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Berganza afirma que nunca he sido una estrella mediática porque no le ha hecho falta

EFE

Ha cantado con la Callas, la ha dirigido Von Karajan y ha rendido con su voz pura y expresiva a la Scala, pero a Teresa Berganza, a la que la Academia de la Música acaba de conceder su Premio de Honor, casi lo único que le importa es su amor a la música. "Nunca he sido una artista mediática -reconoce en una entrevista con Efe-, pero porque no me ha hecho falta", advierte.

Berganza, que el 16 de marzo cumple 74 años, está "muy contenta" con este nuevo premio porque ha sido, además, "como la mayoría" de los que le han dado, por unanimidad. Pero no son los honores lo que más le conmueve, dice, sino la ternura "muchas veces inesperada" de su público.

"Si yo fuera ahora joven seguramente sería profesora de solfeo porque yo no me veo saliendo en la televisión para hacer mi carrera. Nunca he sido una artista mediática, pero porque no me ha hecho falta. Yo actuaba en la Scala y ya tenía mi contrato para el año siguiente y eso es lo que yo quería, no salir en la televisión", aclara.

La "Carmen" de Bizet está ligada a su carrera indisolublemente pero también a su vida: "cuando empecé a ensayarla y canté 'liberté' me metí tanto dentro del papel que me divorcié -de Félix Lavilla, su primer marido y padre de sus tres hijos-. Llevaba diez años pensándolo y ahí me decidí", cuenta.

La cantante se dio cuenta de que cuando Carmen decía "libertad" decía "que era ella la que elegía". Y eso hizo Berganza: "miraba a un hombre que me gustaba, él me miraba y terminaba siendo mío".

Se ha enamorado muchas veces y ha creído que era "para toda la vida", pero su segundo matrimonio, con José Rifa, la ha doctorado en escepticismo.

"Él era el sacerdote al que consulté sobre qué debía hacer con mi primer marido. Y se quedó conmigo, pero me fue muy mal -se casaron pero él luego decidió retomar los hábitos-. Me he sentido engañada por él y por la Iglesia", dice quien con 16 años se metió durante unos meses en un convento porque quería ser "la esposa de Cristo".

"Ahora sufro mucho porque tengo muchas dudas. Estoy muy alejada de aquel misticismo", aunque en sus clases de yoga ha logrado un estado próximo al "nirvana" que le lleva a pensar que "si así es la muerte, debe ser maravillosa".

Su "verdadero amor", la música, sólo superado por el que profesa por sus hijos y sus nietas, está presente cada segundo de su vida desde que empezó su carrera hace 53 años aunque "haga ya tiempo" que no da recitales, y eso que acaba de "debutar" en Moscú, en el Teatro del Bolshoi.

Su amiga Elena Obratzova la invitó al concierto-homenaje que le dedicaba el Bolshoi por su 70 cumpleaños "y se empeñó" en que cantara zarzuela. Acabó interpretando el tanguillo de la Menegilda, el zapateado de la Tempranica, el aria de la borrachera y luego, con la rusa, el dúo de los gatos de Rossini.

"Tenía miedo porque pensaba que esos rusos me iban a ahogar, pero tocaron que no se puede tocar mejor. Cuando terminaron los profesores vinieron a que les firmara vinilos míos antiguos y uno me dijo 'usted no es una cantante, sino un Stradivarius'. Me hizo llorar", recuerda.

La primera mujer que ha ingresado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, estuvo 25 años actuando siempre "por encima de los Pirineos" porque en su país "no la querían". "Siempre he cantado en España con miedo, pero cuando debuté en el Real -en 1997- me encontré un público impresionante".

Dice que sólo "practica el divismo" cuando "va de artista". "Me encanta el rolls, la alfombra roja y el champán, pero soy diva, sobre todo, cuando las cosas no están en su sitio. He llegado a dar puñetazos en la mesa porque no soporto la falta de profesionalidad".

Su estado anímico es "muy positivo" porque ha conseguido "ser más libre que Carmen y encima sin tener que ir a la fábrica de cigarros", declama riéndose y tarareando porque, claro, no tiene que cantar mañana ni pasado. De lo contrario llevaría una tablilla colgada del cuello para escribir instrucciones y no tener que hablar.

"Mi primer médico, Eleuterio Delgado, me dijo que debía amar mi voz y cuidarla al máximo. El compañero de mi vida sería el silencio y mi compañera la soledad. Y lo han sido".

Concha Barrigós.

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