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El sentido común también es de izquierdas

ANTONIO AVENDAÑO

La única voz institucional con capacidad efectiva de irritar al Gobierno de España es la voz de Andalucía. La irritación proviene en primer lugar de que el discurso de investidura pronunciado por José Antonio Griñán ante la nueva Cámara autonómica no ha sido absolutamente nada de todo aquello que al Partido Popular le hubiera gustado que fuera: no ha sido utópico en términos ideológicos, ni disparatado en términos políticos, ni extravagante en términos económicos, ni temerario en términos civiles, ni escandaloso en términos de sentido común.

Ha sido únicamente un discurso de izquierdas normal. Y lo malo que tienen los discursos normales de izquierdas es que hacen que los discursos normales de derechas parezcan anormales.

Aun así, Griñán ha exhibido en su intervención una buena música, pero sigue sin mostrarnos la letra. Tras su discurso conocemos el titular, pero no el texto; conocemos la letra grande del contrato con la ciudadanía, pero no la letra pequeña, y ya estamos lo bastante resabiados a estas alturas para saber que lo interesante está siempre en la letra pequeña, que es esa letra de los contratos de la que uno suele enterarse cuando ya es demasiado tarde. Gobernar desde la izquierda consiste precisamente en contarle a la gente desde el primer momento la letra pequeña del contrato.

Y la letra pequeña de esta primera legislatura andaluza gobernada por toda la izquierda y no sólo por una parte de ella consistirá, por ejemplo, en saber cómo quedan distribuidos en las diferentes partidas de gasto esos casi 2.700 millones de euros que, por imposición del eje BERLÍN-Madrid-BRUSELAS,  el nuevo Gobierno andaluz tendrá que recortar en los chiripitifláuticos presupuestos de 2012 con que se presentó a las elecciones del 25 de marzo.

Naturalmente, todo el empeño del Gobierno de Madrid y del propio Partido Popular será justamente el contrario: conseguir que Andalucía muera en el intento de demostrar que lo que Mariano Rajoy llama puro y simple sentido común es en realidad pura y simple ideología de derechas. O dicho de otra forma: que hay un sentido común de derechas, pero también un sentido común de izquierdas.

El discurso de Griñán no ha sido en el fondo más que eso: el noble intento de demostrar que la izquierda también tiene sentido común y que su sentido común no coincide con el sentido común de la derecha, sino que coincide más bien con el de la gente común a la que, pese a todas las perrerías que le han hecho y le quieren seguir haciendo, todavía le queda algo de sentido en la maldita sesera.

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