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El coloso suramericano rivaliza con China como economía emergente

Brasil ha soportado con holgura la crisis financiera global y encara el futuro con optimismo

A. M. VÉLEZ

Con la economía mundial en picado, un país que espera crecer el año que viene entre el 4,5% y el 5%, con un importante déficit de infraestructuras y la quinta mayor población mundial, parece un buen destino para invertir. En el mundo económico, Brasil está de moda: rivaliza con China (único país cuyo PIB creció más en 2008) como potencia emergente del siglo XXI, pese a que no ha acabado con las dolorosas desigualdades que le valieron el apodo de Belindia, al combinar niveles de desarrollo propios de Bélgica con bolsas de pobreza similares a las de países como la India.

El mandato de Luiz Inácio Lula da Silva, que concluye el año que viene, no ha provocado la fuga masiva de capitales extranjeros que algunos temieron a su llegada al poder, en 2003. En vista de que el ex obrero metalúrgico, pese a sus guiños sociales, respetaba a rajatabla los mandatos de la ortodoxia liberal y continuaba con las reformas iniciadas por el conservador Fernando Henrique Cardoso, el dinero ha acompañado su gestión en los últimos años.

La economía brasileña ha registrado un crecimiento envidiable (una media del 4,7% entre 2004 y 2008) y ha corregido algunos de sus graves desequilibrios endémicos: la inflación está bajo control (el Gobierno estima que cerrará el año en el 4,3%) y el déficit por cuenta corriente y la deuda externa ya no alcanzan los gigantescos niveles de antaño, gracias al constante flujo de inversión extranjera directa de los últimos años (es el principal destinatario de la región). Como muestra, un dato: en junio pasado, Brasil se convirtió en acreedor del Fondo Monetario Internacional (FMI), con el que liquidó su deuda en 2002, al prestarle 10.000 millones de dólares, destinados a países emergentes.

Además, el sistema bancario brasileño ha soportado con holgura la peor crisis financiera que ha vivido el mundo desde la Gran Depresión, lo que ha garantizado liquidez para empresas y familias. Y, en materia energética, al país, que hace décadas se embarcó en una apuesta estratégica por el etanol como combustible básico para el transporte, le ha tocado la lotería: las gigantescas bolsas de crudo halladas el año pasado en aguas profundas del Atlántico van a convertir a Brasil en un actor clave de la escena petrolera.

Las grandes empresas españolas han aprovechado la cercanía cultural y su posicionamiento en Latinoamérica para diversificar su actividad en el país. Algunos nombres españoles, no todos, presentes allí, son los de Telefónica, Santander, CAF, Repsol, Iberdrola e Isolux. España es el quinto inversor mundial en Brasil.

Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. El marco fiscal brasileño es 'asfixiante', según dijo la semana pasada, en una visita con periodistas a Río de Janeiro, el presidente de Repsol, Antonio Brufau; y la economía todavía tiene puntos negros, como el peso de la economía sumergida y la escasa apertura económica. En 2008, el Banco Mundial dijo que la brasileña es una de las economías más cerradas del mundo, pese a la considerable apertura iniciada por Cardoso y continuada por Lula.

En un reciente informe, el ministerio español de Comercio aprecia un 'cierto movimiento de brasileñización' de sectores en su día abiertos a la inversión extranjera, como el eléctrico, las infraestructuras, las telecomunicaciones, el petrolero y el financiero.

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