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Los pasillos del poder

Christophe Blain y Abel Lanzac describen la trastienda de la diplomacia en Quai d'Orsay', cómic sobre los secretos del ministerio de Asuntos Exteriores, que se ha convertido en un fenómeno en Francia.

ÁLEX VICENTE

La escena trascurre en uno de esos edificios neoclásicos del centro de París en los que reside el poder republicano. Un hombre de cabellera plateada y espaldas robustas pasa las páginas de un libro de Heráclito junto a los enormes ventanales de su despacho, entre relucientes frisos dorados y la atenta mirada de un par de máscaras africanas.

Nos encontramos en la sede del ministerio francés de Asuntos Exteriores, conocido desde hace siglos como Quai d'Orsay, en referencia a su dirección parisina, sobre uno de los más ilustres muelles del Sena.

En el pasado, hombres tan excepcionales como Alexis de Tocqueville, Jules Ferry y Pierre Mendès-France se sentaron en esa misma butaca y consiguieron dejar huella para siempre en el rumbo diplomático de su país. Unas cuantas décadas más tarde, su sucesor responde al nombre de Alexandre Taillard de Vorms, uno de esos arrogantes apellidos compuestos que figuran en los documentos de identidad de la aristocracia francesa.

Entre las virtudes de ese ministro de Exteriores no se encuentra la modestia. Su principal preocupación consiste en acceder a los anales de la historia, de la misma manera que sus ilustres predecesores. Para ello ficha a un veinteañero con facilidad para el verbo, a quien encarga la escritura de sus discursos oficiales. 'Aquí necesitamos a gente como usted', le asegura el ministro durante una entrevista de trabajo tan surrealista como exitosa. Pero lo que parecía una oportunidad de oro se acabará convirtiendo en una sucesión de jornadas laborales infinitas, marcadas por los delirios de grandeza del ministro, la incompetencia del alto funcionariado francés y las puñaladas traperas que le dispensarán sus compañeros de gabinete.

Este es el punto de partida de Quai d'Orsay, el cómic creado a cuatro manos por el dibujante Christophe Blain, uno de los prodigios del nuevo cómic francés, y por el guionista Abel Lanzac, pseudónimo bajo el que se esconde un antiguo funcionario que formó parte del gabinete Dominique de Villepin. El político conservador se convierte ahora en el alter ego evidente de ese ministro de ficción. Villepin también ocupó la sede de Exteriores entre los años 2002 y 2004, antes de convertirse en primer ministro y delfín potencial de Jacques Chirac y en el mejor enemigo del actual presidente, Nicolas Sarkozy, con quien mantiene una legendaria relación marcada por el odio en estado puro. 'Habla en nombre del pueblo, pero nunca en su vida ha viajado en clase turista', dijo una vez Sarkozy sobre su repeinado rival.

Quai d'Orsay se sitúa en los años previos a la guerra abierta entre Villepin y Sarkozy en las filas del centroderecha francés. El cómic, que Norma Cómics publica ahora en castellano, se inspira en las observaciones de Lanzac durante sus años en el ministerio de Exteriores.

El resultado se aproxima a series televisivas sobre la retaguardia del poder, como El ala oeste de la Casa Blanca o la más humorística The Thick of It, que demuestran que el auténtico comando democrático reside en las manos de un grupo muy reducido de personas, con sus aciertos y sus torpezas. Christophe Blain asegura no haberlas tomado como modelo. 'No necesitaba demasiadas referencias, teniendo como guionista a un testigo directo de los hechos reales. Casi todo lo que explicamos es cierto, o por lo menos está inspirado en la realidad', asegura Blain desde su estudio parisino, que comparte con otras figuras destacadas del noveno arte francés, como Joann Sfar y Riad Sattouf.

Blain no se dice especialmente interesado en los asuntos políticos, que hasta ahora resultaban totalmente ajenos a su producción. Fue al escuchar las historias de Lanzac durante una cena cuando le entraron ganas de contar lo que sucedía en la trastienda del poder. No para revelar secretos de estado, pero sí para colocar las relaciones diplomáticas ante la luz pública, pocos meses antes de que los cablegramas de Wikileaks las dejaran definitivamente a la intemperie.

'Teníamos la voluntad de contar lo que ocurre en ese universo tan desconocido llamado diplomacia para aportar transparencia, pero también para divertirnos con su lado más ridículo', reconoce el dibujante. 'Nos interesaba ser críticos, pero también queríamos demostrar que la diplomacia no consiste en un complot permanente. Existen intereses cínicos, aunque también otros más sinceros', añade Blain, que prefiere adoptar el registro de 'observador lúcido' que el de 'militante comprometido'.

En Quai d'Orsay, los autores describen a un político autoritario, con una preocupante tendencia a la retórica vacía e irracionalmente obsesionado por la poesía clásica y los rotuladores fluorescentes. Hastiado del poder y a la vez adicto a él, Taillard de Vorms no duda en ridiculizar a su equipo, al que somete a gritos y presiones. Aparece y desaparece a un ritmo vertiginoso, entre portazos y golpes sobre la mesa. Pero su hiperactividad es sólo aparente, puesto que nadie sepa muy bien en qué anda tan ocupado. El retrato no resulta, sin embargo, del todo desfavorecedor. A medida que avanzan las páginas, el lector le acaba encontrando un lado simpático a ese ególatra insoportable, como le debió suceder al mismo Lanzac en eso que llamamos vida real.

Taillard de Vorms, tal como el mismo Villepin, termina encumbrándose como un político con instinto, sentido del interés general y una fe ciega en la diplomacia como motor de transformación del mundo en un lugar un poco más decente. 'No se trata de una hagiografía, pero tampoco es un ataque vitriólico', opina Blain.

Aun así, el dibujante confiesa que encuentra 'acertada' la definición de Villepin que formuló en su día el malogrado Dominique Strauss-Kahn, al describirle como el artífice de una diplomacia 'con la cabellera al viento, desde lo alto de la colina'. Es decir, fogosa y romántica, así como grandilocuente en exceso y ridículamente heroica.

En un primer momento, el equipo del político reaccionó horrorizado ante la aparición de Quai d'Orsay, considerando que resultaría perjudicial para su imagen. Más tarde, reconsideraron su posición e intentaron sacar provecho a este cómic convertido en fenómeno considerable en Francia, donde ya supera los 120.000 ejemplares vendidos. Al poco de su aparición en las librerías, Villepin concedió un puñado de entrevistas para proclamar lo mucho que le había gustado el volumen. 'Me ha encantado. Es una excelente iniciación en la vida de los gabinetes ministeriales', aseguró el político. Para Villepin, el cómic contendría 'algunas de las descripciones más acertadas que jamás haya oído sobre la vida en un ministerio'.

Pese a todo, Lanzac decidió resguardarse en el anonimato para evitar posibles represalias en una carrera diplomática que, pese a las evidentes decepciones que describe este volumen, sigue desarrollando hoy en distintos lugares del planeta. Tras ser miembro integrante de todos los gabinetes ministeriales de Villepin, Lanzac fue destinado a la embajada francesa en Madrid durante cuatro años. Fue allí donde conoció a Blain, invitado por la embajada para presentar su obra en España.

Lanzac trabaja hoy en el consulado general de Nueva York, donde prepara junto al dibujante la adaptación cinematográfica de Quai d'Orsay, que debería rodarse en 2012. 'Estará dirigida por un realizador de primer orden', apunta Blain, que reconoce haber podido escoger entre ofertas igualmente suculentas.

Estas crónicas diplomáticas han regenerado el interés por la actualidad política en el cómic francés, una poderosa industria que logra colocar 40 millones de volúmenes al año, donde los asuntos de poder siempre han estado presentes, aunque descritos con brocha gorda. 'La política siempre ha estado presente en el cómic, pero a través de la caricatura y el panfleto político, alejados de un testimonio riguroso y periodístico', dice Blain. Los autores preparan un segundo volumen que se publicará en Francia a finales del otoño. Hablará de los días previos a la guerra de Irak, con el célebre discurso pronunciado por Villepin ante la ONU como telón de fondo y secundarios de lujo como George W. Bush y Colin Powell.

Respecto al ex secretario de Estado, cabe esperar que incluya una de las escenas más delirantes que se recuerdan en la historia de la diplomacia francesa. Villepin, supuesto representante de la diplomacia francesa a la vieja usanza, debatía con Colin Powell sobre los peligros de luchar en dos frentes bélicos a la vez. 'Querido Colin, las guerras son como las mujeres. No se pueden tener varias a la vez', habría dicho Villepin ante la mandíbula desencajada de su interlocutor. 'Todo el mundo sabe que, a la larga, tener mujer y amante acaba siendo imposible de controlar', le espetó el ministro francés. Visto lo visto, con muy poco poder de convicción.

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