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Milan Kundera, el defensor de la novela

Un encuentro recupera el lado ensayista del escritor de origen checo, más en forma que nunca

CARLOS PARDO

Al funeral del novelista Anatole France acudió un numeroso cortejo de lectores, entusiastas de su ironía y de una prosa que se había ganado un lugar en la historia de la novela. Un año después de muerto, ya nadie hablaba de él. ¿Se había descubierto un fraude? No, había empezado a encabezar las listas negras de la literatura, con las que los nuevos escritores hacen borrón y cuenta nueva para abrirse camino.

Lo cuenta Milan Kundera en Un encuentro, el nuevo libro de ensayos del novelista checo que la editorial Tusquets pone a la venta esta semana. Kundera (Brno, 1929) ya había tratado este tema (cómo cada época traiciona y arruiná la memoria de sus maestros) en Los testamentos traicionados, que junto a El arte de la novela y El telón, conforma una personal obra ensayística (ágil, certera y vengadora) que para muchos es superior a sus novelas.

El autor de La insoportable levedad del ser y La broma vuelve a algunas de sus obsesiones: la obra del inclasificable Rabelais, las últimas sonatas de piano de Beethoven, el cine de Fellini o la peculiaridad de la novela antillana. Y lo hace con un contagioso apetito de lectura.

Enemigo de buena parte de lo que hoy se hace pasar por literatura textos idiotizados por la obsesión de contar una idea con sentimientos políticamente correctos, Kundera defiende la radicalidad de la novela como arte que siempre está por reinventarse. Algo que viene ya de los tiempos de Rabelais, cuando la novela (libre y alérgica a lo serio) no había encontrado la forma cerrada que alcanzó en el siglo XIX.

Milan Kundera incide en el valor de la libertad creativa: el escritor no debe ser esclavo de sus prejuicios ideológicos ni formales, porque su camino (o los muchos caminos que aun le son posibles a la novela) está por recorrer.

El libro Un encuentro retoma otro tema muy kunderiano (La insoportable levedad del ser, una vez más): cómo los rumores moralizantes arruinan nuestra vida. Ya no hace falta vivir en un estado totalitario para que el vecino te delate. Ha empezado 'la época de los fiscales'.

El propio Kundera ha vivido recientemente un estrambótico proceso una acusación de colaboracionismo con los comunistas que no ha podido probarse, parecido al que sufren los artistas en las numerosas biografías fiscales que proliferan a lo largo y ancho de las librerías. Se apartan de la obra para ajustar cuentas con los biografiados: el pornógrafo Philip Larkin, el fétido Bertolt Brecht.

Para Kundera, son otros tantos ejemplos del odio al arte y a las obras por su radical independencia. 'El escritor es ante todo un hombre libre y la obligación de preservar su independencia contra toda coacción pasa por delante de cualquier otra consideración', escribe tajante.

El mayor encanto que el lector encontrará en estos textos de Kundera reside en su defensa entregada de la tradición de un arte que requiere sus cuidados: 'No abandonar los personajes en el vacío donde la voz de los antepasados ya no sería audible'.

Por ello dedica tres de los textos más largos (y emocionantes) de Un encuentro a tres atípicos amantes de una tradición, con la que estaban rompiendo o dándole una forma inédita.

El pintor Francis Bacon, expresión final de la pintura entendida como representación del hombre; el compositor checo Léos Janácek, renovador incomprendido de la música del siglo XX; y el escritor italiano Curzio Malaparte, autor de las novelas Kaputt y La piel, fragmentarias, desoladas. Todas ellas son recapituladas como las obras finales de un mundo sin arte, un mundo, dice Kundera, 'en el que el arte desaparecía porque desaparecían la necesidad del arte, la sensibilidad, el amorpor el arte'.

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