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Director de serie B, ¿se hace o se nace?

El autor de la trilogía de ‘Spider-Man’ vuelve a sus orígenes con ‘Arrástrame al infierno’, una película de terror cutre y espíritu gamberro con vocación de arrasar en los multicines. &qu

GONZALO DE PEDRO

Una superproducción es capaz de cansar a cualquiera: directores, público, actores. ¿Podemos imaginar qué le ocurriría a un director normal, acostumbrado a rodajes pequeños, íntimos y alocados, si se viera abocado a dirigir tres superproducciones seguidas? Podemos: basta con observar, por ejemplo, a Sam Raimi, autor de la trilogía de Spiderman: dolores de cabeza, malestar general, aversión a los grandes equipos de rodaje y necesidad irrefrenable de volver a la infancia.

'Quería volver a los orígenes, hacer una película con equipo pequeño, íntima. Spiderman era como dirigir una orquesta sinfónica, y Arrástrame al infierno ha sido como un grupo de jazz. O mejor: esto ha sido como vivir la música y aquello era como explicarles a otros cómo tenían que vivirla', aseguraba el director durante el pasado Festival de Cannes.

Después de rodar la trilogía del arácnido con mallas y problemas de autoestima, y antes de meterse con los episodios cuarto, quinto y sexto (ya anunciados y en preproducción) Raimi ha necesitado parar, darse un respiro y volver atrás. Y de la combinación explosiva de pausa, estrés y rodajes sobre pantalla verde, le salió Arrástrame al infierno, una catarsis psicocinematográfica rebosante de líquidos purulentos, efectos especiales arcaico-digitales, grandes dosis de terror primitivo y mucho sentido del humor. Un producto a medio camino entre el divertimento y la prescripción psiquiátrica: terapia imprescindible para que Raimi pueda seguir reconociéndose en el espejo... y sus seguidores, en él.

El director que se dio a conocer por sus terroríficas travesuras de serie B en los primeros ochenta, y que a comienzos de este nuevo siglo alcanzó el olimpo del dólar y los presupuestos infinitos de la mano del superhéroe azulgrana, presentó en Cannes la película que ahora se estrena en España: una relectura en modo mainstream de los códigos del terror de serie B.

Raimi se mostró muy agradecido porque un festival como Cannes haya reconocido méritos artísticos a 'lo que parece que es sólo una película de terror. Creo que con estas decisiones nos enseñan una nueva manera de ver las cosas, una nueva manera de ver y pensar el arte', decía Raimi en la rueda de prensa de presentación, para evidente desacuerdo de algunos. Y es que su presencia en Cannes, en una proyección especial fuera de concurso, suscitó tantas pasiones como polémicas.

El primer pase de su película, programado minutos después del final del auténtico protagonista del certamen, el Inglorious basterds, de Quentin Tarantino, provocó carreras y apelotonamientos entre una prensa que saldría dividida de la proyección: los que sí, los que regular y los que bajo ningún concepto. ¿Qué hacía una película que mezcla sin complejos un grotesco sentido del humor con los sustos más elementales en el escaparate mundial del cine de autor?, se preguntaban algunos.

Lo que unos vieron como un sacrilegio, otros lo entendieron como un gesto, muy francés, de reconocer la mirada del director en una propuesta de apariencia comercial. El doble salto mortal de Raimi es sencillo y arriesgado al mismo tiempo: renovar el terror de serie B, de público más bien freak y minoritario, sacándolo del antiguo círculo underground de copias piratas y sesiones dobles, para acercarlo a las multisalas, intentando no perder por el camino el aspecto cutre ni el espíritu lúdico y gamberro.

Sin embargo, algo ha cambiado en el cine de Sam Raimi desde su primer gran éxito para minorías amantes del terror primario, Posesión infernal (1981): 'Tanto la distribuidora como nosotros queremos que la película pueda llegar al mayor público posible y si hay que cortar cosas, se cortan. De hecho, hay dos versiones de la película, que se diferencian en apenas siete segundos, y la versión más larga no es la que se estrenará'.

¿Raimi reconociendo de manera explícita que los tiempos de Posesión infernal han quedado atrás y que, en ocasiones, hay que pasar por el aro? Sí... y no. Los seguidores del director pueden estar tranquilos, pues la película no está todo lo domesticada que se podría pensar, y mantiene el espíritu y el aspecto de las producciones de bajo coste. Las inmensas recaudaciones de Spiderman (la primera está entre las veinte películas más taquilleras de la historia) parecen haberle situado en una posición de fuerza, capaz de encontrar quien le financie y distribuya una de las películas más gamberras de la temporada. El propio Raimi reconoce que ahora es mejor director: 'Controlo mejor los recursos del suspense que antes'.

Con Arrástrame al infierno, Raimi protagoniza una peculiar vuelta a la infancia cinematográfica que se traduce, primero, en la recuperación de los códigos del terror más elemental: muchos sustos, magias negras y viejas maldiciones en idiomas perdidos.

'La clave era conseguir asustarnos nosotros mismos' explicaba Raimi en Cannes. 'Si lo lográbamos, sabíamos que asustaríamos a la audiencia. No quería pensar fríamente desde fuera, calculando, poniendo normas y límites, sino ver qué me daba miedo a mí y al equipo para aplicarlo'.

Además, Raimi ha recuperado el uso intensivo de los efectos especiales más clásicos y mecánicos, en lugar de los digitales, mucho más baratos y quizás versátiles: 'Sabía que tenía muchas opciones para crear los efectos en pos-producción, pero necesitaba que los efectos interactuasen con los actores. No es lo mismo dirigir a un actor frente a una pantalla verde y decirle ‘Se te acerca un fantasma, más, más, más a la derecha; no, a la izquierda', que tener algo en el estudio que se acerca realmente al actor. Quería que los actores pudiesen saber a qué se estaban enfrentando, que viviesen los sustos, la tensión'.

Que el viejo Oldsmobile Delta 88 de 1973 que Raimi ha utilizado en todas sus películas tenga un papel protagonista en Arrástrame al infierno podría dar la medida de lo que significa esta película en su carrera: un divertido autohomenaje a modo de divertimento.

Divertimento que es incapaz de esconder, sin embargo, una perversa lectura política... que el propio Raimi niega: la protagonista es una empleada de un banco que, tras rechazar la ampliación de una hipoteca a una vieja gitana, se enfrenta a un demonio convocado por la vieja a modo de venganza. 'No es una película sobre las hipotecas basura, sino un cuento moral de alguien que puede actuar bien, elige actuar mal y tiene que pagar por ello. Ya teníamos la idea pensada antes de que estallara la crisis'.

Sea cierto o no, en tiempos de crisis, nada más terrorífico que una hipoteca imposible de pagar y nada más divertido que una banquera en apuros. Quizás no se pueda refundar el capitalismo... pero sí puede mandarlo al infierno. Auténtica serie B.

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