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El burka es una aguja en el pajar francés

La polémica de la derecha obvia que la prenda está casi ausente de la calle

ANDRÉS PÉREZ

Viernes por la tarde. Mercadillo del barrio de Val-Fourré, a unos 60 kilómetros al noroeste de París. Hace tiempo que estos rastrillos de trabajadores del automóvil, abuelos, padres y jóvenes de origen magrebí, africano y turco en su mayoría, derrocaron el mercadillo tradicional francés del centro del pueblo. En medio de las viviendas sociales, al lado de la mezquita, cerca de simpáticos restaurantes con la televisión turca o Al Yazira a todo trapo, se encuentra de todo en los estantes. De todo, pero, eso sí, pregunte usted por un burka o un niqab. Le mirarán como a un marciano, y tardarán horas en encontrarle uno.

Con el debate organizado por la derecha acerca de la identidad nacional francesa y sobre el velo integral islámico, la Francia oficial ha vivido algo semejante a un episodio de alucinación colectiva. A juzgar por las televisiones francesas, el discurso de los políticos o las noticias de los periódicos de provincias, daba la impresión de que esta prenda había llegado como una invasión masiva, presente en todas las calles. Un paseo por esas mismas calles demostraba lo contrario.

En los puestos del mercadillo de Val-Fourré no hay ni rastro del burka

Durante el período en que la clase política francesa utilizaba su tiempo en discutir sobre la supuesta amenaza integrista, este periódico recorrió durante días diversos mercadillos de las barriadas populares de todo el país, la nueva Francia donde el vuelco demográfico derivado de la inmigración ya es una realidad. En Roubaix (norte), en el barrio del Panier (Marsella), en el mercadillo de Minguettes (periferia de Lyon), en Ménilmontant-Couronnes (París) o en el propio Val-Fourré, comprar un velo integral es como buscar una aguja en un bazar.

Por supuesto que es posible encontrar a mujeres con niqab en esos barrios donde Francia luce ya todos los colores. Son algunas de las aproximadamente 2.000 que llevan el velo integral islámico (un 0,006% de la población femenina en Francia). Concretamente, este periodista vio a una en Minguettes, dos en el Panier de Marsella y otra en Roubaix. Una gota en el océano.

En los estantes, lo que predomina son las especias orientales, las carnes halal, apasionantes recopilaciones de música raï en CD, que exhiben fotos de adolescentes semidesnudas en la pista de baile. Hasta hay ropa interior femenina de encaje que imita la picante puntilla de Calais, pero con arabescos. Se ven cien mil veces más chicas de ojos almendrados vestidas con vaqueros y luciendo tipo, que mujeres fundamentalistas.

'Desde la polémica, la prenda se vende un poco más', dice un comerciante

El mercadillo de la barriada de Val-Fourré es la mejor muestra de lo que secretamente puede estar inquietando a la derecha francesa. Este conjunto de viviendas sociales fue construido a lo largo de los años 60 en el pueblo de Mantes-la-Jolie, para acoger a la población inmigrante destinada a trabajar en las vecinas fábricas de Renault, Peugeot y Citroën. Los constructores tomaron la precaución de aislar el barrio del centro histórico del pueblo. Hasta principios del siglo XXI, las autoridades intentaron impedir que tuvieran su propio mercadillo, y en ese empeño incluso impusieron a los comerciantes una fiscalidad abusiva. Batalla perdida. Hoy más de la mitad del pueblo vive en el conjunto de viviendas sociales y el dinamismo demográfico inclina la balanza. El centro de la vida social ya está en el barrio,antes aislado.

'¿Burka? Yo no he visto ni uno', dice Abdesalam con gesto de cansancio. 'Eso sí, mira el género que tengo', añade señalando con el brazo una extensa gama de pañuelos islámicos de todos los colores para cubrir el cabello. 'El Corán sólo dice que la mujer debe cubrirse el pelo, no que tenga que taparse la cara', concluye.

Otro comerciante musulmán, que pide ser identificado sólo como 'un librero de París', es más explícito. ¿Existe un auge de la venta de burkas? 'No. Bueno... Sí. Desde que han montado la polémica, se nota que se vende un poco', explica.

La mirada de Assiata Meryem, una joven cuyos padres emigraron hace 20 años desde Guinea Conakry, vagabundea por los puestos de ropa interior, acompañada por una rubia bretona, Mélissa. Assiata lleva no un niqab, pero sí una shayla, un foulard que envuelve la cabellera y el cuello, a juego con su falda. Del burka no quieren ni hablar. '¿Sabes? Ese tema sí que irritó mucho antes, cuando hubo la anterior ley de prohibición', explica la joven africana, en referencia a la ley que prohíbe el velo de las alumnas en colegios y liceos desde 2004.

La prensa francesa publicó hace unos días la lista de los nombres de pila más frecuentes en los bautizos de 2009. Para los chicos, Mohamed fue el número uno en Marsella, ciudad fecunda donde las haya. Quizá sea esa lapreocupación secreta de la derecha, y la fachada sea tanto debate sobre la identidad nacional y el burka.

En tal caso, más vale que la derecha francesa sigapreocupada. En el estante de al lado, se vende un libro rosa cuya portada recuerda a Corín Tellado, con el título Para ti, hermana musulmana. La obra da consejos prácticos a las chicas sobre cómo evitar la eyaculación precoz del joven novio cuando vuelve con estrés de la fábrica.

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