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Lo que ha ganado Evo Morales es un plebiscito

JORGE LAGOS

Pocas veces se ha visto en América Latina un resultado electoral como el obtenido por Evo Morales en las elecciones de Bolivia. Más que un triunfo aplastante, el presidente boliviano ha ganado un plebiscito. Desde 1973, cuando Juan Domingo Perón ganó las presidenciales argentinas por un porcentaje idéntico al logrado por Evo ahora, no se asistía en la región a un liderazgo político y consenso social tan contundente.

Los motivos de este resultado son diversos y uno de ellos no ha sido tan destacado como lo merece: el papel de su política económica y social. Durante estos cuatro primeros años de gobierno, el Movimiento al Socialismo (MAS) ha sabido plasmar una orientación progresista inédita en la Bolivia de las últimas décadas; incluso, de toda su historia.

Sencillos, modestos, pero de alcances casi revolucionarios para el país más pobre de Suramérica, los planes de ayuda a niños, pobres y analfabetos han calado hondo en la vida cotidiana y en el imaginario de los bolivianos. Desde el Bono Juancito Pinto, que brinda ayuda a un millón de niños, pasando por la Renta Dignidad, que asegura ingresos mínimos a los bolivianos de más de 60 años, y el Bono Juana Azurduy, destinado a las mujeres embarazadas, Morales ha sido capaz de instrumentar una política de atención a los más pobres.

Asimismo, el Gobierno está erradicando el analfabetismo de Bolivia: más de un millón y medio de bolivianos han dejado de ser analfabetos en estos cuatro años. Al mismo tiempo, se ha mejorado notablemente la asistencia sanitaria pública a través de la construcción de hospitales y centros médicos.

Todo esto ha sido posible merced a la bonanza de los precios internacionales del gas y del petróleo. Pero también a la recuperación parcial de esos recursos naturales que concretó Evo con la nacionalización de 2006. Más que una verdadera nacionalización, lo que hizo el Gobierno fue asegurarse ingresos fiscales extraordinarios que, desde entonces, se han convertido en una fuente fiscal normal. Con una balanza comercial en superávit, Bolivia ha conseguido bajo este Gobierno unas reservas internacionales de 10.000 millones de dólares, las más elevadas de la región si se las mide por un criterio per cápita.

A pesar de su retórica nacionalista y antiimperialista, el Gobierno de Evo Morales ha sabido estructurar una excelente relación con el sector bancario y financiero. En el último periodo, el presidente al igual que ocurre con el Gobierno argentino se está acercando al FMI para pedir un préstamo de 10.000 millones de dólares. Por otra parte, sus otrora turbulentas relaciones con las multinacionales petroleras atraviesan una fase de excelencia. Las inversiones prometidas por estas compañías en el sector de hidrocarburos rondan los 6.000 millones de dólares, de los cuales 1.500 millones están previstos por Repsol YPF.

Claro que las demandas de gas de Brasil y Argentina han caído en el orden del 40% y con ellas la recaudación fiscal. Y que la industrialización de estos recursos naturales, así como los del litio del Salar de Uyuni, no se han concretado. Y que no existen reales planes de industrialización en el país.

En este sentido, cabe señalar que tan cierto como el carácter excepcional de la victoria electoral de Evo lo es también el histórico desafío del nuevo Gobierno para aprovechar a fondo las excelentes circunstancias políticas y económicas y comenzar a sacar a Bolivia de su atraso histórico. Si el plebiscitado Morales falla en esta misión que parece tener asignada, una frustración sin límites podría trocar la euforia actual en sentimientos antagónicos.

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