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El alienígena que cabalgaba sobre un fantasma

Recorrido por la solitaria E.T. Highway en el desierto de Nevada, plagado de leyendas sobre vaqueros y ovnis.

MIRIAM QUEROL

'¿Qué buscais, cowboys o alienígenas?'. Los forasteros apenas se han acomodado en los taburetes del oscuro bar-casino de Caliente, en Nevada, y el simpático vecino de barra, un tipo con gorra de béisbol, bigote alborotado y camiseta de tirantes, ya les está dando palique. 'Es lo típico de por aquí, no hay mucho más que hacer. Pero nos encanta este sitio'. A su lado, una mujer con un vaso de bourbon en la mano y una sonrisa socarrona se gira hacia la conversación: '¿De verdad nos encanta?' En un momento, los parroquianos congregados en el bar bromean y comentan con los visitantes las virtudes de tan remoto y árido lugar. En el desierto de Nevada, los forasteros son más exóticos que la ruta que están a punto de recorrer.

Caliente, un pintoresco pueblo del Oeste americano con una antigua estación de ferrocarril, es uno de los últimos lugares donde es posible repostar gasolina antes de adentrarse en la Highway 375. Esta carretera rodea el Área 51, una zona militar de alto secreto donde el Ejército realiza pruebas de armamento y donde, según la rumorología local inspirada por el secretismo y por el inquietante paisaje de thriller desalmado, el Gobierno y la CIA llevaron a cabo furtivos experimentos con seres de otro planeta. Por si acaso, y como (casi) todo es posible en EEUU, desde el año 1996 la Highway 375 se llama oficialmente E.T. Highway. O sea, Carretera Extraterrestre.

La estrecha secundaria se extiende en línea recta hacia el lento atardecer, mágica y sedante. Desierto a un lado, desierto al otro, más horizonte del que es posible abarcar. La rutina del paisaje se interrumpe con señales que indican los caminos hacia la zona militar con efusivos 'Warning', 'Restricted area', 'Photography is prohibited'. En la cuneta, una extraña hilera de botellas de colores se balancea como cuando en las películas se anticipa una sorpresa o un susto. Solo que aquí no hay nada más que un paisaje casi eterno. Y no pasa nada. Todo está suspendido. Las botellas, según informan más tarde a los forasteros, son para atraer a los ovnis. Esta vez no hay conspiración gubernamental que valga: las han colocado aquí los amantes de los expedientes X para establecer un posible contacto precario con alienígenas.

Unos noventa kilómetros más de soledad, cáctus, polvo y carretera y aparece una casa del Far West abandonada que una vez al año abre como sede del Congreso de Ufología. Sólo una veleta movida por un aire seco distrae el silencio del desierto. Continúa el decorado sobrenatural y, de repente, surge una ristra de autocaravanas desvencijadas que se presenta como el único pueblo de la zona. Se llama Rachel y tiene una población, según anuncia su página web oficial, de 98 humanos y un número desconocido de aliens. La gasolinera está fuera de servicio desde hace años, y las más cercanas están en Ash Springs, a 72 km al sur, y en Tonopah, a 180 km en dirección norte. Es imposible no sentir la poderosa presencia del desierto en un lugar tan desolado. Aquí, los servicios se reducen a una iglesia baptista, una tienda de víveres y un motel llamado A'Le'Inn -juego de palabras entre alien, ale (cerveza) e inn (hostal)-.

El motel es una especie de desván donde se puede encontrar una lunática colección de objetos relacionados con los marcianos. Su dueño, un recalcitrante defensor de las armas de fuego y la libertad individual que éstas supuestamente salvaguardan, mantiene en el otro extremo del bar una colección de furiosas diatribas contra el ex presidente Bill Clinton. Las habitaciones son en realidad pequeñas autocaravanas. Y por la noche, la cantidad de estrellas que ahí se contemplan hacen reflexionar, un poco más en serio, sobre la existencia de otros mundos.

Para no decepcionar al que, a estas alturas, aún no haya divisado platillos volantes, la zona depara otros atractivos que, si bien no transportan a otra galaxia, sí a otra época. Los 200 kilómetros que separan Rachel de Goldfield están salpicados por las antiguas minas que durante años sembraron los suelos y los bolsillos de quienes pusieron un nombre tan explícito al lugar. Hoy, acabado el oro, el pueblo vive una existencia espectral, poblado por multitud de objetos sin dueño, casas de madera en ruinas y caravanas de vaqueros abandonadas. Los forasteros no ven por aquí ni cowboys ni alienígenas, pero sí muchos fantasmas.



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Little Aleinn

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