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Nick Clegg, el liberal que no cree en Dios

La llave del Gobierno está en su mano

IÑIGO SÁENZ DE UGARTE

Si algo no ha hecho Nick Clegg en esta campaña electoral es pedir la ayuda de Dios. Básicamente, porque no cree que exista. En 2007, le preguntaron si creía en Dios y dio una respuesta rápida y sin excusas: 'No'. Poco después, hizo público un comunicado en el que decía que su mujer es católica y que sus hijos están educados como católicos. No fuera que alguien se asustara.

Su historia familiar y su trayectoria hacen de él un británico singular

Es uno de los detalles que distinguen a Clegg, de 43 años, de la mayoría de los políticos británicos. Tanto algunos rasgos de su árbol genealógico como su trayectoria personal le dan un carácter singular.

Su familia alberga más de una historia llamativa: su madre, holandesa, pasó tres años en un campo de internamiento japonés en la guerra. Su abuela materna estaba emparentada con un alto cargo de la Rusia zarista. Una tía abuela, la baronesa Moura Budberg, trabajó como espía se sospecha que fue una agente doble y se le atribuyen romances con H. G. Wells y Maxim Gorky.

Cuando nació, la familia ya había abandonado tanta aventura. Estudió en el colegio privado de Westminster y fue a Cambridge. Allí mostró interés por el teatro y llegó a compartir escenario con Helena Bonham Carter. De entonces viene su amistad con el director de cine y teatro Sam Mendes.

Los sondeos se enamoraron de él, pero las urnas lo dejaron plantado

La política venció pronto al teatro. Clegg amplió estudios en Brujas, donde conoció a su mujer, Miriam González, y se embarcó en la política europea, primero como asesor de un comisario británico y luego como funcionario dedicado a cooperación con la Europa del Este. Otro aspecto poco británico de su currículum es que habla cinco idiomas: inglés, holandés, francés, español y alemán, aunque alguno sólo lo entiende.

Tras un paso por el Parlamento Europeo, Clegg volvió a Londres en el mejor momento posible para su carrera. Los liberales buscaban un líder y apostaban por el cambio generacional. Buscaban carne fresca para un partido con muchos seguidores entre profesores y estudiantes universitarios.

Clegg ganó las primarias por una diferencia muy ajustada. Siempre se le ha considerado del sector moderado, es decir más liberal que socialdemócrata. En los Comunes, tenía el problema de todos los líderes del tercer partido. Para hacerse oír entre todo el griterío de laboristas y tories en el Question Time, se veía obligado a alzar la voz y mostrar un estilo demasiado brusco.

Todo eso cambió en la campaña. Apareció el Clegg de mensaje positivo e ilusionado, el político que se niega a que las cosas sigan siendo igual. Los sondeos se enamoraron de él, pero las urnas le dejaron plantado; incluso con menos escaños. Sin embargo, el panorama político es ahora completamente diferente y tiene ante sí lo que él llama la mejor oportunidad en una generación para cambiar el sistema político.

 

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