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Brown corteja al liberal Clegg en el debate televisivo

Cameron propone restringir la entrada de extranjeros en el país

ÍÑIGO SÁENZ DE UGARTE

Los tríos en los debates no funcionan igual que las parejas. Los británicos se estrenaron anoche con los debates televisados electorales y pudieron comprobar que el liberal Nick Clegg se manejaba tan bien como los primeros espadas, el laborista Gordon Brown y el conservador David Cameron. Y con vistas a un parlamento sin mayoría absoluta, llamó la atención la cantidad de veces que Brown dijo: “Estoy de acuerdo contigo, Nick”. Había algo de romance en el ambiente con la vista puesta en los votos de los liberales demócratas en la futura legislativa.

Pero si hay que creerse la mirada y el suspiro de incredulidad que se le escapó a Clegg, es probable que los liberales no estén encantados con la idea de un matrimonio de conveniencia con Brown.

Ocurrió lo que temían los conservadores. Por momentos, parecía un dos contra uno con Cameron en el papel solitario. En general, el líder tory estuvo consistente y no cometió grandes errores. Sin embargo, dejó de escapar algunas expresiones, incluida una mueca de sorpresa, que dejaron patente su juventud. Con 43 años, no es un precisamente un chaval, pero en Gran Bretaña los primeros ministros suelen ser mayores. De hecho, si Cameron sale elegido, será el más joven de los últimos dos siglos.

Los candidatos respondían a preguntas de una audiencia seleccionada y luego se sucedían sus intervenciones. A veces se interrumpían brevemente, lo que no es habitual en estos debates tan restringidos por las normas pactadas por los partidos.

Sin embargo, las intervenciones tenían que ser demasiado breves y los candidatos se veían constantemente interrumpidos por el moderador. A veces, ni siquiera podían concluir el razonamiento.

El debate comenzó con una pregunta sobre un tema del que en general los partidos han rehuido en campaña: la inmigración. Cameron tuvo la opción de decir que “la inmigración está fuera de control”. Defendió que hay que reducir la llegada de extranjeros, una opción muy popular entre los votantes, a través de unos límites más estrictos.

Brown estuvo a la defensiva y no se atrevió a negar la premisa ni a cuestionar la demagogia con que se trata este tema en muchos periódicos. Dijo que la inmigración neta ya ha bajado en los últimos años y que lo seguirá haciendo. Hubo que esperar a que Cameron lo dijera para que la audiencia se enterara de que la economía británica también se ha beneficiado de la llegada de inmigrantes.

Las cifras oficiales dicen que ha habido un descenso de los delitos graves, pero esa no es la percepción de la opinión pública. Eso le sirvió a Cameron para apostar por el mensaje duro: “El sistema no funciona”. Pidió más policías en la calle, lo que también hizo Clegg, aunque con una receta casi milagrosa.  Aparentemente, todo se reduce a quitar “el papeleo y la burocracia” en las comisarías, y sacar a los agentes al exterior. Tampoco hay mucho más dinero para contratar a más agentes.

Gordon Brown no perdió la ocasión de advertir a la opinión el peligro de que la economía del país sufra una recaída y vuelva a la recesión. “No pongas en peligro los puestos de trabajo de la buena gente”, dijo dirigiéndose al líder conservador.

Cameron acusó a los laboristas de crear “un impuesto sobre los empleos” con el aumento de las cotizaciones a la Seguridad Social. Y reservó un momento para la propuesta de recorte fiscal de los liberales. “Me encantaría, pero no tenemos dinero suficiente para eso en estos momentos”.

Clegg tuvo una respuesta que seguro que le facilitó muchos votos. Comparó el impuesto sobre la renta que pagan los trabajadores por cuenta ajena con el impuesto a las rentas de capital, una diferencia que deja patente los privilegios que los sucesivos gobiernos han concedido a la industria financiera

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