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El riesgo de una guerra civil se acrecienta en Siria

Un nuevo Viernes de la Ira acaba con once muertos en varias ciudades

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

El peligro diáfano de una guerra civil en Siria, un país con un complejo tejido social, étnico y religioso, se palpa cada vez más. Desde marzo, la dinastía política alauí, que en las últimas cuatro décadas ha gobernado el país con mano de hierro, lucha sin éxito por imponer la calma y acabar con las numerosas protestas de cientos de miles de personas que exigen el final del régimen.

Ayer fue otra jornada de manifestaciones y concentraciones multitudinarias en varias ciudades del país contra el presidente Bashar al Asad. Los manifestantes dedicaron sus acciones a la ciudad de Homs, la tercera urbe del país, que se ha convertido en el nuevo epicentro de las revueltas y donde en los últimos cinco días han muerto al menos 37 manifestantes, según activistas pro derechos humanos. De nuevo en la jornada de ayer al menos 11 personas fallecieron en todo el país por disparos de las Fuerzas de Seguridad.

Por primera vez desde marzo, las Fuerzas de Seguridad, incluido el Ejército, se desplegaron por casi toda Damasco. Miles de soldados se apostaron en barrios enteros de la capital desde antes de que se celebrara la oración del mediodía en las mezquitas. Esta circunstancia indica que el régimen teme que se generalicen unas protestas que hasta ahora no han sido mayoritarias en Damasco, aunque, pese a ello, el viernes pasado murieron 15 personas en la capital.

Con toda seguridad, la intensidad de la revuelta aumentará en las próximas semanas, puesto que estamos en vísperas del ramadán y durante los días de agosto la inmensa mayoría de la población saldrá a las calles después de cenar, como es habitual en el mes sagrado de los musulmanes. Esto hace temer que la situación pueda deteriorarse aun más.

El incidente más preocupante de la semana que ahora termina han sido los choques sectarios entre alauíes y suníes en Homs, una ciudad de mayoría suní que cuenta con una minoría alauí de religión chií, minoría a la que pertenece el presidente Al Asad. En un país donde el sectarismo entre las diferentes corrientes religiosas es endémica, ese suceso no augura nada bueno.

Un portavoz del Departamento de Estado norteamericano dijo ayer que Al Asad está jugando con el miedo de una guerra civil, pero lo cierto es que este es un peligro latente, real y firme. Para muchos observadores, no tiene mucho sentido que Washington lo niegue, máxime teniendo en cuenta la trágica experiencia que Estados Unidos ha tenido en Irak durante los últimos años.

Mientras tanto, los carros de combate y vehículos blindados del Ejército sirio siguen en el interior de Homs, a 160 kilómetros al norte de Damasco, donde ha habido protestas prácticamente todos los días de la semana. En la noche del jueves al viernes, los militares del régimen de Al Asad mataron a cinco personas en esa ciudad.

La situación se complica cada día que pasa. En los cuatro meses que han transcurrido desde el inicio de las protestas han muerto unas 1.500 personas, según la oposición y las organizaciones de derechos humanos del país, mientras que alrededor de 15.000 sirios han sido detenidos. Aun así, el régimen por el momento no ha mostrado fisuras.

No obstante, parece difícil, si no imposible, que se pueda volver a la situación que existía antes de marzo, por lo que más pronto o más tarde tendrá que encontrarse una salida a la crisis. Una solución que ahora mismo no se vislumbra en el horizonte.

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