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La recuperación del legado de los 'enemigos de María'

Un arqueólogo español habla sobre su trabajo en Etiopía y las relaciones de los etíopes con el pasado que quiere recuperar

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ MARTÍNEZ

Mi amigo Moegesh Wadu es el tsebate (administrador) del monasterio ortodoxo de Tekle Haymanot, en Azäzo, cerca de la ciudad de Gondar (Etiopía). Gondar fue la capital fija de los reyes de Etiopía durante los siglos XVII y XVIII pero, antes de que se tomara esa decisión, la realeza abisinia cambiaba de sitio con frecuencia. Uno de los que más le gustaba al negus (rey) Susenyos era, precisamente, Azäzo. Allí mandó construir una iglesia para conmemorar su conversión al catolicismo romano, convencido por el jesuita español Pedro Páez, en 1621. Tres años más tarde, técnicos que acompañaban a los misioneros, entre los que luego destacó otro castellano, el hermano Juan Martínez, le hicieron muy cerca su primer palacio de dos pisos, con muros de piedra y cal. 

La conversión de Susenyos provocó una guerra civil con miles de muertos, que al final trajo la renuncia y muerte de aquel rey, la vuelta a la religión ortodoxa oriental por parte de su hijo Fasil y la expulsión de los jesuitas en 1633. Parece que la iglesia de Azäzo fue destruida poco después, construyendo los reyes en las cercanías otra nueva, tan importante que fue durante siglos sede central de la principal orden monástica etíope, la de Tekle Haymanot.

Antes de marcharse, los jesuitas levantaron muchos edificios en toda la región del lago Tana (iglesias, residencias, colegios, cisternas, fortificaciones, etcétera), que hoy son ruinas abandonadas, al borde del definitivo desplome. Para estudiar esos restos antes de que sea demasiado tarde, la Universidad Complutense de Madrid, con financiación del Ministerio de Cultura, nos ha enviado a trabajar a Etiopía a un equipo de arqueólogos. Tras explorar todas las ruinas conocidas, hemos empezado a excavar, precisamente, el palacio de Susenyos, en Azäzo.

Cuando llegamos, Moegesh miraba lo que hacíamos y, siguiendo una pesada costumbre de los Amharas de Etiopía central, hacía gestos claros, aunque no muy exigentes, de que le pagáramos por trabajar en sus tierras. Más tarde se fue acostumbrando a nuestra tarea y cuando le hicieron la foto conmigo que encabeza este texto, delante de la excavación del palacio, parecía bastante orgulloso de que hubiera restos tan importantes cerca del monasterio. No sabe muy bien de dónde venimos, sólo sabe que somos faranyi (extranjeros blancos), una palabra que deriva de la forma en que ya llamaban a los jesuitas hace cuatro siglos: los 'francos'.

Justo después de hacernos esa foto, Moegesh me soltó una parrafada bastante larga, de la que no entendí ni una palabra. El amhárico es una lengua muy difícil, algo que ya dijo uno de sus primeros estudiosos en el siglo XVII, el alemán Job Ludolf. Yo compruebo el mismo hecho amargamente cuando veo que no consigo pasar de las cuatro expresiones habituales y algunas cortas frases, acogidas por mis amigos etíopes con una alegría que no sé bien si interpretar como ánimo o como jolgorio por mi torpeza.

El chófer que tenemos este año, Mulualem, es casi tan malo hablando inglés como yo hablando amhárico. Según vamos en el coche hacia la ciudad, y llevamos con nosotros a Moegesh, Mulualem intenta traducirnos sus palabras, pero sólo consigue hacer la conversación más confusa. Claro que yo tengo alguna experiencia oyendo a la gente y sé lo que el monje me quiere decir: aquellas ruinas son muy importantes y fueron hechas por el gran negus Fasil, que reinó entre 1632 y 1667, y construyó los primeros palacios de Gondar, que son el orgullo de todos los etíopes. Es inútil que yo le diga que los jesuitas estuvieron allí antes que aquel rey, que también hicieron algunos monumentos, que probablemente los etíopes aprendieron ciertas cosas de ellos, etcétera. Tampoco tengo ninguna intención de convencerle: el período católico en la historia de Etiopía se ha visto siempre como una intromisión trágica que provocó el aislamiento subsecuente del país durante un par de siglos.

Ausencia de la palabra 'jesuita'
Cuando una semana después de que nos tomaran la foto di una conferencia en la Universidad de Addis Abeba sobre el tema, me extrañó ver que alguien de la universidad había cambiado el título que yo había propuesto; la palabra 'jesuita' no aparecía por ningún sitio. También me sorprendí de que una gran parte de la audiencia fueran occidentales, diplomáticos y cooperantes muy interesados en la antigua presencia de europeos en la zona, y que quizás por lo mismo el número de etíopes asistentes fuera relativamente menor, aunque entre ellos estuviera el ministro de Cultura, Mohamoud Dirir, un antiguo embajador de origen somalí que habla una cantidad increíble de idiomas.

Al dejar a Moegesh en su destino volvió a dirigirse a mí, y esta vez nuestro chófer consiguió trasmitirnos la idea de su discurso: él se iba a encargar de que las ruinas y las excavaciones estuvieran protegidas; de que nadie las deteriorara ni robara en el yacimiento arqueológico. Y está bien que así sea, aunque los monjes sigan sin tener claro que allí estuvieron los que sus antepasados llamaban sere-Maryam, los enemigos de la Virgen, los jesuitas.

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