Público
Público

Por el amor a una actriz

Cuando a Paul Newman le preguntaban por qué dirigía películas, el actor contestaba “para que salga mi mujer en ellas”

EULALIA IGLESIAS*

Cuando a Paul Newman le preguntaban por qué dirigía películas, el actor contestaba “para que salga mi mujer en ellas”. Joanne Woodward, actriz e inspiración de cinco dramas intimistas y de gran poso dramático, es la columna vertebral de la escasa filmografía de Newman como director. Existe un sexto título, Casta invencible (1971), del que tomó las riendas después de que se cayera el primer realizador previsto y por tanto se escapa de las constantes que perfilan su obra como cineasta.

Newman empezó a dirigir en la cumbre de su carrera como actor, como si quisiera experimentar detrás de la cámara y ya como maestro todo el aprendizaje que había absorbido como alumno en el Actor’s Studio. Desde su primera película, Rachel, Rachel (1968), apostó por un cine de personajes, levantado a partir de unos sólidos cimientos literarios que le permitían concentrarse en el trabajo con su segunda esposa y actriz principal. En sus películas, el protagonista de El golpe nunca quiso dejar una excesiva huella autoral, ni mucho menos explotar su propia imagen. Prefería ponerse al servicio del contenido dramático, que la fuerza de la historia y sobre todo de sus actores cobrara todo el protagonismo.

Tanto Rachel, Rachel como su tercera obra, El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas (1972), se centran en personajes que se escapan de cualquiera de los estereotipos femeninos difundidos en el cine. Mujeres desubicadas, que no acaban de encontrar su lugar en el mundo, hipersensibles y excéntricas, nada fáciles de catalogar, a las que Woodward aportó toda la grandeza de su talento interpretativo.

También son éstas sus dos mejores películas, junto a la última, El zoo de cristal (1987), adaptación del dramaturgo estadounidense Tennessee Williams en la que el realizador supo trasladar toda la irrealidad del mundo frágil y claustrofóbico en el que el dramaturgo encerró a sus personajes. El zoo de cristal además certifica la excelencia de Newman como director de actores. Junto a Woodward, John Malkovich y Karen Allen servían unas de las mejores interpretaciones de sus carreras.

Quizá el menos interesante de sus filmes como director sea el más popular y convencional, Harry e hijo (1984), también el único que, basado en un guión coescrito por él mismo, no tiene a una mujer como eje principal. Sin pretender erigirse jamás como tótem de ninguna forma de entender el cine, la carrera de Newman director resulta sin duda mucho más interesante que la de, por ejemplo, su colega y, con permiso de Mrs Woodward, mejor pareja en la pantalla, Robert Redford.

Una carrera que se adecua a la imagen que él transmitió de sí mismo: tan sólida como humilde, sin otra ambición que la del trabajo bien hecho, y que sobre todo expresa su amor al arte de la interpretación menos exhibicionista. Amor por el trabajo actoral, pero sobre todo por una actriz. Para esta faceta del trabajo de Paul Newman, también nuestro más sincero respeto.

* Eulalia Iglesias es crítica cinematográfica

¿Te ha resultado interesante esta noticia?

Más noticias