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¿Es que no pueden hacer nada los gobiernos?

JOSÉ LUIS DE ZÁRRAGA

La gente de izquierdas-y no sólo: también mucha gente distanciada de la política que sufre las consecuencias de la crisis- se formula la pregunta planteada en el titular. Es lógico que lo haga cuando ve a gobiernos formados por partidos de izquierdas aplicar políticas que apenas se distinguen de las que hace la derecha. Y la cuestión se agrava cuando se toma conciencia de que es el sistema económico el que determina esas políticas y el que impone su lógica, la del capitalismo financiero, sin que parezca quedar a los gobiernos margen real para políticas distintas.

Lo que pueden hacer los gobiernos está muy relacionado con lo que hagan los ciudadanos. Pero hay que diferenciar entre los objetivos y los límites de las movilizaciones de los ciudadanos -capaces de bloquear medidas, forzar actuaciones y, en último término, derribar gobiernos y sustituirlos por otros- y lo que pueden hacer los gobiernos. La cuestión que se plantea ahora es qué pueden hacer estos, porque parece como si no pudieran hacer nada para torcer el curso de unos acontecimientos que se ven marcados, paso a paso, por los intereses de las clases dominantes.

Lo que no pueden hacer ya lo sabemos, aunque conviene recordarlo para no esperar que el olmo dé peras. Los gobiernos no pueden cambiar el sistema; no pueden evitar que la clase dominante siga imponiendo en última instancia su dominio, porque no pueden privarla de su poder, enraizado en la esencia misma del propio sistema.

Hay que seguir estando dentro del sistema -qué remedio queda- mientras no podamos cambiarlo, y sólo podría cambiarse desde abajo, como efecto de movimientos sociales, no de la iniciativa reformadora de los gobiernos. Pero eso no quiere decir que los gobiernos no puedan hacer nada. Hablamos, desde luego, de gobiernos de izquierdas, gobiernos de partidos que conservan -al menos en sus posiciones ideológicas- objetivos de solidaridad social y de defensa del bienestar colectivo frente al interés privado. Los gobiernos, en el marco de las democracias parlamentarias, tienen un margen de actuación -mayor o menor según la coyuntura- dentro de los límites del sistema, porque la política tiene una dinámica propia, autónoma, legitimada socialmente, y la economía, contradicciones internas, puestas de manifiesto en las crisis, que debilitan su eficacia sistémica.

Lo que pueden hacer los gobiernos ha de contemplarse en una doble perspectiva, y ello es esencial para un gobierno de izquierdas. Es la perspectiva de la política de presente y la política de futuro. La política de gobierno es siempre, ante todo, política de presente. Pero debe ser también política de futuro, o no controlará las condiciones en que tendrá que desarrollar, en el tiempo futuro, las políticas de presente.

Política de presente es sencillamente la que parte de la realidad de las cosas, de la colocación de los peones en el tablero político, de las cartas en la mano de los agentes, es decir, de lo que pueden hacer aquí y ahora, que incluye lo que no podrían hacer aunque quisieran. Es importante no equivocarse sobre los límites actuales de lo posible, porque las equivocaciones pueden ser desastrosas en sus consecuencias (sociales, políticas, económicas). Pero puede equivocarse un gobierno tanto por tratar de hacer lo que no puede hacer, como por no hacer lo que podría hacerse. Siempre hay margen para hacer las cosas de otra forma, para hacer otras cosas, aunque no lo haya para hacer cualquier cosa. La diferencia entre políticas de presente de izquierdas y de derechas está limitada por las condiciones y restricciones impuestas por la realidad. Cuando estas son estrechas, las diferencias son pequeñas. Las políticas de presente siempre parten de lo que Lenin llamaba 'el análisis concreto de la situación concreta': qué es lo que podemos hacer en estas condiciones dadas.

¿Y qué es una política de futuro? Es la política que quiere ir a posiciones futuras distintas a las presentes. Para que una política de futuro sea posible, el gobernante tiene que saber a dónde puede ir, a dónde quiere ir y cómo ir. Una política de futuro ha de partir necesariamente de un conocimiento adecuado del pasado y de su crítica, que arranca del presente al que nos ha conducido. La política de futuro tiene siempre un componente ideológico esencial: la concepción de un escenario futuro posible y la voluntad de encaminarse a él son planteamientos ideológicos, dependen de perspectivas ideológicas. En la política de futuro, los caminos de izquierda y derecha se alejan, son divergentes.

La relación entre la política de presente --indispensable, prioritaria- y la política de futuro es el problema esencial de la estrategia. ¿Cómo hacer -y en qué medida es posible- una política de futuro en las condiciones impuestas a la política de presente? Esa es la cuestión crucial.

Hoy, la política de presente de un gobierno de izquierdas, en la Europa del euro, no podría evitar la estabilidad financiera y la reducción de la deuda pública. Pero podría lograrlo con una política fiscal más progresista y con una mayor diferenciación social de las políticas de ajuste, que defendiera mejor a los débiles de los efectos de la crisis.

Una política de futuro tendría que tender a fortalecer la política frente a la economía, al Estado frente al mercado, reduciendo la dependencia de los mercados financieros, controlando los movimientos especulativos de capital y limitando el poder de las agencias de calificación. Nada de ello cambiará el sistema, ni erradicará las crisis, ni quebrará el dominio de las finanzas, pero mejorará la correlación de fuerzas en las coyunturas futuras, permitirá hacer políticas de presente más progresistas y creará condiciones en las que, quizás, en el futuro, sea posible cambiar el sistema.

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