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Llull tumba al Barça

El base, MVP del torneo, lidera al Madrid en la conquista de la Copa, 19 años después del último triunfo blanco

NOELIA ROMÁN

Sergio Llull acabó ayer con casi dos décadas de sequía blanca en la Copa. El base balear, que tenía apenas cinco años cuando el Madrid alzó su anterior trofeo copero, lideró un triunfo mayúsculo del equipo de Pablo Laso sobre el Barcelona (74-91), el bicampeón. Lo hizo en el Palau Sant Jordi, territorio hostil con casi 15.000 gargantas en contra, y ante su bestia negra de los últimos años, que aspiraba a levantar su tercera Copa consecutiva, un hecho inédito. Lo seguirá siendo porque el Madrid, dirigido por el irreverente Llull, MVP del torneo con 23 puntos y cinco asistencias, e impulsado por la fabulosa actuación de Carroll en la segunda parte (22 puntos y cuatro rebotes), le dio un repaso de los que dejan huella.

Más que por la diferencia final del marcador, por la lección de baloncesto que ofreció el Madrid, una máquina de anotar ante la probada mejor defensa de Europa. No encontró el Barça el modo de parar a los artilleros blancos, que dominaron el clásico de cabo a rabo, sin atisbo de dudas ni fisuras. Frente a la fortaleza mental del Madrid, el Barça exhibió debilidades desconocidas, en un grupo que había encadenado 12 triunfos consecutivos. No supo jugar con el viento en contra. Y ni siquiera cuando se colocó a un punto (51-52), mediado el tercer cuarto, pareció el equipo de Xavi Pascual en condiciones de voltear el duelo. Carroll, con una impecable serie desde la línea de tres (tres de tres) y un fabuloso repertorio desde el perímetro, sofocó la pequeña revolución que probó Lorbek. Poco pudo hacer el que fuera ejecutor azulgrana ante el Baskonia frente a los 22 puntos que el escolta estadounidense firmó en menos de 20 minutos.

Carroll estuvo, sencillamente, imperial. Casi a la par de Llull que, viendo cómo el Barça se descomponía sin remedio, siguió sumando de modo voraz. El Madrid, que llegaba a la final con menos desgaste físico que el Barça pero generando más dudas sobre su juego, lo hizo todo bien. Más allá del festival anotador de su primera línea, la defensa blanca rayó a gran altura. Desde el arranque del encuentro, el trabajo del Madrid sobre los hombres clave del Barça funcionó de modo más eficiente que el azulgrana. A Lorbek le costó un mundo deshacerse de la pegajosa marca de Mirotic. Llull, en cambio, hizo de su capa un sayo. No pudo con él Marcelinho y a Xavi Pascual no le quedó más remedio que recurrir a Sada para taponar esa vía de escape. Lo consiguió sólo a medias. El escolta balear había anotado diez de los primeros 18 puntos del Madrid. Una barbaridad. Y no fue la única. Ante la acreditada mejor defensa de Europa, los blancos anotaron con una facilidad pasmosa. Su alma ofensiva desarboló el espíritu defensivo del Barça durante toda la contienda.

No se encontraron cómodos los azulgrana, tampoco ofensivamente. Seco Lorbek, sólo los larguísimos brazos de N’Dong parecían capaces de alcanzar la canasta madridista (19 puntos y 11 rebotes). Xavi Pascual tuvo que recurrir a Navarro para intentar paliar la soledad anotadora del pívot senegalés. Y aun estando lejos de su mejor momento, la Bomba ofreció respuestas. Incluso la peor versión de Navarro (16 puntos) exige al rival. El escolta nunca se esconde. Busca el tiro y genera espacios. El Barça agradeció su entrada, que le permitió concluir el primer cuarto con una desventaja salvable (17-22).

Sucedió que los síntomas de debilidad azulgrana permanecieron en lo sucesivo en la misma medida que las vitalistas constantes del Madrid se prolongaron, con diferentes protagonistas. La rotación de Laso es tan amplia que, en la segunda unidad, aparecieron jugadores de la calidad de Felipe Reyes, el Chacho Rodríguez, Carroll y Velikovic. Cuando el Barça formó con Wallace, Rabaseda e Ingles al tiempo, la desventaja para los de Pascual resultó excesiva. Y más aún cuando el técnico perdió a Eidson, por un golpe fortuito que le afectó el ligamento lateral interno de la rodilla derecha.

El Madrid seguía viendo el aro gigante. Sabía lo que quería hacer y cómo tenía que hacerlo. Ni resquicio de las debilidades que había mostrado en los dos encuentros anteriores. Se las había traspasado al Barça, que no pareció preparado para afrontar un partido en esas condiciones. Como pudo, enganchado al respiradero de N’Dong y Navarro, el conjunto azulgrana atrapó la pausa encogido, con el alma en un puño (33-42).

El campeón parecía noqueado. El Sant Jordi, azulgrana y con asistencia récord en una Copa (15.128), se resistió a creer en la derrota tan prematuramente. Y apeló al espíritu de lucha que siempre ha caracterizado a los de Xavi Pascual.

Apareció, mediado el tercer cuarto (51-52), pero fue un espejismo. La demoledora serie de Carroll, un recital desde el perímetro, hundió definitivamente al Barça. Diecinueve años después, el Madrid volvió a alzar una Copa del Rey. Lo hizo en un clásico, con una lección de baloncesto y en casa del archienemigo. El triunfo, claro, le supo a gloria.







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