golpe, según señala Jaya Tiwari.

El presidente electo estadounidense, Barack Obama, que se ha mostrado reacio a usar armas nucleares, podría rescatar las bombas perdidas del olvido, según opina Arjun Makhijani, un experto en física nuclear que ha sido asesor de la ONU. “Deberíamos debatir seriamente qué hacer con estas bombas. Este no es un problema trivial”, concluye el experto.

 

10 de marzo de 1956

Un bombardero B-47, con dos cargas nucleares a bordo, desaparece en algún lugar del mar Mediterráneo. A pesar de la intensa búsqueda, nunca se hallan el avión, ni tampoco su tripulación ni su carga.

28 de julio de 1957

A raíz de una avería en dos motores, el piloto de un avión C-124 deja caer dos bombas nucleares en la costa de New Jersey. El avión pudo aterrizar a salvo en Atlantic City pero las bombas nunca se encontraron.

5 de febrero de 1958

Un B-47 con una bomba atómica choca con un caza en pleno vuelo. El bombardero deja caer el proyectil, que cae al mar cerca de Savannah (Georgia), con más de 100.000 habitantes. Nunca pudo ser encontrada. 

25 de septiembre de 1959

Debido a una avería, un hidroavión P-5M deja caer una carga de profundidad sin cabeza nuclear cerca de la isla de Whidbey, en el Estado de Washington. El artefacto cayó a casi 3.000 metros de profundidad.

24 de enero de 1961

Un B-52 pierde parte de un ala en pleno vuelo. Dos bombas nucleares se precipitan al suelo. El Ejército nunca pudo encontrar los restos de la bomba, que cayó cerca de Goldsboro (30.000 habitantes). 

4 de junio de1962

Un misil con cabeza nuclear es destruido durante unas pruebas y sus restos caen al mar cerca de la isla de Johnston, en el Océano Pacífico. La isla es un territorio administrado por EEUU.

5 de diciembre de 1965

Un caza A-4E con una bomba nuclear cae al mar desde el portaviones ‘Ticonderoga’ en aguas japonesas. El incidente causa una crisis con Japón y prueba que EEUU desplazó armas nucleares durante la Guerra de Vietnam.

21 de mayo de 1968

El submarino nuclear ‘Scorpion’ desaparece a unos 600 kilómetros al suroeste de las islas Azores. La nave y los dos torpedos con cabezas nucleares que transportaba nunca aparecieron.

21 de enero de 1968: la bomba número 12, la de la discordia

En enero de 1968, un B-52 con cuatro bombas atómicas a bordo sufre un incendio en la carlinga. Los pilotos intentan un aterrizaje de emergencia en la base militar de Thule, en Groenlandia. Pero la situación se les va de las manos y el avión se estrella causando una terrible explosión que esparce el contenido radiactivo de las bombas sobre el hielo. El Ejército monta un operativo con militares y civiles para limpiar la zona del accidente. Según documentos desclasificados, sólo se encontraron restos de tres cabezas nucleares. Un submarino estuvo buscando la cuarta bomba bajo el mar pero nunca apareció. Tras conocerse los nuevos datos sobre el accidente, uno de los diputados que representa a Groenlandia en el Parlamento danés reclamó un estudio sobre la salud de los habitantes. Las dudas sobre los posibles daños del accidente no son nuevas. Durante años, algunos trabajadores que participaron en las operaciones de limpieza se quejaron de problemas de salud e incluso llevaron su caso ante tribunales europeos. 

 

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