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El 'comunismo gulash' horadó el Muro desde Hungría

El régimen de Budapest, el más liberal del bloque, fue clave al abrir su frontera con Occidente

PERE RUSIÑOL

El gulag de la República Democrática Alemana (RDA) de Erich Honecker, que aún era estalinista cuando en la mismísima Unión Soviética ya se llevaba la peres-troika, acabó siendo víctima del gulash. Los historiadores coinciden en que Hungría, con la decisión de abrir su frontera que conectaba el Bloque del Este, soviético, con Occidente fue la clave que haría rodar todas las fichas del dominó hasta la caída del Muro de Berlín , dos meses después.

A Hungría se la conocía desde la década de 1970 como el país del comunismo gulash, el plato típico que servía irónicamente para contraponerlo al terrible gulag soviético de cárcel, trabajo esclavo y totalitarismo. Era una manera de subrayar que el régimen era una dictadura, sí, pero menos asfixiante y más interesada en los pequeños placeres degustar un buen gulash, considerados burgueses entre los hermanos del bloque.

En la Hungría de esa época, todo estaba permitido, siempre y cuando no amenazara al régimen que, a diferencia de la RDA de La vida de los otros había renunciado a controlar también las mentes. Prefería el cinismo al totalitarismo: dejaba, por ejemplo, que el Hilton se instalara en Budapest ya en 1976 la primera incursión de la exclusiva cadena al otro lado del telón de acero y autorizaba sin problemas giras de estadounidenses tan ultras como el predicador Billy Graham.

'Lo que pasó hace 20 años fue sólo una certificación oficial de lo que ya estaba en marcha desde hacía años en el país', explica Attila Leitner, periodista del Budapest Times. Él tenía 10 años en esos días que el mundo entero vivía con agitación, pero su recuerdo es el de una evolución lógica dentro de la normalidad. Pone un ejemplo: 'Mi abuelo no tenía nada de comunista y ya puso en marcha su propio negocio sin ningún problema en 1980. Cuando se aprobó que el país sería una república sin el clásico añadido de popular [2 de mayo de 1989], ya llevábamos años de cambios'.

Fue en esta Hungría liberal, que ya había autorizado los partidos independientes en 1988, donde se tomó la decisión clave que acabaría cambiando el rostro del mundo: abrir las puertas a todo aquel que deseara largarse.

En cuatro meses llegaron 'de vacaciones' 60.000 personas; eran refugiados

Fue en tres actos: en el primero, el 2 de mayo de 1989, el Ejército retiró la alambrada electrificada que cerraba el paso hacia Austria. Aunque esta permanecía formalmente sellada, las imágenes condujeron al segundo acto: llegaron decenas de miles de alemanes orientales esperando un signo para huir al Oeste.

En septiembre ya eran 60.000 refugiados, oficialmente 'de vacaciones', lo que llevó al tercer acto ante semejante aglomeración. El 10 de septiembre, el ministro de Exteriores húngaro, Gyula Horn, fue preguntado en televisión cómo respondería el Gobierno si los refugiados cruzaran la frontera. 'Los dejaremos cruzar sin problemas y supongo que los austriacos los dejarán entrar', contestó, según recuerda el historiador Tony Judt en Postguerra (Taurus).

Ya nada fue capaz de detener el huracán: el Muro cayó el 9 de noviembre.

Itsván Gyarmati, presidente del Centro para la Transición Democrática y miembro de ECFR, respetado think tank paneuropeo, rememora con nostalgia aquellos días de 1989. Él era un diplomático tecnócrata de aquel régimen que hacía mucho que ya no creía en sí mismo y pasaba el día reunido con colegas occidentales. Todos con un mismo objetivo: 'Evitar las provocaciones a la Unión Soviética', recuerda. No por temor a una invasión como la de 1956, aclara, sino para no humillar a Mijaíl Gorbachov y ayudarle a contener a sus duros.

'Cuando decidimos abrir la frontera no éramos conscientes de las consecuencias que tendría, pero no teníamos otra elección al no disponer de medios para atender a tantos refugiados. Eso sí, sabíamos que era algo importante. Y progresista', explica en la sede de su organización, en el elegante del barrio de Buda.

Veinte años después, Hungría está en la Unión Europea y Budapest respira tanta libertad que hay sex-shops en cada esquina y las bandas paramilitares de la Guardia Húngara marchan por todo el país con símbolos filonazis amedrentando a los gitanos. Nadie quiere volver al pasado, pero la ilusión de aquellos días ya es tan historia como el Muro.

'Sabíamos que estábamos haciendo algo importante', afirma un ex diplomático

La crisis económica, que golpea con especial saña a Hungría, que sobrevive con la respiración asistida del FMI, ha rematado la decepción. 'La prioridad era el consumo y el régimen era incapaz de ofrecerlo', explica Pal Tamás, director del Instituto de Sociología de la Academia de las Ciencias Húngara.

'En aquel momento, la gente estaba en contra del sistema porque no podía consumir más y le era imposible viajar. Todo lo demás era secundario', añade. Y concluye: 'Ya se ha hecho evidente que aquellas condiciones de vida soñadas, con un consumo maravilloso para todos, son imposibles. De ahí la decepción'.

El polaco Wojciech Jaruzelski, que en aquellos tiempos luchaba para evitar que el capitalismo se apoderara de su país, ha comprendido a destiempo que remó en dirección equivocada. 'Lo que más me gusta del capitalismo son las tiendas llenas de cosas', declara ahora. Los viejos apparatchiks están tan fascinados que ya ni se preguntan si el resto de la gente las puede comprar.

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