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El amargo vuelo de retorno

Germania, Isabel, Jorge o Gregorio son inmigrantes afectados por la crisis que han tenido que volver a sus países

SUSANA HIDALGO

Jueves a mediodía en la Terminal 1 del aeropuerto de Madrid-Barajas, faltan dos horas para que salga un vuelo a Ecuador y otro a Bolivia y las historias entre los viajeros tienen un denominador común: 'La empresa quebró y me liquidaron' (Germania Andi, 42 años); 'Ya no puedo más, hasta aquí he llegado' (Jorge Luis Osaeta, 49 años); 'Si Dios quiere, me voy un año y luego volveré' (Gregorio Choque, 34 años); 'Me vuelvo por culpa del trabajo' (Isabel Aguilar, 20 años).

Entre los taxis que llegan a la terminal de Salidas, las colas, las cafeterías y la gente que espera sentada sobre sus maletas, ese jueves hay grupos de españoles que viajan a La Habana y a Santo Domingo; inmigrantes que regresan a sus países por vacaciones, y otros muchos (limpiadoras, técnicos de telecomunicaciones, trabajadores del campo...) que vuelven ahogados por la crisis. Han fracasado en su intento de emprender una nueva vida en Europa. Unos se han acogido a las ayudas del plan de retorno voluntario del Gobierno central, pero otros (la mayoría) ni lo conocen.

Jaime y Javier se funden en un abrazo antes de que el primero cruce la línea de embarque. Los dos son ecuatorianos y hace nueve años eligieron Valencia para asentarse. Pero Jaime, que trabajaba en la construcción, se quedó en paro hace cuatro meses y, ahogado por las deudas, regresa a Ecuador con su mujer, Nancy, y su hija, Alicia, de 9 años.

Jaime apenas puede hablar, es su amigo Javier el que cuenta la historia. 'Los niños y adolescentes, muchos nacidos en España, son los que peor lo llevan: Se han acostumbrado a vivir aquí y el cambio es muy brusco', reflexiona Javier, mientras ve marchar a su amigo. El Gobierno estimó en un principio que se acogerían al plan de retorno unos 100.000 inmigrantes, pero finalmente rebajó la cifra a 87.000. Hasta ahora, tan sólo 4.000 extranjeros, en su mayoría latinoamericanos, se han acogido a las subvenciones.

En otro grupo, Germania Andi, ecuatoriana de 42 años está rodeada de maletas y de su familia. Ella trabajaba en una empresa de limpieza y la liquidaron. Luego llegaron las deudas. 'Empecé pagando 750 euros de hipoteca y al final me pedían 1.600', cuenta. Su marido se queda en España, a ver si cambian las cosas.

La historia se invierte entre los fines de los inmigrantes: Ahora Germania espera encontrar un buen trabajo en Ecuador para mandar dinero a Madrid. Cuando llegó hace nueve años hacía justamente lo contrario. Germania es extrovertida, intenta ser positiva y se la ve a gusto rodeada de los suyos. Gregorio Choque, boliviano de 34 años, es el polo opuesto. Guarda cola para facturar sus maletas solo y le cuesta contar su historia. 'He estado aquí cinco años y medio. Primero en el campo, en Granada; luego en la construcción, en Granada también', afirma.

Finalmente, Gregorio se quedó en el paro y no hubo manera de reincorporarse a la vida laboral. Precisamente, las asociaciones de inmigrantes han denunciado que los trabajadores de la construcción están siendo los más perjudicados por la falta de expectativas y exigen al Gobierno un plan de medidas concretas para ellos.

Es casi la hora de embarcar. Isabel Aguiar, ecuatoriana de 20 años, también regresa a Quito y se lleva con ella a su hija, de cinco años y medio. Su historia está llena de resentimientos. 'He estado aquí siete años y no he recibido ningún tipo de ayuda. Me despidieron de una peluquería y me jodieron. Me dieron muchos papeles a firmar y no me di cuenta y firmé la baja voluntaria. No tengo derecho a paro', cuenta antes de embarcar.

Se va para no regresar, 'ni loca'. 'Nunca volvería a España. Al final estaba viviendo en una habitación con otras cuatro personas. En mi país, por 50 dólares al mes de renta, tengo un piso para una reina', explica. Y antes de embarcar, Isabel suelta su sentencia: 'De haberlo sabido, no habría venido. Poco a poco, tendremos que volvernos todos'.

Menos decepcionado dice sentirse el ecuatoriano Jorge Luis Osaeta, o al menos lo oculta, porque en su discurso se repiten de manera continua frases del tipo: 'Quiero mucho a España', 'Estoy agradecido a España'. Jorge Luis y su hijo veinteañero se han quedado en paro después de que en la empresa de Telecomunicaciones para la que trabajan les dijesen que ya no había trabajo que hacer. Ni siquiera han podido terminar el contrato de un año que habían firmado desde Quito.

Hora de embarcar. Jorge Luis se abraza su hijo, que ha ido al aeropuerto a despedirle y quiere probar suerte en Barcelona. Después, levanta el brazo y se despide con un 'Hasta luego, España'.

El pasado noviembre, el Ministerio de Trabajo puso en marcha el plan de retorno voluntario para inmigrantes de 19 países (los que tienen acuerdos de Seguridad Social con España). El plan consiste en que el trabajador regresa a su país y allí puede recibir el paro al que tenga derecho. El que se acoja a dicho plan no puede volver a España en tres años. Para acceder a las ayudas, el inmigrante tiene que renunciar a su permiso de residencia y de trabajo.

El Gobierno pretende desahogar la parte de la bolsa del paro formada por extranjeros, sobre todo vinculados al sector de la construcción. Desde noviembre y hasta la primera quincena de marzo, casi 4.000 inmigrantes se han acogido al plan. La mayoría son de Ecuador, Colombia y Argentina y vivían en Madrid, Murcia o Valencia. En un principio, el Ejecutivo estimó que 100.000 extranjeros volverían, pero luego rebajó la cifra a 87.0000. Las principales asociaciones de inmigrantes no apoyan el plan y lo critican. En Rumiñahui, que agrupa a ciudadanos ecuatorianos, critican el hecho de que se esté vinculando la crisis económica a la inmigración.  

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