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Agüero pone en órbita al Atleti

Panathinaikos 2 - Atlético 3. Un gol de fantasía del Kun, otro de Forlán y otro de Maxi.

PEPE GARCÍA-CARPINTERO

La fantasía nunca se podrá comprar con dinero. Los cheques no pueden medir la genialidad que se inventó Agüero para decidir que el Atlético debe ser equipo, sin previas, de Liga de Campeones.

Esas gotas de fantasía aparecen en pequeñas dosis que hacen que un estadio entero se ponga de pie, sin mirar el color de la camiseta, celebrándolo como si fuera propio. Aunque lo haya marcado un rival al que se aplaude con la admiración merecida por asistir a una obra de arte inigualable.

Así sucedió en Atenas. Cuando las diminutas botas del Kun decidieron arrancar hacia el infinito en busca del gol imposible, cuando el Atlético necesitaba sentenciar la eliminatoria. Allí, en su hábitat, miró, desafió a Gilberto, que le había cosido a patadas desde la rodilla al tobillo, y le cambió de velocidad para quebrarlo. Una y otra vez, de arriba abajo, para terminar de dislocarle la cadera y poner el balón en la red. Un gol de fábula. Un tanto que bien vale una eliminatoria.

Hasta que el Kun decidió abrir el frasco del fútbol y dejar al Atlético al borde de la fase de grupos, el equipo de Abel dominó el juego. Sin demasiadas apreturas, pero todavía con despistes defensivos que no están a la altura de esa pegada tan letal que tienen Kun y Forlán. Esos fallos se pagan con goles y más adelante, con eliminatorias perdidas, sobre todo si la línea de la defensa la sitúa Abel a más de 30 metros del arco. Así marcó Salpingidis. Volando sobre la espalda de Antonio López tras un error de Ujfalusi en un salto y en el que Asenjo sólo pudo acompañar  el esférico a la red.

El Panathinaikos decepcionó. No es más que un equipo desordenado y alocado que se activa a base de emociones.

Así empezó el partido, con el esperado arreón de equipo inferior que se fue diluyendo a medida que los rojiblancos domaron el carácter en el centro del campo. Ahí es cuando emerge la figura de ébano de Assunçao. Una pieza esencial en cualquier engranaje de un equipo que se precie. Allí donde había un balón dividido aparecía y lo recolectaba para la causa y se lo entregaba en corto a Raúl García que, por fin, se quitó ese disfraz de jugador mediano y decidió producir fútbol. Tampoco fue un alarde, pero un pase medido suyo desde el centro del campo habilitó para que Forlán dejara sin sotana a Vintra y Maxi aprovechara la asistencia para abrir el marcador.

Este Maxi, sin brazalete, sí que vuelve a ser el jugador de llegada matadora desde segunda línea.

Aún así, el Atlético debe reflexionar, porqué sufrió demasiado ante un rival muy inferior. La capacidad de este equipo para meterse en problemas es enorme. Abel, por lo menos, lo sabe. 'No puede ser que a cada fallo que tenemos nos marquen un gol y pensar que aún queda otro partido en el Calderón', dijo. Sí, queda la vuelta, esa que el Atlético obliga a sus abonados a pasar por taquilla, aún con el pase resuelto.

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