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"Aquí empezó todo"

Solidaridad. El astillero de Gdansk, cuna del sindicato que minó la dictadura en Polonia, agoniza bajo el capitalismo

TRINIDAD DEIROS

Titanes en el cielo de Gdansk, las gigantescas grúas verdes del antiguo astillero Lenin se yerguen no muy lejos de las tres cruces que recuerdan a los 80 obreros en huelga que murieron cuando el Ejército sacó los tanques a la calle en 1970.

Nación cautiva, como muchos polacos definen a su país bajo el totalitarismo, Polonia era un satélite principal de la URSS; sin embargo, su marcado nacionalismo de raíz católica casaba mal con la dictadura que pervirtió la utopía socialista. Yosif Stalin lo sabía cuando dijo que 'imponer el socialismo a los polacos era como intentar ensillar a una vaca'.

Gdansk y su astillero son uno. La ciudad termina donde empieza la industria que hasta hace poco daba de comer a muchos de su medio millón de moradores. Pero el astillero es sobre todo un motivo de orgullo patrio, proclamado en libros y folletos, cuyos títulos repiten, como un mantra, la frase: Aquí empezó todo. Todo es el final del dominio soviético sobre Europa del Este.

Para los polacos, el Muro de Berlín empezó a caer en este puerto báltico cuando el 31 de agosto de 1980, tras dos semanas de huelga en el astillero, a la que se unieron miles de trabajadores en todo el país, el Gobierno claudicó. Tuvo que aceptar las 21 reivindicaciones del comité de huelga, que incluían la libertad sindical.

Así nació el primer sindicato independiente del bloque soviético. Lo llamaron Solidaridad, y en sólo 500 días diez millones de polacos se unieron a sus filas bajo el liderazgo de Lech Walesa, un electricista del astillero que había sido despedido cuatro años antes.

La UE ha impuesto al astillero el cierre de dos de sus tres diques secos

Solidaridad aglutinó a toda la oposición a un sistema debilitado que cosechaba así los frutos de su corrupción rampante y del agotamiento del modelo económico estalinista. En las tiendas faltaba de todo, desde la carne y la fruta (las piezas más frescas se reservaban para los jerarcas del partido) al papel higiénico.

De nada sirvió la ilegalización del sindicato en 1981, ni la feroz represión de la ley marcial. Solidaridad sobrevivió en la clandestinidad, con el apoyo de Europa occidental, de EEUU y de la Iglesia Católica de Juan Pablo II, el Papa polaco, un icono para los obreros de su país. En abril de 1989, el sindicato volvió a ser legal y ese verano su brazo político arrasó en las primeras elecciones semidemocráticas en Polonia. Tadeusz Mazowiecki, compañero de Walesa, fue el primer ministro no comunista en Europa del Este desde 1945.

En la cuna de Solidaridad apenas si se adivina ya este pasado reciente en algún edificio de estética estalinista. La paradoja es que el astillero en el que empezó el fin de la dictadura apenas si sobrevive ahora bajo el capitalismo que sus obreros contribuyeron a instaurar.

'El comunismo quiso acabar con el astillero y no lo logró; ahora Bruselas le sigue el juego'. En la verja del recinto un santuario cubierto de fotos de Juan Pablo II una pancarta da cuenta de la frustración de los 2.100 trabajadores que aún conservan su trabajo. La mayoría de los 12.000 empleos que había en las postrimerías del régimen comunista cayeron en el camino del libre mercado. Antes habían sufrido la desaparición del principal cliente de la industria naval polaca: la URSS.

Desde 2004, cuando Polonia ingresó en la UE, los sucesivos gobiernos de este país han mantenido un pulso con Bruselas por la reestructuración de su sector naval. La Comisión sospechaba que los astilleros polacos el de Gdansk y los de Gdynia y Szcezin debían su agónica supervivencia a subvenciones estatales millonarias. En 2008, la comisaria de Competencia, Neelie Kroes, exigió a Varsovia un plan de reestructuración serio, so pena de que su industria naval tuviera que devolver los subsidios, lo que hubiera precipitado su final.

En agosto, Bruselas dio luz verde a un plan de rescate estatal de 251 millones de euros para el astillero de Gdansk. Pero la condición es que la empresa ucraniana Donbass, que compró la factoría de barcos en 2007, cierre dos de los tres diques secos, con la consiguiente pérdida de empleos.

El sindicato de Walesa doblegó al régimen y ganó las primeras elecciones 

En 1980, cuando empezaron las huelgas, Jerzy Borowzac tenía 22 años. El 14 de agosto, estuvo 'repartiendo octavillas' y pidiendo a sus compañeros que apagaran las máquinas. Miembro fundador de Solidaridad, aún milita en el movimiento que Walesa del que fue colaborador cercano abandonó en 2006 a causa del apoyo del sindicato al ultraconservador Partido Ley y Justicia de los gemelos Kaczynski.

Borowzac, que ahora dirige la Fundación del Centro Europeo de Solidaridad, se muestra pragmático. Admite que 'la ruina del astillero se debe al final del socialismo', y que el lugar es 'un símbolo', pero, recuerda, 'Polonia está llena de ellos'.

'Estos obreros creen que como trabajan en un símbolo no hace falta reestructuración. El problema', subraya, 'es que el capitalismo se basa en el negocio'. Aunque el dirigente de Solidaridad tiene claro que 'este sistema es mucho mejor que el anterior, porque uno puede decidir'.

El discurso de Borowzac es el de un liberal, en apariencia ajeno a las dudas que la crisis de ciertos sectores de la economía han provocado en la visión idílica que muchos polacos tenían del capitalismo. Interrogantes que hoy asaltan a los obreros navales, porque ahora ya no se ponen en huelga por la libertad política, sino para conservar su medio de vida.

En el astillero se percibe la desilusión. Grzegorz, de 43 años, dice 'estar muy decepcionado', mientras Igor, más joven, se queja de que 'nadie les ha dado voz'.

Una puerta se abre y Ludwik Pradzynski sale de una cabaña con lo que parece una enorme resistencia en brazos. Tiene 56 años y milita en Solidaridad desde 1980. Ludwik votó por los hermanos Kazcynski y, como ellos, atribuye muchos males del país a 'la gente del antiguo sistema que sigue en el poder'. Sin embargo, critica la 'falta de justicia social'.

En agosto, Bruselas dio luz verde a un plan de rescate estatal de 251 millones de euros

Sorprende lo recurrente de esta crítica incluso por parte de los polacos más conservadores; su ansia de justicia hace soñar con que quizá lo mejor de la utopía socialista haya dejado aquí su impronta.

A cien metros del astillero, el museo Los caminos a la libertad glosa la epopeya de Solidaridad. La sordidez de la dictadura cobra forma en un sótano lleno de fotos de víctimas, una reproducción de una tienda de la época y otra de un sucio váter que dice la guía 'es el típico váter de entonces'.

Fuera, en una pared del museo, un nostálgico ha escrito: 'Y ahora, polacos, ¿qué pensáis de la clase de libertad que es el capitalismo?'.

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