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Cervezas, fútbol y chicas cotizan al alza en el foro

Los momentos de relax de la cumbre

B. CARREÑO

El encuentro más caro en la historia del G-20 (1.000 millones de euros) ha resultado una reunión insípida en las conclusiones, pero más amena de lo habitual para los líderes mundiales. La celebración de la Copa del Mundo de fútbol al mismo tiempo que se desarrollaban los encuentros, primero, del G-8 y, luego, del G-20 han permitido a los jefes de Gobierno olvidar los estragos del jet-lag. Las apuestas se sucedieron durante las cenas de trabajo, aunque algunas ya venían resueltas por anticipado.

Obama y Cameron aprovecharon la reunión del G-8 en Canadá para intercambiarse unas birras pendientes a raíz del empate a uno de sus selecciones nacionales durante la primera fase del mundial. Se habían apostado durante su primer encuentro bilateral que el ganador del partido invitaría al contrario a una cerveza. El empate llevó a que ambos presidentes viajaran desde sus respectivos países con, al menos, un botellín que ofrecer al otro.

Merkel y Cameron siguieron juntos la mitad del partido de sus selecciones

La satisfacción con la que ambos políticos se bebieron su cerveza hubiera sido mucho menor de haber sabido que apenas 24 horas después sus selecciones iban a ser eliminadas de la competición. La goleada de Alemania a Inglaterra fue dentro y fuera de la competición, ya que las tesis germanas sobre consolidación fiscal han sido las que han primado durante el encuentro. La canciller, una forofa reconocida del fútbol, se ausentó hasta 45 minutos de la sesión plenaria junto con el primer ministro británico para ver, mano a mano, el final de la segunda parte.

También los cientos de periodistas acreditados siguieron de cerca los partidos, tarea para la que se había preparado una pantalla gigante en la zona de recreo del Centro Internacional de Prensa. Además de espacio para el fútbol, el centro también tenía un simulador en 3D para que los periodistas se hicieran la ilusión de haber visitado, en incluso haberse mojado (el aparato salpicaba agua), en las cercanas cataratas del Niágara.

También hubo momento para la intriga palaciega. La aparición del primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, con una mujer rubia al descender del avión desató las sospechas de sus compatriotas sobre una nueva pareja con la que olvidar las penas de su divorcio. Fuentes italianas desmintieron esta suposición asegurando que la joven era una suplente de la secretaria habitual del político, que se había indispuesto.

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