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Berlusconi amordaza la televisión pública

El primer ministro italiano trata de cortar las alas a los programas críticos con su Gobierno en las cadenas públicas

SANDRA BUXADERAS

El cerco se está estrechando. El primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, no se contenta con poseer tres cadenas privadas en Italia y ahora también trata de acallar con todos los medios a su alcance las voces más críticas de la televisión pública italiana, la Rai. De este modo espera controlar hasta el 80% de la audiencia de la televisión, que se configura como un instrumento político vital pues no en vano entre el 70% y el 80% de los italianos dice informarse a través de la pequeña pantalla.

El político y magnate de televisión —posee los canales Canale 5, Rete 4 e Italia1 a través de su empresa Mediaset, compañía que también controla la española Telecinco— lleva años afirmando que la mayoría de los periodistas italianos 'son comunistas', pero su campaña de acoso se ha endurecido tras el estallido de escándalos sobre su vida privada.

Así, Berlusconi ha conseguido finalmente echar al responsable del canal Rai3, Paolo Ruffini. ¿Su pecado? Lograr la primacía en la hora estelar de la noche ante las cadenas de Mediaset, propiedad del primer ministro. Y ello además con programas plurales e incómodos para el Gobierno, como Report, de Millena Gabanelli, Ballarò, de Giovanni Floris, o Parla con me, de Serena Dandini. El mismo día que Ruffini recogía los enseres de su despacho, el presentador amigo de Berlusconi, Bruno Vespa, veía aumentado su sueldo hasta los 1,5 millones de euros al año.

El principal aliado de Berlusconi en la cadena es su director general, Mauro Masi, nombrado en abril, el mismo que trató de dejar sin protección legal al programa de investigación Report, o que durante meses ha bloqueado el contrato de uno de los periodistas que más ha escrito sobre los problemas judiciales del primer ministro, Marco Travaglio, que tiene un monólogo en el programa de Rai2 Annozero, dirigido por Michele Santoro.

La última medida de Masi ha sido denegar el permiso a Rai3 para transmitir en directo la manifestación celebrada ayer sábado en Roma contra Berlusconi. Masi fue también quién defendió la salida de Ruffini, pero también la oposición de izquierdas en el consejo de administración tuvo su parte de culpa, pues acabó dividiéndose ante la insistencia del director general.

La oposición de izquierdas en el Parlamento italiano, de hecho, tiene su buena dosis de responsabilidad por la situación cada vez menos plural en la televisión italiana. Por una parte, no ha cambiado la tradicional adjudicación de colores políticos a las tres principales cadenas de la Rai. Así, Rai1 presta siempre más atención a la acción del Gobierno, Rai2 a la del centro-derecha y Rai3, al centroizquierda. Según explica a Público el presidente del Osservatorio de Pavía -un organismo que cuenta los tiempos que cada partido disfruta en la Rai-, Stefano Mosti, este equilibrio de poderes 'no ha cambiado en los últimos años', ganara quien ganara las elecciones.

Por otra parte, la izquierda se negó a regular el conflicto de intereses en los años en los que ha estado en el poder después de la entrada de Silvio Berlusconi en política. Esa es la razón por la que el primer ministro puede poseer tantos medios privados e influir, además, en los públicos de una forma cada vez más descarada, según denuncian los trabajadores de la cadena.

Así, cuando miles de italianos se hartaron de los excesos del Cavaliere y salieron a la calle en octubre para exigir pluralismo informativo, el director del noticiario estrella de Rai1, Augusto Minzolini, se permitió atacar a los manifestantes en pleno programa. 'Denunciar que la libertad de prensa está en peligro es absurdo', dijo. El comité de redacción forzó la lectura de un comunicado en el siguiente informativo para recordar que la Rai se debe a su condición de servicio público imparcial.

Los trabajadores también se quejan de que el control de Berlusconi llega hasta niveles inferiores -con la promoción de periodistas que durante años han cubierto su carrera política- y cubre hasta los mínimos detalles. Por ejemplo, algunos comentan que Roberto Gasparotti, su responsable de imagen, suele dificultar que los cámaras se acerquen demasiado al dirigente para que no se le noten las arrugas, o que le inmortalicen en posiciones desfavorecedoras.

Pero ahora el primer ministro italiano ha encontrado un arma más para aumentar su control. Su Gobierno ha obligado a la televisión pública a firmar un nuevo contrato de servicio público por el cual se crea un organismo externo de control de la 'calidad de la oferta', que algunos ven como un comité de censura.

Esta medida no sería polémica si no fuera porque el ministro de Desarrollo Económico, Claudio Scajola, anunció el cambio en el contrato después de que el programa Annozero entrevistara a la prostituta que afirma haberse acostado con Berlusconi. En el contrato también hay medidas para cortar las alas a periodistas críticos, al obligar a que haya siempre una contrarréplica inmediata de sus afirmaciones.

Las alarmas han saltado más allá de la Rai y han llegado hasta organizaciones civiles internacionales como Reporteros Sin Fronteras, que en su informe anual asegura que Berlusconi se acerca peligrosamente a la lista negra de dictadores de la información entre los que se encuentran el ruso Vladimir Putin o el libio Muhamar Gadafi.

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