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El alma de Macondo

Conocí a Gabo en Bogotá hace unos 20 años. Lo busqué y me dio la cita inmediatamente, lo cual me sorprendió. Sus primeras palabras fueron una pregunta: ¿usted y yo por qué no nos habíamos conocido antes?. Él conocía algunos de mis libros de gran formato, a lo cual le respondí que lo había visto varias veces en diferentes reuniones pero que no me había atrevido a acercarme. Y le planteé mi propuesta: Quería que viera las fotografías que un fotógrafo holandés había hecho en Colombia de lo que para él era el mundo de García Márquez . Quería que me escribiera un texto introductorio de un libro que iba a publicar con ellas. Las vio y me dijo: Ninguna de las fotos me representa, pero su conjunto tiene la misma alma de Macondo. Dos semanas después recibí un texto de tres páginas expresando esto y mucho más, en un texto delicioso y emotivo. El fotógrafo no lo podía creer. Contrario a lo que mucha gente dice de él, fue muy generoso con ese gesto y se ganó mi aprecio.

Cinco años después, con unos amigos, decidimos estructurar un noticiero para la televisión y lo llamamos a México, para ver si quería formar parte de nuestra junta directiva. Él no se conformó con ello y propuso ser socio. No pudimos negarnos. Durante seis años compartí con él nuestra junta directiva, a la cual asistía cada vez que estaba en Colombia, e incluso fuera de ella. Una vez nos propuso hacerla en Panamá, a donde viajamos todos. Allí conocí sus dotes de periodista universal, siempre con comentarios pertinentes en busca de la calidad, con una idea clara de lo que pensaba en todo sentido, particularmente de política latinoamericana. Hizo escuela con todos y muy especialmente con mis compañeros periodistas. Durante ese tiempo rindió un informe a un requerimiento que le había hecho el presidente Gaviria de liderar una llamada 'comisión de sabios'. Tenía que plantear soluciones a la realidad nacional y escribió un texto introductorio de lo que para él significaba Colombia. Lo tituló Por un país al alcance de los niños.

Posteriormente no dudó en autorizarme a publicarlo de forma ilustrada, en un hermoso acto de confianza, y me puso en contacto con Carmen Balcells para efecto del contrato. El libro le gustó y no dudó en manifestármelo. Quedé muy contento. Con los años lo ví de vez en cuando, en una de esas ocasiones, en la feria del libro en Guadalajara que recorría en compañía del presidente Salinas de Gortari. Al verlo me llamó y me presentó como su socio, nombre que me siguió dando cada vez que me veía. Aparte de lo que significa para Colombia y el mundo de la literatura su deceso, para mí, íntimamente, me quedan esos y otros bellos recuerdos, y la sensación de la pérdida, irreparable, de uno de los hombres más importantes que he conocido en la vida.

*Benjamín Villegas es editor colombiano.

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