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La barbarie somos nosotros

PERE RUSIÑOL

Lo primero que sorprende al llegar al destartalado aeropuerto de Goma, la capital del coltán y de la muerte en la República Democrática del Congo, es el trajín de aviones pintados de blanco.

Ninguna señal externa ayuda a identificarlos, pero todo el mundo sabe qué se traen entre manos: sacan ilegalmente del país, con destino final a Occidente, la gran cantidad de minerales preciosos que alberga esta región de paisajes suizos y vida infernal: diamantes, oro, cobalto, estaño, manganeso... Y, sobre todo, coltán, imprescindible para nuestros móviles y nuestras videoconsolas.

De tanto querer a enseñar a pescar, se nos olvida muy a menudo lo esencial: que su miseria sólo se explica por los destrozos de la mano occidental. Si ésta desapareciera, nuestras cañas de pescar no les harían ninguna falta.

A los occidentales nos fascinan esas imágenes terribles de guerras tribales como las que han destrozado Congo. Pero basta con tirar un poco del hilo para descubrir —¡oh, horror!— que las guerras las hacen ellos con nuestras armas. Y que lo que se dirime al final de la cadena inextricable de señores de la guerra es la cuenta de resultados de nuestras empresas y nuestra comodidad. La barbarie somos nosotros.

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