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Cambios poco esperanzadores en Bangladesh un año después del derrumbe de la fábrica textil

VÍCTOR OLAZÁBAL

Hicieron falta más de 1.130 muertos y 2.500 heridos para que el mundo se fijase en las condiciones de trabajo de las costureras de Bangladesh, que tejen ropa para marcas occidentales. El derrumbe del edificio Rana Plaza hace hoy justo un año supuso un punto de inflexión en la situación del sector textil del país asiático. Desde entonces, algunos cambios han mejorado el día a día de los trabajadores, en su mayoría mujeres, aunque sus demandas están todavía lejos de cumplirse.

Ubicada en Savar, cerca de Dacca, la fábrica del desastre estaba diseñada para albergar cinco plantas, pero tenía ocho. Trabajaban 5.000 empleados. Además, descansaba sobre aguas pantanosas. Días antes del colapso, las costureras ya advirtieron de la existencia de grietas en las paredes. Aquel fatídico día acudieron a trabajar obligadas por su patrón: era final de mes y se arriesgaban a perder los ingresos de todo abril si desobedecían.

Unos cuatro millones de personas trabajan en algo más de 5.000 fábricas textiles en todo el país. Tras el desastre del Rana Plaza, muchas de ellas han dicho basta. Se plantan cuando ven que sus condiciones no se cumplen, cuando sus puestos de trabajo no tienen las medidas de seguridad mínimas. Los sindicatos locales calculan que ahora el 30% de los empleados conoce sus derechos y lucha por ellos.

'Las marcas deben pagar precios más altos a las fábricas y comprometerse a un salario digno'

Durante todo el año, las costureras salieron a la calle para exigir una mejora en sus condiciones. El pasado diciembre el gobierno cedió y aumentó el salario mínimo un 77%. Ahora es de 0,25€ la hora, 49,5 euros al mes. Sigue siendo el más bajo del mundo, por debajo del de Camboya. Los trabajadores exigen que sea de 74 euros porque con la subida de precios el aumento del sueldo no remedia sus problemas a fin de mes. 'El salario va directamente al mercado de comida', asegura Kasha, una costurera que cobra 0,28€ por cada hora extra que tiene que hacer para que le salgan las cuentas. 'El aumento está muy lejos de lo que se necesita para pagar los gastos básicos de una familia; las marcas deben pagar precios más altos a las fábricas y comprometerse a un salario digno', reclama Liana Foxvog, del Foro Internacional de Derechos Laborales (ILRF, en inglés).

Sindicatos libres

Si ahora las trabajadoras levantan la voz también es porque se ven más protegidas frente al empresario. Más de 100 sindicatos han podido registrarse libremente en el último año, frente a la persecución que han sufrido desde hace décadas. Aunque en la práctica continúan denunciando la ausencia de poder para negociar. 'Ahora es el momento para que las fábricas respeten el derecho de los trabajadores a la negociación colectiva en las negociaciones del contrato', pide la directiva de ILRF.

Los trabajadores del textil bangladesís cuentan que las amenazas de los propietarios de las fábricas siguen presentes. Ante la subida de sueldo su margen de beneficio se ha reducido, por lo que aumentan la productividad, de modo que las 8 horas de jornada laboral se convierten en 12 a base de horas extra y fines de semana en el trabajo. No obstante, los empleados se niegan a trabajar cuando no existen las medidas de seguridad suficientes, como una escalera de incendios o que puertas y ventanas estén abiertas para una mejor ventilación (las costureras aseguran que antes trabajaban con la puerta bajo llave para que no saliesen).

Una mujer regresa a su casa junto a un cadaver identificado entre las víctimas del derrumbe. REUTERS

Rahul tiene 30 años y desde hace nueve trabaja en Savar, en el polígono industrial Export Processing Zone, donde las fábricas cuentan con más controles y mejores condiciones. En su edificio como supervisor cobra 112 euros, mientras que los costureros cobran entre unos 42 euros. Tiene una hora para comer y su jornada suele acabar a las cinco de la tarde. 'No siento miedo porque en este polígono el trabajo es mejor que en las fábricas de fuera', asegura durante su tiempo de descanso. 'Es muy difícil decir que todo ha cambiado. Ha mejorado algo, sí. Creo que en los próximos cinco años la situación mejorará más', afirma Roy Ramesh, secretario general de Federación de Sindicatos Internacional IndustriALL en Bangladesh.

¿Han cambiado las marcas?

En este último año, las marcas occidentales se han visto obligadas a dar un paso al frente ante la situación de los trabajadores bangladesís que cosen sus prendas a bajo coste. El país asiático es el segundo mayor exportador de ropa, superado sólo por el gigante chino. Tras el derrumbe del Rana Plaza, más de 150 compañías firmaron un gran acuerdo con el que se comprometían a la inspección de más de 1.700 fábricas para evaluar en qué condiciones trabajan las costureras. Esas revisiones durarán hasta el próximo septiembre y determinarán qué centros deberán reformar sus instalaciones o cerrar.

Empresas como Carrefour o Benetton no han aportando nada al fondo de ayuda a las víctimas  

Al mismo tiempo, se ha creado un fondo para reunir el dinero de las compensaciones económicas para las víctimas del mayor desastre en el sector textil del país asiático. Empresas como Mango, Inditex, El Corte Inglés, Bonmarché o Primark han aportado dinero, aunque las cuatro primeras no hacen públicas las cantidades. La cadena irlandesa, por su parte, afirma haber donado un millón de dólares de los siete que componen el fondo. Esta campaña pretende llegar a los 40 millones de dólares, pero hasta ahora la mitad de las marcas no han dado su brazo a torcer ya que firmas como Benetton, Carrefour o Matalan no han aportado nada.

'Algunas empresas están empezando a reconocer que el enfoque voluntario y confidencial de la responsabilidad social corporativa de las dos últimas décadas no ha sido suficiente para salvar vidas', afirma Foxvog, de ILRF. No es tan optimista Chowdhury Abrar, presidente de la organización pro-derechos humanos ODHIKAR, con sede en Dacca. 'Las firmas no creen que deban mejorar las condiciones de trabajo de la gente. Es la presión lo que les está obligando a hacerlo', opina este activista bangladesí.

Para Abrar se está dando una contradicción en la situación actual del sector textil de Bangladesh. 'Las empresas occidentales exprimen al máximo a los trabajadores. En una mano, quieren calidad, derechos laborales y buenas condiciones y en la otra mano intentan exprimirles. No puedes tener ambas cosas. No se sienten responsables y creen que Bangladesh tiene que ser un proveedor barato', dice con rotundidad.

Desde IndustriALL demandan a las grandes marcas que destinen 10 céntimos de cada prenda a los trabajadores que las producen. Con eso, 'se doblaría el salario de cada empleado bangladesí que así podría tener una vida decente', asegura Roy Ramesh. 'Para un consumidor en Europa, 10 céntimos no es nada, para un bangladesí lo es todo. Pero ni las marcas ni los consumidores quieren', añade.

Un grupo de personas ayuda en las labores de rescate tras el colapso del edificio. EFE

Tras el derrumbe del Rana Plaza volvió a discutirse la teoría de que es mejor un país con malas condiciones de trabajo que un país con mucho desempleo. Según esta idea, el desarrollo de Bangladesh se debe en gran parte a este fenómeno. 'Es mejor tener malas condiciones que no tener nada, pero tiene que haber un movimiento hacia las buenas. Si se estanca, no sirve de nada. Tiene que haber avances y eso no está pasando', afirma el presidente de ODHIKAR. 

Las organizaciones internacionales denuncian que aún hoy las leyes laborales de Bangladesh están muy por debajo de las normas internacionales. En ese sentido, la directiva de ILRF entiende que 'la dicotomía 'sin trabajo o mal trabajo' es falsa. Los trabajadores bangladesís quieren puestos de trabajo, pero quieren que sean empleos con dignidad'. Por eso, esta activista apuesta por una tercera vía: 'puestos de trabajo que respeten los derechos de los trabajadores, que tengan un salario digno y que proporcionen condiciones seguras y saludables. Los consumidores no deberían aceptar nada menos de las corporaciones globales', concluye. Por el momento, este camino a seguir está lejos de extenderse en el país con el salario mínimo más bajo del mundo. 

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