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Ben Kingsley, entre el pacifista y el energúmeno

El actor afirma que en la exploración de sus personajes encontró su propia identidad

ÁNGEL MUNÁRRIZ

Sólo una cierta dosis de bipolaridad ha permitido a Ben Kingsley prestar las mismas facciones al abnegado pacifista Mahatma Gandhi y al energúmeno brutal de Sexi Beast. Y, a lo largo de una trayectoria marcada por los extremos, encontrarse a sí mismo y a su propia identidad. 'Examinando personajes complejos, poco a poco, año tras año, terminé explorando mis propios comportamientos, actitudes en las que estaba atrapado, supongo que desde la infancia. Hasta que un día me di cuenta de que me había encontrado a mí mismo', explica el actor.

Kingsley nacido al norte de Inglaterra en 1943 con el nombre de Khrishna Bhanji recibe a Público con motivo del estreno, el 13 de noviembre, de 50 hombres muertos, que promociona estos días en el Festival de Cine Europeo de Sevilla haciendo gala de sus modales pausados y su aire beatífico.

Su personaje, el agente Fergus, es el contacto de un soplón del IRA, un hombre que se debate entre sus obligaciones policiales y su relación paternofilial con el terrorista arrepentido.

'¡Quién sabe cuántas neuronas he quemado con Martin Scorsese!'

Un personaje que se presta a una valoración moral. 'No juzgo a mis personajes. Es terrible ese cine que te dice: Odia a este tipo, es el malo. La vida no es así. La vida está en medio de alguna parte', afirma, convencido de que un actor debe explotar 'su ángel y su demonio'. Kingsley sostiene que la cinta, 'por haberla dirigido una mujer [la canadiense Kari Skogland], no es nada sentimental ni está manipulada'.

El intérprete afirma que ha dejado atrás sus 'neuras' y desmitifica la infelicidad como fuente de creatividad. 'Es erróneo', dice. Toda su confianza, afirma, está en el trabajo. Y de eso ha tenido de sobra en el rodaje de Shutter Island, en la que Martin Scorsese lo ha puesto a sus órdenes junto a Leonardo di Caprio. 'Me han dicho que Marti está contento con el resultado', afirma con una expresión que denota alivio. 'Es un director alegre y enérgico, que obliga a los actores a correr riesgos maravillosos. La película es un psicothriller muy intenso, y el desgaste ha sido enorme. Un día de rodaje es como tres años en la universidad. ¡Quién sabe cuántas neuronas he quemado!', bromea el actor.

'El espectador no es tonto, pero Hollywood lo subestima'

Tras una carrera en la que ha trabajado con Polanski, Spielberg, Mike Nichols, William Friedkin y Richard Attenborough, entre otros, su abanico de personajes abarca desde el contable judío Itzhak Stern de La lista de Schindler hasta el torturador convertido en víctima de La muerte y la doncella, por elegir dos ejemplos alejados entre decenas de papeles antagónicos.

Incluso, cerrando el círculo, se ha interpretado a sí mismo en la ya mítica serie Los Soprano, en la que se retrata como un acomodado actor de vuelta de todo, cargado de cinismo.

Es 'absolutamente autoparódico', aclara sonriente. Porque a estas alturas, frisando ya los 66 años, Kingsley afirma querer cualquier cosa menos acomodarse. 'Por eso me he hecho productor'. Su premisa, su exigencia, es que el cine debe respetar la inteligencia del espectador.

Y ahí guarda ciertos reproches para el cine americano. 'Hollywood se pone muy nervioso poniendo la cámara delante de la gente y simplemente viendo qué hacen, algo que en Europa se hace con facilidad', explica. A su juicio, existe una obsesión por evitar 'que el espectador se salga del cine, se duerma o cambie de canal'. 'Lo subestiman, ¡y el espectador no es tonto!', concluye.

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