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Y van y le dan un paracaídas al hijo de puta (o por qué Assange debía morir)

De esta manera tan gráfica describió el hijo del presidente Eisenhower la caída de Gary Power el primero de mayo de 1960 en territorio soviético, cuando el U2 que pilotaba fue derribado. Los norteamericanos afirmaron que se trataba de un vuelo de observación meteorológica pero la captura con vida de Power (que sería intercambiado por un espía soviético años después) sirvió para demostrar al mundo que los Estados Unidos no estaban por la labor de relajar la tensión de la Guerra fría.

Si la CIA se equivocó al equipar los aviones U2 con paracaídas, los estadounidenses y los británicos se equivocaron al no ejecutar a Assange cuando pudieron hacerlo. Quizá la mujer que declaró ser violada por el fundador de Wikileaks y que, según afirman numerosos analistas, trabajaba para la inteligencia angloamericana, debía haber asesinado a Assange al estilo Nikita. De este modo, lo más que hubiera podido ocurrir es que continuara la tradición de best sellers y películas de espías suecas a lo Mankell o Larsson.

Pero no, el hijo de puta está vivo y a día de hoy ya no es un peligro por haber publicado documentos secretos del gobierno de los Estados Unidos o por haber dejado a la vista la corrupción y la hipocresía de la política internacional de las grandes potencias. Hoy Assange es peligroso por otra cosa. Si algún efecto está teniendo su presencia en la Embajada de Ecuador en Londres es el de hacer crecer exponencialmente el prestigio internacional de Ecuador y de las democracias latinoamericanas que le apoyan. Y créanme que, en tiempos de crisis como los que vivimos con la legitimidad de los regímenes políticos europeos en horas bajas, que América Latina se cuelgue la medalla de oro de campeona de la Democracia tiene su importancia.

 Estadounidenses y británicos se equivocaron al no ejecutar a Assange cuando pudieron hacerlo

No podemos olvidar que los medios de comunicación controlados por los gobiernos y por los magnates estadounidenses y europeos llevan años lanzados en una campaña que pretende desprestigiar a los países latinoamericanos que han desafiado la autoridad de Estados Unidos, la de sus aliados europeos y la de las instituciones económicas y militares globales. Por muchas elecciones que ganen Correa, Chávez, Morales o Cristina Fernández, por más que sus políticas sociales hayan reducido la desigualdad, por más que infinidad de organismos internacionales independientes certifiquen que estos países son un ejemplo en el respeto de los derechos civiles, el mensaje de los poderosos es el mismo: son 'populistas' y siempre son preferibles los golpes de Estado (como los de Honduras o Paraguay) a que ganen las elecciones estos hijos de puta.

El problema es que ahora, para todo el mundo, algunas cosas están claras. Está claro que la amenaza británica de asaltar la embajada ecuatoriana, viniendo de un Estado que ha concedido asilo a numerosos disidentes rusos reclamados por su país, que protegió a Pinochet y que se ha opuesto históricamente a conceder la extradición de criminales de guerra nazis, es una vergüenza que deja la calidad democrática del Reino Unido a la altura del betún. Está claro también que la negativa sueca de interrogar a Assange por vídeoconferencia o de desplazar al juez a Londres para hacerlo, responde a su voluntad inequívoca de entregárselo a Estados Unidos, lo cual representa una humillación sin límites a las tradiciones de un país famoso en el pasado por proteger a perseguidos políticos de todo el mundo. Y está claro, por último, que el presidente Correa y las democracias latinoamericanas están dando una lección al mundo en lo que al respeto de los derechos humanos y al ejercicio de la soberanía se refiere. Quizá la represaliada Ana Pastor debería ahora darse cuenta de que cuando entrevistó a Correa estaba tratando con un presidente demócrata que se niega a entregar la soberanía de su país a poderes extranjeros; todo lo contrario que el presidente que padecemos en España.

La amenaza británica de asaltar la embajada deja la democracia del Reino Unido a la altura del betún

En noviembre de 1917, el comisario de Asuntos Exteriores de la Rusia revolucionaria León Trotsky dio una lección al mundo, haciendo públicos todos los tratados secretos firmados por el régimen zarista y declarando que la diplomacia secreta era un instrumento de la minoría propietaria para engañar a las mayorías y someterlas a sus intereses (qué hijo de puta, debieron pensar en todas las cancillerías europeas). El presidente estadounidense Woodrow Wilson imitaría a los bolcheviques poco después y declararía que los pueblos no podían ser tratados como simples objetos. Fueron los horrores de la Primera Guerra Mundial los que sensibilizaron las conciencias de millones de personas en todo el mundo facilitando el arrollador crecimiento del mayor movimiento democrático de la historia, el movimiento obrero que puso en jaque a las potencias Europeas que habían dominado la política internacional hasta entonces. El fascismo y el nazismo fueron la mejor vacuna frente a ese impulso democrático.

Hoy, cuando un nuevo conflicto armado de dimensiones imprevisibles amenaza con desencadenarse en Oriente Próximo, la 'Crisis Assange' está poniendo de manifiesto ante la opinión pública mundial al menos dos cosas. En primer lugar, que el respeto por las libertades de las grandes potencias termina donde empiezan los intereses económicos y geopolíticos de una casta que no tiene más patria que su dinero y, en segundo lugar, que la esperanza democrática se llama hoy América Latina.

*Pablo Iglesias Turrión es profesor de Ciencia Política en la Complutense y presentador de la tertulia política televisada La TuerKa

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