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Enganchados al arte contemporáneo

El coleccionismo también tiene tirón entre los jóvenes

PEIO H. RIAÑO

Bastan unas palabras para encontrarles el arrebato que desata el capricho que ellos lo llaman pulsión y que les lleva a viajar por una y otra feria a la espera de la sorpresa. Algo tienen en común jóvenes y mayores que compran arte: están seguros de que cada edición de ARCO –o de la feria que sea– se van a encontrar con lo que no esperan. Sin embargo, el asombro es mucho mayor para quienes invierten en artistas sin consolidar. “El problema del arte emergente es que puede llegar un momento en que el artista decida dejarlo todo y marcharse al campo”, explica Jesús Castaño.


“Soy como el politoxicómano que no puede quitarse” y se ríe mientras habla de su afición a perseguir el deseo colgado de una pared, proyectado en pantalla o dibujado en papel. Jesús compró su primera pieza a los 22 años. Ya tiene 38 y compra artistas jóvenes, aunque se da un gustito de vez en cuando con uno consagrado. No compra por invertir. Que realmente le gusta y hace el seguimiento de los artistas jóvenes.


Tu banco, tu galerista
Los coleccionistas incipientes están ligados, inevitablemente, a los artistas emergentes. La liquidez no llega para comprar grandes nombres cuando todavía vives con tus padres o acabas de fundar tu negocio. En ese momento, cuando lo económico aprieta, es cuando la relación entre coleccionista y galerista se estrecha. “Tu galerista es tu banco y tu crédito”, apunta Castaño para aclarar que si no fuera por los plazos y las facilidades de las galerías no podrían ni ellos ni nadie. Jesús compró el año pasado 75.000 euros de arte.


“Esa es la pregunta que no debes hacerte nunca”, dice Fernando Tapia si le preguntas cuánto inviertes al año en tu colección. Tiene 29 años, un estudio de decoración (“Andina y Tapia”) y una colección pequeña, “es lo bueno de ser joven”. Tan pequeña que, como no puede permitirse grandes obras, la mayoría le cabe en una carpeta. Fotografía, dibujo, etc. y el resto lo tiene colgado en su casa. Acaba de salir de su segundo día de ARCO, vuelve a casa en taxi y se le nota cansado. Ha comprado una pieza única a un artista muy joven (Íñigo Uriarte) por 450 euros.


Preguntas prohibidas
Tampoco se le debe preguntar nunca a un coleccionista cuándo empezó a coleccionar, porque te contestaría como lo haría un pintor: “Desde siempre”. Quizá empezó la colección en la que está metido ahora a los 22 años, cuando compró su primera obra contemporánea. Le interesa lo conceptual y la abstracción. Prefiere comprar mucho y muy barato, “para que no sea un problema”.

Otra pregunta prohibida: ¿cuál es el tope? El coleccionista no tiene tope, porque depende exclusivamente de su deseo. Pero este año no ha podido comprar una cosa de 2.500 euros.El problema de almacenamiento de obra siempre llega, por muy joven que seas. Jordi Blay se fue a vivir a una fábrica a las afueras de Barcelona para poder guardar toda la obra que acumulaba. Su caso es excepcional, porque su línea le lleva a hacerse con todo lo que tenga que ver con el Street Art. Es decir, que se lleva muros con grafiti a casa. Empezó con 21 años (ahora tiene 36) y sigue convencido de que el grafiti es “un mercado buenísimo para invertir”. Lo dice porque Banksy vendió hace un mes un mural de los suyos por 375.000 libras. Él reconoce gastarse un 20% de sus ingresos anuales en compra de arte. 

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