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El G20 inaugura en Toronto la era del desacuerdo "amistoso"

EFE

El G20 inauguró hoy en Toronto la era del desacuerdo amistoso al reconocer la necesidad de aplicar recetas "ajustadas" a las distintas realidades económicas de sus miembros que buscan reducir el déficit sin dañar el crecimiento.

Las recetas "a la medida" dadas a conocer hoy por el grupo tras su reunión en Toronto marcan un punto de inflexión en el organismo, que actuó al unísono para salir de la crisis y comenzó a discrepar con el inicio de una recuperación que avanza a ritmos distintos.

En pocos frentes han sido tan claras las fisuras como en la cruzada para reducir el déficit y la deuda encabezada por la canciller alemana Angela Merkel y que han secundado el resto de miembros de la Unión Europea.

EE.UU. prevé recortar su déficit hasta el 3,9 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB) para 2015, frente al 10,6 por ciento que proyecta para este año.

O sea que la disputa no se centró tanto en la necesidad de recortar un gasto público que se disparó con la crisis, sino en el ritmo de la retirada de las medidas de estímulo puestas en marcha para salvar a la economía global del desastre.

El sentido de urgencia en materia de austeridad fiscal de Europa contrastó con la llamada a la calma de Washington y la insistencia de EE.UU. en que la prioridad debe de ser el crecimiento.

La preocupación de la Casa Blanca ha girado en torno al ritmo de la retirada de los paquetes de estímulo, ante el temor de que el fin repentino de las medidas de reactivación frene la demanda, mine el crecimiento y desencadene una segunda recesión.

Los emergentes se alinearon con EE.UU. al alertar de que el excesivo celo fiscal europeo podría deprimir la demanda interna en los países ricos y cargar sobre el mundo del desarrollo el peso de la recuperación.

"Si los países desarrollados dan mayor importancia al ajuste fiscal que a estimular el crecimiento, sobre todo los que son exportadores, entonces están haciendo el ajuste a nuestra costa", afirmó este fin de semana en Toronto el ministro de Finanzas brasileño, Guido Mantega.

Los integrantes del G20 tuvieron que hilar fino para salvar esas diferencias y llegar a un compromiso que busca "fortalecer" la recuperación y sanear las finanzas públicas, pero manteniendo los estímulos para no hundir el crecimiento.

Como parte del acuerdo los países "más industrializados" del G20 reducirán "al menos" a la mitad el déficit para el año 2013 y estabilizarán o bajarán la deuda gubernamental como porcentaje del PIB para el año 2016.

Se trata, según refleja el comunicado emitido hoy al final de la reunión del grupo, de un equilibrio delicado.

El documento reconoce el riesgo de que "un ajuste fiscal sincronizado en varias grandes economías pueda afectar de forma adversa la recuperación", pero advierte de que "el fracaso en implementar la consolidación donde sea necesario minaría la confianza y dañaría el crecimiento".

Se espera que el proceso en marcha fuerce a un cambio de papeles, que lleve a países tradicionalmente exportadores como China y Alemania a estimular su demanda interna y a la economía global en su conjunto a depender menos del endeudado consumidor estadounidense.

Los esfuerzos de China para impulsar su demanda interna a los que se espera contribuya la flexibilización cambiaria en marcha forman parte de ese nuevo paradigma.

Otros países emergentes del grupo como Brasil dicen también aceptar ese nuevo reparto de papeles y ponen como muestra de ello la reducción de sus superávit comerciales.

El comunicado final del G20 respetó también, como se esperaba, las diferencias entre sus miembros en torno a la imposición de un impuesto global sobre la banca con el que costear rescates pasados y posibles rescates futuros del sector.

La propuesta capitaneada por algunos países europeos y EE.UU. no encontró seguimiento en los países emergentes, reacios a penalizar a su sector financiero por los excesos cometidos por los bancos estadounidenses y de otros países desarrollados.

La vía intermedia que permitirá salvar esos obstáculos deja abierta la puerta a la implementación de impuestos bancarios en los países que lo consideren oportuno, pero no impone una receta única a todos los integrantes del grupo.

Teresa Bouza

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