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Los veinte años más portentosos de China

Los gobernantes chinos se llenan la boca con la palabra democracia, que niegan a su pueblo

CARLOS ENRIQUE BAYO

Hace exactamente 20 años, una luna llena inmensa se alzaba ominosa cada madrugada sobre las decenas de miles de personas acampadas en la plaza Tiananmen del centro de Pekín. Todos pasábamos la noche en vela, esperando la llegada de los tanques que finalmente entraron a sangre y fuego tras el ocaso del 3 de junio. Nunca se sabrá cuántos manifestantes murieron (entre 500 y varios miles), pero todos los líderes de la revuelta prodemocrática desaparecieron o acabaron en la cárcel.

En aquellas frenéticas jornadas de la Primavera de Pekín, los huelguistas de hambre llegaron a convencerme de que Li Peng jamás se atrevería a enviar al Ejército del Pueblo contra su propia población había más de un millón de personas movilizadas en las calles de la capital, porque los chinos 'escupirían sobre su tumba durante los próximos mil años'. Eso no fue óbice para que soldados desplazados desde el Asia central cometieran la masacre, que no fue sólo ordenada por Li, sino decidida por Deng Xiaoping, según nos revelan las memorias de Zhao Ziyang (líder del PCCh destituido y arrestado por negociar con el movimiento estudiantil) hoy publicadas en Hong Kong.

«Escupirán sobre su tumba durante los próximos mil años», decían de Li Peng

Veinte años quedan aún muy lejos del milenio profetizado por mis idealistas interlocutores, pero la realidad es que parece haber transcurrido un siglo desde aquella matanza, no sólo por cómo ha cambiado China, sino sobre todo porque el PCCh está consiguiendo lo que parecía imposible en aquellos convulsos tiempos de hundimiento del bloque soviético: mantener incólume el sistema de partido único, al tiempo que se satisfacen gran parte de las aspiraciones de prosperidad y desarrollo de la sociedad. Y todo ello, ejerciendo una firme represión política, mientras los líderes del régimen se llenan la boca con la palabra democracia.

El pasado 8 de diciembre, Liu Xiaobo fue encarcelado por 'incitar a la subversión del poder del Estado', tras participar en la redacción de la Carta 08, configurada a semejanza de la Carta 77, el manifiesto antisoviético checoslovaco que elaboraron intelectuales como Vaclav Havel. Pese a las presiones y amenazas, más de 8.000 pensadores y activistas chinos han firmado esa Carta 08, que se limita a pedir la introducción de una democracia clásica en China.

Lo paradójico es que poco antes de esos hechos, el profesor de la Universidad de Pekín Yu Keping, asesor del propio presidente Hu Jintao, había publicado una obra titulada La democracia es algo bueno. Más aún, en su discurso ante el Congreso Nacional del Pueblo celebrado hace dos meses y medio, el primer ministro, Wen Jiabao, proclamó: 'Tenemos que mejorar las instituciones democráticas, enriquecer las formas de democracia y llevar a cabo elecciones democráticas'.

Los gobernantes chinos se llenan la boca de la palabra democracia, que niegan a su pueblo

Está muy claro que los gobernantes chinos pervierten el término 'democracia' cuando fingen practicarla pisoteando la libertad de expresión y negando los derechos de asociación, reunión y manifestación. Sin embargo, es innegable que han logrado controlar la situación interna mediante un pragmatismo descarnado. Entre sus reformas capitales destaca la imposición de la rotación de los cargos burocráticos para reducir la corrupción del funcionariado, una de las más importantes quejas de los estudiantes de Tiananmen. Cada año, más de 200.000 mandos gubernamentales locales se ven obligados a cambiar de puesto.

El PCCh también ha logrado profesionalizar los cuadros del partido; fomentar un debate interno sin disidencias; pulsar la opinión pública sin elecciones; atraer a intelectuales y expertos para que asesoren a los dirigentes sobre proyectos de ley reformistas; cautivar a la nueva clase media, permitiendo el enriquecimiento personal; y garantizar la ordenada transición para que una nueva generación (Xi Jinping y Li Keqiang) tome la cúpula del poder dentro de cinco años.

No, no es democracia. Pero es portentoso.

 

 

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