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¿Merecía tanto la pena? Sobre las consecuencias políticas del Movimiento 15-M

KERMAN CALVO

La pregunta casi obligada tras un año de recorrido de la #Spanishrevolution es casi evidente: ¿En qué medida ha sido el Movimiento 15-M capaz de contribuir a la resolución de las deficiencias del sistema político? ¿Cuáles han sido las consecuencias políticas de este movimiento social? Empecemos por recordar que tres fueron desde el principio los grandes caballos de batalla del Movimiento 15-M: en primer lugar, una reforma de calado de la ley electoral que aumentara la proporcionalidad del sistema; en segundo lugar, el desarrollo de mecanismos de participación democrática que permitieran a los ciudadanos ejercer mayores niveles de control sobre los gobernantes; por último, un compromiso decidido en la lucha contra la corrupción y a favor de la transparencia. Las diferentes asambleas que constituyeron este movimiento social en todo el país (se organizaron más de 70 a partir del 16 de mayo de 2011) prestaron mucha atención también a la cuestión de la separación efectiva entre los poderes públicos y las relaciones entre los poderes políticos y económicos.

El impacto político de cualquier movimiento social se ha de analizar desde tres perspectivas diferentes. En primer lugar, está la cuestión del discurso político. En este terreno, y tras unos momentos de incertidumbre, se produjeron acercamientos retóricos por parte de IU y el PSOE, particularmente en relación con la cuestión de la ‘dación en pago', el empleo juvenil o la reforma de la ley electoral. No obstante, la derrota electoral del PSOE en las últimas elecciones generales y el contexto general de crisis económica han acabado por diluir el compromiso discursivo de los grandes partidos de izquierda españoles con el Movimiento 15-M.

'La crisis y la derrota del PSOE han diluido el compromiso de la izquierda con el 15-M'

En segundo lugar, está la dimensión del cambio efectivo de leyes y políticas públicas. En este terreno se pueden vincular algunas decisiones del actual Gobierno de la nación en relación con la ‘dación en pago', los desahucios y la transparencia, con la presencia pública ejercida por el Movimiento 15-M. Cabría aquí recordar la vinculación de muchos participantes en las asambleas del 15-M con los sabotajes ciudadanos a las órdenes de desahucio vinculadas a los impagos hipotecarios. No obstante, lejos quedan aún medidas de mayor calado relativas, por ejemplo, a una reforma en profundidad de la ley electoral o la limitación del margen de maniobra de bancos o instituciones financieras de todo tipo.

El tercer plano en el que se ha de medir el impacto político del 15-M es el electoral. Muchas voces han asumido, de manera un tanto precipitada, que las personas que simpatizan con el movimiento 15-M son apolíticas y que, por lo tanto, este movimiento social se ha convertido en una nueva fuente de abstencionismo. Pero nada permite sostener tal cosa: mis propios datos sobre los participantes en el Movimiento 15-M dibujan un perfil con una alta y bien definida conciencia política (de izquierdas).

No obstante, esta concienciación política no ha encontrado un único cauce para su expresión. En unos casos se ha recurrido al voto en blanco, tal y como ha detectado el sociólogo Manuel Jiménez en el contexto de las elecciones municipales de 2011. En otros casos se ha optado por apoyar a partidos políticos minoritarios. Si algo está claro, sin embargo, es que el balance de fuerzas entre el PSOE y el PP no se ha visto afectado por la existencia del Movimiento 15-M.

'Los participantes en el 15-M dibujan un perfil con una alta conciencia política' ¿Es esto mucho o poco? Pues, como suele pasar, la respuesta depende del punto de vista. Periodistas, políticos y muchos académicos se han lanzado a escribir sobre el fracaso político de los indignados. No obstante, uno podría contraatacar afirmando que, en buena medida, el impacto político principal del Movimiento 15-M se ha de cifrar en los efectos sobre sus propios participantes, y no sobre el sistema. Para estas personas, muchas de ellas sin experiencia previa con la participación social, el trabajo en el Movimiento 15-M ha abierto la puerta al redescubrimiento de la voz política, y también al reconocimiento del valor de la acción colectiva para la resolución de los problemas.

Además, no se nos puede escapar que la modestia de los efectos políticos inmediatos del 15-M está muy vinculada no solamente a la coyuntura económica y política española -que limita la capacidad de influencia de cualquier movimiento social- sino también a la decisión de estos activistas, al menos hasta fechas muy recientes, de no ‘pasar por el aro del sistema'. ‘Pasar por el aro' es una decisión llena de sacrificios y por lo tanto es difícil, que conlleva renuncias ideológicas y moderación en las propuestas y modos de protesta. A cambio, aumentan las probabilidades de forjar alianzas sólidas con políticos de izquierdas y/o sindicatos.

El Movimiento 15-M ha rechazado, de manera consciente y voluntaria, embarcarse en las concesiones y renuncias propias del proceso de incorporación al sistema político; optó por no concretar en demasiado sus plataformas reivindicativas, ni por dar más importancia a unos temas sobre otros. Rechazó también la negociación directa con el Gobierno, partidos políticos o sindicatos, y ha exhibido una voluntad decidida por no ‘contaminarse' con cualquier vinculación con el sistema político.

En mi opinión, el gran reto de este movimiento social es encontrar una respuesta operativa a la siguiente pregunta: ¿Se puede realmente conseguir una ‘democracia real' sin contar con los partidos políticos que ya existen, y que cuentan con el apoyo de millones de españoles? Que el Movimiento 15-M adquiera alguna capacidad de influencia política dependerá enormemente de la respuesta, y, también, de las soluciones que se arbitren a un tipo de descontento interno que es muy popular entre los participantes en cualquier movimiento social; esto es, el enfado que muchos empiezan a sentir tan pronto como alguno de los suyos opta por negociar, y por lo tanto pactar, con el enemigo.

*Kerman Calvo es profesor de Sociología en la Universidad de Salamanca.

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