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«Agarré a Galtieri de la pechera y le grité: ¡Asesino! ¡Criminal!»

  Madre de mayo. Cuenta en un libro la desaparición de su hijo en 1976

 

TONI POLO

Los profundos ojos de Esperanza Pérez Labrador (Camagüey, Cuba, 1922) han mirado a la cara a la muerte. Los militares argentinos mataron a su marido, Víctor, a su hijo mayor, Palmiro, a la compañera de este, Edith, y desaparecieron al pequeño, Miguel Ángel. Desde entonces (1976) su vida ha tenido sólo un sentido: la justicia. Pero... '¿qué juicio es ese en el que los asesinos andan por la calle?', sigue preguntándose, 35 años después. El periodista Jesús María Santos conoció a Esperanza y a su única hija, Manoli, en 1978, cuando le pidieron que denunciara esos hechos. Ahora los ha reflejado junto con toda la vida de esta madre de la Plaza de Mayo, entregada al nacer a una familia que la quiso como nadie, recuperada por su horrible padre biológico a los 7 años, casada con un buen hombre en España y emigrada a Argentina tras la Guerra Civil. La biografía tiene un título obligado: Esperanza (Roca Editorial).

'Me dejaron el cuerpo negro de los golpes', cuenta, emocionada. Se refiere a cuando militares argentinos acudieron a su casa a robarles, a pegarles y a comunicarles una noticia fatal: Venimos de matar a tu hijo Palmiro', le dijeron. El esposo de Esperanza corrió a buscarlo. Pero lo mataron también a él, igual que habían acabado con su nuera. La tragedia se agrandaba. Un drama que había comenzado dos meses antes, con la desaparición de su hijo pequeño.

«Si algo bueno se ha hecho en Argentina ha sido gracias a Garzón»

Esperanza acudió a un vecino, Vitantonio, uno de los mejores amigos de su hijo desaparecido. Un tipo que, al entrar en la Policía, advirtió a Miguel Ángel de que estaba en peligro. 'Pero luego lo traicionó. Nos traicionó a todos, que éramos como su familia. Y se convirtió en nuestro verdugo'.

'La muerte de su marido fue un lamentable error', le reconoció, así, con toda la crudeza, el general Galtieri después de que, tras varias noches en vela ante el edificio del Ejército, le concedió audiencia. 'Y me dijo que a mi hijo y a mi nuera los mataron por montoneros'. Esperanza no se arrugó, al contrario: 'Pues ¡vivan los montoneros si todos son como mis hijos!', gritó. Y fue mucho más allá: 'Agarré a Galtieri de la pechera, lo miré a los ojos y le chillé: ¡asesino!'. Pensó que la mataría, pero ya hacía mucho tiempo que el miedo de Esperanza había sucumbido ante su dolor.

«¿Qué juicio es ese en el que los asesinos andan por la calle?»

En la búsqueda sin desmayo de su hijo desaparecido, Esperanza se topó con el juez Baltasar Garzón. 'Si algo bueno se ha hecho en Argentina ha sido por él', dice, con un cariño profundo. 'Hablar de Garzón es hablar de justicia'. Por eso condena la criminalización del juez que abrió los procesos contra los torturadores: 'Para que haya justicia, tienen que tener lo que hay tener: educación, vergüenza y amor por la gente'.

Ella destila amor por los cuatro costados. Pero eso no quiere decir que olvide: 'El país no olvida', sentencia. Y cree en Dios, pero no en el de los curas: 'No desde que me negaron una misa por Miguel Ángel diciendo que las misas sólo se hacían por muertos'.

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