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"Los reporteros de guerra son la única voz que tienen las víctimas"

BEGOÑA PIÑA

Erik Poppe trabajó como reportero de guerra muchos años hasta que, finalmente, cambió las zonas de conflicto por el cine. En éste siguió denunciando situaciones de injusticia y planteando preguntas al público. Ahora, con Mil veces buenas noches regresa a su antigua pasión, el periodismo, y al mismo tiempo que propone una reflexión acerca del grave deterioro que sufre éste en todo el mundo, muestra el gran dilema de su vida, la lucha entre su vocación y su familia: seguir jugándose la vida para 'dar voz a las víctimas del planeta' o calmar la inquietud permanente de su pareja y sus hijos.

El cineasta, para añadir tensión narrativa a su historia, ha apostado por convertir el personaje principal en una mujer, una madre. Juliette Binoche es la actriz que da vida a esta reportera de guerra, Rebecca. Una profesional que aparece por primera vez en la pantalla fotografiando el ritual de unas mujeres en Kabul. Están colocando un chaleco de explosivos a una de ellas. Cuando estos explosionen, ella resultará herida y de vuelta a su hogar, esta vez, deberá elegir.

'Hay cosas que no puedes evitar. Yo empecé algo a lo que no puedo volverle la espalda', dice Rebecca en la película, donde explica a su hija adolescente que comenzó a hacer fotografías de guerra 'por rabia', una rabia que nunca ha desaparecido. Mil veces buenas noches refleja el deseo de esta madre por besar a sus hijas antes de dormir, aunque muchas veces no pueda hacerlo. Mil veces, buenas noches, dice Julieta desde el balcón. 'Mil veces malas, por faltar tu luz', contesta Romeo.

Gran Premio del Jurado en el Festival de Montreal, la película, que está coprotagonizada por Nikolaj Coster-Waldau (Juego de tronos), es el nuevo trabajo de Erik Poppe después de su premiada trilogía sobre Oslo.

 ¿Por qué eligió comenzar la película con esa escena de las mujeres suicidas en Kabul?

Porque quería dejar claro desde el principio que ésta es una historia sobre el sacrificio de las mujeres en la vida, además de una historia sobre la pasión. Rebecca, la protagonista, se está sacrificando a sí misma como esas mujeres de Kabul del principio de la historia. Además, quería mostrar también una experiencia diferente de Afganistán, esas mujeres suicidas, porque me parecía que era muy interesante que el público lo conociese. Por otra parte, si el personaje hubiera sido un hombre jamás habría podido hablar ni fotografiar a mujeres allí.

Usted dejó de viajar a zonas de conflicto a finales de los ochenta, ¿por qué ha querido contar ahora esta historia sobre la relación entre la profesión de reportero de guerra y la familia?

Porque ahora hay dos cosas que me parece que son muy importantes. Por un lado, ahora hay muchos fotógrafos, muchas personas, que trabajan en zonas dominadas por el Islam en el mundo contando lo que está pasando en ellas. Y entre esas personas hay muchas mujeres. Y también porque ahora me parecía que era el momento de contar el dolor que implica ese trabajo, el dolor de hacer eso, el precio que hay que pagar por hacerlo. Quería mostrar al público esa faceta del periodismo. Quería dejar constancia de lo importante que son esos profesionales para denunciar lo que pasa en el mundo.

La película está inspirada en su propia experiencia...

Está basada en mi propia vida, sí. Y mi experiencia es muy similar a la de Rebeca. Hay muchas cosas en la película que son reales, que me han pasado de esa forma, que han salido de mi propia relación con mis dos hijas y con mi mujer. Pero yo quise darle la vuelta, volcar mis sentimientos en una mujer. Porque sabía que el público vería de otra manera esa tensión entre la pasión por el trabajo y la familia si ella era una mujer, si era una madre.

Si hubiera sido un hombre ¿la reacción del público hubiera sido menor?

Sí, aunque con esta decisión no quería tanto llevar la historia al extremo como mostrar una realidad. Hay muchas mujeres trabajando como reporteras de guerra ahora. Es cierto que quería que fuera una mujer porque eso provoca otra reacción. Hay muchos hombres haciendo este trabajo, incluso con hijos en casa, y nadie se lo cuestiona. En el momento en que yo utilizo a una madre que se va a la guerra y deja detrás dos hijas provoco una reacción diferente, más intensa. Eso me ayuda a mostrar todo lo que aún separa a un hombre de una mujer.

Usted muestra la que fue su vocación, su pasión...

Hacer fotografía de guerra es muy muy importante, porque tú eres la voz de las víctimas en las zonas de conflicto. Las víctimas no tienen otra forma de expresarse ante el mundo. Los reporteros de guerra son la única voz que tienen. Y las víctimas de las guerras no son las personas que están luchando. Por ejemplo, en Afganistán, las víctimas no son los talibanes, son las personas que viven allí, día a día, entre esos talibanes. Y es importante para los fotógrafos hacer esas fotografías, porque tenemos que contar al mundo quiénes son ellos, quiénes son las víctimas. Y es lo mismo en el Congo, en Somalia, en Pakistán... Nosotros necesitamos contárselo al mundo y el mundo necesita saberlo.

Y a pesar del peligro, nunca abandonan, ¿qué es lo que engancha de esa forma?

No paras, no abandonas, porque te apasiona hacerlo, porque quieres seguir contando al mundo lo que está pasando. Por supuesto hay que estar preparado, ser capaz de hacer ese trabajo, saber que tienes que sobrevivir para seguir ahí haciendo fotografías. Rebeca hace con toda honestidad un trabajo que la apasiona y mostrar eso era importante para mí. Quería decir que para esos profesionales es importante contar al mundo la verdad de lo que está pasando, a pesar del dolor que cuesta eso.

Con la película retrata el verdadero periodismo en un momento de crisis para éste, ¿es necesario hoy hacer esa reflexión?

Sí, creo que es muy importante reflexionar y hacer reflexionar a la gente acerca de esto. El mundo de los medios de comunicación es cada vez más grande, se expande y se expande y, sin embargo, no hay tantos profesionales trabajando por ahí fuera, denunciando lo que está pasando. Los medios utilizan personas que usan el móvil para hacer fotografías y para contar historias y eso no es bueno. Nadie sabe quiénes son esas personas. Ese es un trabajo que deben hacer los profesionales. Y no es una cosa romántica, es algo muy real. Con la película quería mostrar que una de las cosas más duras para mí cuando hacía ese trabajo era sobrevivir ahí fuera, es duro, hay que ser capaz de sobrevivir para volver a casa. Cuando estás en una zona de guerra ya es suficientemente bueno poder sobrevivir.

Usted ha cambiado el periodismo por el cine, ¿sirve éste, pues, como vehículo de denuncia?

Creo que es importante saber si una película puede cambiar algo, si puede cambiar un conflicto, pero es muy interesante también saber que el trabajo de un fotógrafo de guerra o, en este caso, que una película puede plantear ciertas preguntas, sobre todo la de ¿por qué está pasando esto? Mi papel más importante como artista, como contador de historias, es plantear esas preguntas al público, puedo hacer que la gente se pregunte qué está pasando. Una película no puede provocar una revolución, seguramente, pero como resultado de una película puede saltar un tema a la calle. La gente ha estado viendo películas sobre Vietnam, Corea, sobre conflictos más recientes, Afagnistán, Irak... y ha salido a la calle a protestar, a preguntar por qué estamos allí. Por eso creo que lo más importante de esta película es plantear preguntas, que nos preguntemos sobre lo que está pasando. Cuando hacía fotos, quería perturbar a los lectores de las revistas donde se publicaban, crear conciencia. Con las películas es lo mismo.

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