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Cómo construir una escuela en África

ESPERANZA ESCRIBANO

El pueblo de Sibassor, en la región de Kaolack (Senegal), no aparece en Google Maps. No pasa hambre, pero las vacas están escuálidas, la basura abunda por todas partes y jamás verá sus calles asfaltadas. Tiene colegios, pero los niños no pueden aspirar a nada más que buscar lo más parecido a una esfera para darle patadas cuando salen, porque no hay nada más en este páramo. Construir un centro donde hagan los deberes, accedan a formación profesional, ordenadores, o una biblioteca era y es el reto de Aziz Diouf. Un senegalés que emigró a España con la intención de volver algún día para sacar a los niños de la calle y de un futuro que obliga a emigrar. Hoy está a punto de conseguirlo de la mano de la asociación Edukaolack.

Aziz pudo labrarse un futuro porque creció en la vecina Kaolack, la urbe que sí sale en los mapas, a unos kilómetros de Sibassor. Después del colegio iba a un centro donde pudo estudiar otras materias como teatro o baile. Cuando salía pensaba en que algún día construiría un centro parecido: 'Con mi dinero, porque pensaba que iba a ser rico', dice entre risas. Aunque la vida no es como se sueña, gracias a aquel centro cultural, Aziz empezó a tocar en un grupo de música y danza que hacía espectáculos en la ciudad. Un grupo de franceses lo fichó junto a otros componentes y empezó su andadura por Europa.

Al principio pasaba tres meses de gira por Europa y tres meses en Senegal. Pero en 2003 ya no pudo regresar a África por problemas de papeles. Fueron nueve años de peregrinaje europeo durante los que murió su padre. Sólo entonces pudo regresar. Su familia se mudó a Sibassor y allí pudo ver que las cosas no habían cambiado. 'Los niños tenían ganas de saber más cosas pero seguían en las calles', cuenta emocionado. Así se lanzó a fundar Edukaolack, la asociación con la que, sin ser rico, ha podido empezar a construir el centro.

Tres cubetas y un bidón son todos los medios con los que se cuenta para construir el espacio. 'Esto es África', contestan los voluntarios senegaleses cuando los españoles ponen cara de no entender nada. Sólo en llenar el bidón de agua para hacer el cemento se tardan 20 minutos. 'No había manguera ni carretilla para transportar los materiales', comenta María Luisa Amat. Sin transporte, al grito de '¡cadena!', los voluntarios se ponen en fila y se van pasando las cubetas con grava, cemento o lo que toque.

Contará con una sala principal donde habrá ordenadores y otras salas donde se darán clases

Los techos suponen otra complicación. Los 'andamios' son troncos de árbol que se entrecruzan y se clavan a un trozo de madera que a su vez se atornilla a las vigas que sujetan los ladrillos. Una vez que se coloca el techo, el complejo sistema tiene que permanecer así 15 días, hasta que se consolida. Para prevenir del óxido ventanas y puertas, se pintan con una pintura que después hay que lijar con un trozo de papel de lija, minúsculo para una decena de ventanas y puertas.

Eso explica que, a pesar de contar con 46 voluntarios españoles y varios senegaleses, el centro no se haya podido terminar todavía. Eso y el calor. El trabajo empieza a las nueve de la mañana, pero a las 12 del mediodía un sol de justicia obliga a la retirada. El clima y la escasez marcan un ritmo de trabajo a veces estresante: los ladrillos se hacen con un molde, uno por uno, y después tienen que secarse al sol. Pero agosto es temporada de lluvias en el país. Por eso, antes de llegar a Senegal, la asociación avisa de que hay que cargar la mochila con mucha paciencia.

No todos los voluntarios acuden a la obra cada día, también hay otras tareas, como cocina o limpieza. En esta primera edición, los cooperantes dormían en una de las escuelas de Sibassor. Dos aulas, 40 colchones de espuma, un baño y una ducha. La familia de Aziz ha sido imprescindible para que todo funcionara, abriendo las puertas de su casa para que los voluntarios usaran los baños y cocinando con el apoyo de los cooperantes.


Senegal se conoce como el país de la teranga (hospitalidad en wolof). Es una de las cosas que más sorprendió a los voluntarios: 'Que nos abrieran las puertas de su casa fuera la hora que fuera y romper su intimidad cuando una y otra vez cruzábamos la habitación para ir al baño', relata María Luisa. Cuando el centro se termine, contará con una sala principal donde habrá ordenadores y otras salas donde se darán clases, pero también habitaciones para los voluntarios.

'Habrá cursos para aprender desde soldadura hasta enfermería'

La idea es terminar todo el verano que viene. Edukaolack ya está celebrando más fiestas solidarias para conseguirlo y planeando las actividades que se desarrollarán en el espacio. Los viernes habrá un consultorio médico, coincidiendo con el día de mercado en Sibassor: 'Lo prioritario son los niños, pero también los padres, si ellos no están sanos, los niños tampoco'.

En el pueblo no hay hospital ni centro de formación, a lo que aspira la asociación. 'La formación profesional es importante, habrá cursos para aprender desde soldadura hasta enfermería', zanja Aziz. El presupuesto era de 7.000 euros, que la organización ha recaudado entre fiestas, talleres y lo que los voluntarios pagan por vivir la experiencia de la cooperación. 'Nada de subvenciones, nunca hemos querido pedirlas', comenta Aziz, que prefiere mantener la asociación independiente de los organismos gubernamentales. Casi todo el dinero se ha gastado en los materiales de construcción. Ahí aparece el problema de la fluctuación de los precios. 'No es Europa, la moneda es débil, cambia de valor y el transporte se encarece a veces sin saber por qué', explica Aziz. Los voluntarios que trabajan en Edukaolack durante todo el año (seis en Murcia y cinco en Senegal) lo hacen por amor al arte, pero los obreros que coordinan el levantamiento del espacio sí reciben un salario.

La confianza y la solidaridad son la base de la supervivencia en el pueblo. Cuando los blancos atraviesan las calles sin asfaltar, los niños gritan 'toubape' —extranjero en wolof— y corren para darles la mano. Sibassor no es el ejemplo de la África pobre que se representa por televisión. 'Los niños estaban sonrientes, las casas que pude llegar a visitar tenían los mínimos cubiertos', cuenta Montse González, una voluntaria de Barcelona.

Sin embargo, la basura se acumula en las calles y los habitantes conviven con ella como si no existiera. El único sistema de recogida es un hombre con una carretilla que sólo se lleva la basura de quien paga. Senegal también es un país de contrastes. Aurora Zaragoza, otra de las cooperantes, lo define así: 'Ves las calles sin asfaltar, con diversos animales de granja sueltos a todas horas en cualquier parte, junto a un cíber y alguna gente con móviles bastante avanzados'.

Para un senegalés, que los occidentales 'abandonen sus lujos' para crear infraestructuras en África no deja de llamarle la atención

Pero los occidentales no son los únicos sorprendidos. Ibrahima Gueye, voluntario de Sibassor, se mostraba agradecido con lo 'trabajadores y simpáticos' que habían sido los españoles. Para el senegalés, que los occidentales 'abandonen sus lujos' para crear infraestructuras en un pueblo africano no deja de llamarle la atención. Pero sobre todo le ha marcado ver cómo el hombre y la mujer 'comparten el trabajo doméstico' y añade: 'Espero que no haya reproches por la diferencia cultural'.

Ciertamente, la diferencia clama al cielo. Aunque las mujeres desempeñan trabajos tradicionalmente masculinos y acceden al espacio público, no tienen tiempo de disfrutarlo. Mientras los hombres trabajan en la obra unas horas y pasan el resto del tiempo compartiéndolo con los voluntarios, enseñándoles danza africana o a tocar el yembé, las mujeres no paran de trabajar en casa. Desde la cocina hasta la colada. No hay mesas, ni sillas, ni lavadoras. Pasan horas cortando cebolla, limpiando pescado o lavando la ropa sentadas en unas banquetas que apenas levantan un palmo del suelo.

A pesar de las condiciones, la mayoría de voluntarios repetirían la experiencia. María Luisa anima a conocer otra cultura: 'Es un regalo'. Aurora ha aprendido en Sibassor que el primer mundo tiene que reconsiderar el aspecto humano 'por encima de todo' y volver a la esencia de las cosas. 'La felicidad no radica claramente en las cosas, no hace falta vivir con tanto', remata.

El proyecto sólo será sostenible si tanto el pueblo como la asociación siguen implicándose. No sobrevivirá sólo con voluntarios occidentales —la base de Edukaolack es el trabajo conjunto y no la asistencia— ni será viable a medio plazo sin ellos. La idea no es dar el pescado, sino que cada uno aprenda la forma de pescar del otro. Aziz Diouf cree que todavía está soñando. 'Cuando estoy allí y veo el muro, se me pone la piel de gallina'. El camino que queda por recorrer es aún muy difícil, pero la experiencia le ha demostrado que 'si quieres, puedes'.

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