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Mamá, yo no quiero ser princesa

ITXASO MARÍN

Manicura, pedicura, masajes, maquillaje de fantasía, tratamientos de belleza, peinados y hasta un desfile por una pasarela 'top model' son las propuestas de entretenimiento de Princelandia, una empresa de ocio infantil, en la que niñas de entre 4 y 12 años se adentran en 'un mundo mágico a la medida de todas las princesas'. Se trata de la primera franquicia en Europa que ha desarrollado el concepto de 'spa educacional'. Sin embargo, su director, Miguel Ángel Parra, señala a Público que la educación es tarea de los padres y que en los centros lo que se enseña son 'hábitos y conductas saludables'.

Ya en su apertura, Parra sostenía, como así aparece en la página web, que 'Princelandia, lejos de parecer un spa tradicional, pretende innovar y revolucionar el concepto de entretenimiento y educación infantil'. Así, siguiendo con la filosofía de cuidados y 'sumando la parte educacional infantil, pretendemos que las más pequeñas puedan aprender a tomar los mejores hábitos de higiene y salud mientras pasan unas horas en un lugar mágico, diferente y rodeadas de toda la temática de princesas infantiles', continúa el texto. Sin embargo, los valores que este sistema de 'aprendizaje' fomenta no son ampliamente aceptados, sobre todo teniendo en cuenta que esas edades son cruciales para la construcción de la identidad en los niños.

'Aprendemos jugando' es una de las premisas que recoge la web de la empresa, si bien el juego que propone Princelandia impone estereotipos de género y roles sociales que, además de prehistóricos, están muy lejos de la realidad.

Carmona: 'Es un  síntoma de una cultura anclada en patrones que encasillan al género femenino en lo accesorio' Para Júlia Mas, socióloga, este tipo de centros transmiten valores claramente sexistas, que ponen en el centro de la vida la imagen física y la perfección, además de ser potenciales generadores de bajas autoestimas. 'Detrás de la definición de ocio temático se esconden mensajes dirigidos a las niñas, de lo que se espera de ellas y de a qué deben dedicar su tiempo y su ilusión: a ser princesas, coquetas y enamorar y deslumbrar con su imagen (¡a hombres, por supuesto!)', afirma. A su juicio, esto supone una alta e innecesaria 'hipersexualización' de las niñas.

La hipersexualización tiene que ver con la exaltación de la sexualidad de las niñas: miniadultas con preocupaciones y conversaciones que no se corresponden con su edad y que adoptan roles y comportamientos estereotipados.

Yolanda Besteiro, presidenta de la Federación de Mujeres Progresistas, considera que las actividades desarrolladas en estos centros potencian todos los roles y estereotipos de género y hacen perpetuar la desigualdad. 'El mensaje que transmiten es devastador. Fomenta que las niñas estén siempre guapas, dispuestas y a la espera de su príncipe azul. Esto es el ideal del amor romántico. Les hace ver que la felicidad es ser una mujer dependiente'.

Para la psicóloga Olga Carmona, 'no hay nada malo en los cuentos de princesas ni en el rosa, siempre que no los descontextualicemos, siempre que hagamos desfilar a las niñas con poses bobas sobre una pasarela y no suministremos a su mundo sagrado y limpio ideas y símbolos que las van colocando en un lugar social de desventaja y desigualdad, que no cuenta con la creatividad, la inteligencia, el esfuerzo y la autocompetencia necesaria para desarrollarse como seres humanos en igualdad'. Por todo ello, Carmona no duda de los valores que Princelandia transmite: 'Los valores son claros y no creo que se le escapen a nadie. Es un canto a la superficialidad, a la prematura erotización de las niñas, es un síntoma de una cultura que flirtea desde la infancia con el mercado de lo sexual y que todavía sigue anclada en patrones que encasillan al género femenino en lo accesorio'.

El director de las franquicias defiende que 'el hecho de que una niña vaya a divertirse a los centros no la condiciona absolutamente a nada' y los define como una 'opción de ocio, un alto en el camino en la rutina del estrés de aprender cinco idiomas y nuevas tecnologías'. Así, en la web subrayan que 'las niñas necesitan encontrar un espacio de fantasía, real y llamativo, que no sólo les evoque diversión, sino una evasión diferente a lo que se encuentran en la vida cotidiana'.

Sobre las acusaciones de sexismo, Parra señala que esta polémica es cosa del pasado. 'Es una cuestión de lo que piense cada uno. Estamos en una sociedad muy avanzada como para ahora salir con estos debates. Si fuera sexista no permitiríamos la entrada a niños'. Pero Besteiro sostiene lo contrario. 'No hemos avanzado nada en igualdad porque entonces esto sería una anécdota anacrónica y no lo es. Están tirando por tierra el trabajo de muchos años'.

Aunque el director afirma que los niños también pueden participar en las actividades que se desarrollan en los centros, lo cierto es que, de entrada, no parece que esto sea así. La página web emplea terminología sólo en femenino —definen el espacio como un lugar donde 'lo más importante es la diversión de las más pequeñas'—, el vestuario incluye prendas como tutús o boas, catalogadas por la Real Academia de la Lengua como femeninas, el Club Princelandia es 'el club de todas las princesas' y todo está bañado de un color rosa digno de empacho, fomentando el eterno estereotipo de que el rosa es para las niñas y el azul, para los niños. Incluso la canción que han creado para este 'país para soñar' se olvida de la existencia de los niños. Frases como 'jugamos a ser hadas y princesas' incluidas en la melodía no parecen dar mucha opción a compartir la experiencia de 'dejar volar la imaginación' con los pequeños.

La única foto en la que podemos ver a un niño es en un nuevo servicio denominado PrinceChef. 'Es la otra cara de la misma moneda. Si desarrollan actividades distintas, estás reforzando los estereotipos', denuncia Mas. En ese sentido, Besteiro alerta de que niñas y niños jueguen a diferentes juegos es arriesgado. 'No hay que educar en función del sexo, sino de los gustos y capacidades. Si a unos les educas para una cosa, implica que los otros van a adquirir otro rol', explica.

Por su parte, Parra insiste en que los niños también tienen cabida por igual en los centros si es su deseo y echa balones fuera dudando de que a 'las feministas' les parezca bien vestir a sus hijos de princesas.

'El niño tiene que vestirse de lo que quiera', afirma Besterio. 'El problema es que por más que les inculcamos que esto sea así, lo que captan del medio y de centros como este es que los niños tienen que vestirse de una manera y las niñas de otra. Entonces nuestra opción se queda en una isla. No existe la coeducación'.

Paradójicamente, las afirmaciones de Parra se contraponen con lo expuesto en la web, ya que en ella se explica que 'todo el universo Princelandia está especialmente diseñado para destacar el concepto infantil femenino de las niñas'. Ante esta filosofía, Mas se pregunta el porqué de la insistencia en que las niñas tengan que ser femeninas. 'Dejémoslas que sean libremente lo que quieran y que lo expresen como deseen. Si quieren ser femeninas, o sentirse más femeninas, adelante, pero no les creemos esa necesidad. No hace falta vestirse de princesa para ser femenina', afirma.

Asimismo, la web fija en la felicidad de las niñas su objetivo, pero teniendo en cuenta este diseño, parece que esa felicidad sólo es alcanzable en un mundo mágico, donde la máxima aspiración es ser princesa. 'No es necesario ser femenina para ser feliz ni para ser mujer', defiende Mas.

Júlia es una de las voces de Projecte ella. Junto con Judit Terés, politóloga, han iniciado la campaña #StopPrincelandia en las redes sociales para denunciar y concienciar sobre el impacto que tiene en las niñas y niños este tipo de ocio y educación. 'Se puede educar promoviendo la igualdad o sin cuestionarse nada de los roles y estereotipos imperantes en nuestra sociedad. Y el juego es un factor importantísimo en la educación de las niñas y niños, a través de él se transmiten muchos valores, es un imaginario muy potente', afirma Mas.

Algo con lo que coincide Naiara Ruiz, profesora de Educación Infantil, para quien los niños juegan con la imaginación y aprenden a socializarse imitando. 'Claro que es divertido disfrazarse, pero lo correcto sería que hubiese variedad de disfraces y que fuesen ellos, niñas y niños, los que eligiesen qué ponerse'. Para Ruiz, estos centros no tienen ningún valor educativo y muestran un camino que conduce a un mundo irreal. 'Les engañan porque no llegan a nada siendo princesas. No hay ningún aprendizaje en este tipo de actividades, no tienen ningún objetivo didáctico. El objetivo es estar guapa. Hay que enseñarles que la belleza está en el interior, que no sólo las princesas son guapas, también inteligentes'. La educadora afirma que deben aprender jugando y que enseñarles a ser guapas sólo genera frustraciones personales. 'Hay que educar a las niñas en valores que no sean los de la belleza. Si juegan a subirse a una pasarela y ven que en la vida real sólo desfilan mujeres 90-60-90 intentarán seguir ese canon de belleza que nos siguen imponiendo'.

Precisamente, en esos estereotipos de belleza son en los que se escuda el director de Princelandia, que invita a acudir a su centro en Granollers, en Barcelona, para comprobar que 'hay monitoras gorditas'. Para él este hecho es reflejo de que no fomentan 'ningún tipo de imagen concreta'.

Yolanda Besteiro sí cree en la existencia de educación en estos centros. 'Claro que educan. Eso es lo realmente grave, porque educan en la desigualdad. Si a las niñas no les llegara ningún mensaje de esto, no habría ningún problema. Pero les genera dependencia de un príncipe salvador. No eres la reina dominante eres la princesa dependiente'.

Pero no hay que obviar que si estos centros siguen expandiéndose —ya hay más de 25 centros en España y uno en Lisboa— es porque están dando respuesta a una demanda, como asegura Carmona. 'Esta demanda tiene que ver con una vuelta a la feminidad entendida de forma machista, plana, estereotipada y desde luego a caballo entre la pasividad superficial de las princesas parásitas y la hipersexualización de las niñas, que ya es un tema alarmante en las sociedades modernas'.

Las fuentes consultadas por Público comparten que llevar a las niñas a uno de estos centros de ocio un par de horas no les va a marcar su desarrollo, pero insisten en que los valores que transmiten no son los correctos y que es tarea de los padres inculcar los adecuados. 'Lo que va a marcar su desarrollo es una madre y un padre, un entorno social que no distingue entre lo que aporta y lo que no, que no educa en valores de igualdad y comunica a las niñas que lo mejor que te puede pasar en la vida es ser una princesa', insiste Carmona.

Pero ¿qué pasará cuando una niña se siente ante el tocador y les diga que no quiere ser princesa?, concluye Ruiz.

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