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"Gucci y Damien Hirst hacen lo mismo, fabrican objetos de lujo"

Boris Groys. Filósofo. Estudioso del arte moderno, sus trabajos analizan los hilos que manejan la creación

LÍDIA PENELO

La sonrisa de Boris Groys es perpetua, pero no se trata de un indicio de optimismo, sino de una actitud irónica frente a la vida. Este pensador y ensayista, nacido en el Berlín Este de 1947, estudió Filosofía y Matemáticas en Leningrado, vivió en la antigua Unión Soviética hasta 1981 y ahora se dedica a reflexionar sobre el arte contemporáneo y los hilos que lo manejan. Analizar las relaciones entre arte y dinero es una tarea que le ha empujado a escribir muchas páginas. Precisamente de ese tema habló el autor de Sobre lo nuevo: ensayo de una economía cultural, el pasado sábado en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Groys fue invitado para participar en una tarde repleta de conferencias para analizar 'el malestar general de la cultura'.

Usted lamenta que la mayoría de los artistas tienen más en cuenta el gusto de los compradores de arte que el de los consumidores.
El arte sólo puede existir cuando es mostrado. Si no se ve, no existe y eso significa que producir es sinónimo de mostrar. Las ferias se han convertido en eventos para cazar inversores. Si el arte necesita financiación, evitar la corrupción resulta complicado y dadas estas circunstancias la élite artística coincide con la financiera.

¿Qué intereses artísticos tiene esa élite financiera?
Las clases dirigentes siguen bajo el influjo de la revolución y contra las manifestaciones separatistas. Lo que no quiere la élite es parecer elitista. La clase media americana no quiere separarse de los gustos de las masas para no crearse enemigos. Por eso, el gusto de la masa y el de la élite coinciden. La riqueza viene de las ventas, de lo que compra la masa. Por eso, resulta obvio que el arte elitista es el arte para ser apreciado entre una minoría de artistas.

'La barrera entre el público y el artista ha desaparecido'

Sin embargo, usted afirma: 'Todos somos artistas'
En el siglo XXI el arte ha entrado en una producción masiva y todos formamos parte de ella. Las nuevas tecnologías ofrecen muchas posibilidades, pero siguen un ritmo que impide distinguir las obras posconceptuales de todo lo que se produce. En la actualidad, los creadores viven rodeados de productores de arte, más que de consumidores.

Con este panorama, ¿cuáles son las reglas del juego?
En la actitud que mira hacia el futuro, las normas estéticas ya no rigen para el artista contemporáneo. Muchos buscan reflexiones y frases para colgarlas en Facebook o Twi-
tter pero no reflexionan sobre ellas. La actitud filosófica relaciona el arte en función del análisis del consumidor, pero hoy el interés hace hincapié en cuestiones técnicas. Internet seduce al espectador habitual y no nos damos cuenta de que el ciberespacio es engañoso.

¿Por qué dice que la red es tramposa?
En internet todo se muestra aquí y ahora, ofrecemos algo que los otros van a utilizar y viceversa y nos olvidamos de que los ordenadores e internet tienen que enchufarse, que dependen de la electricidad y de una serie de procesos materiales. Por eso, creo que el ciberespacio es un espacio cerrado y soy consciente de que lo digo desde mi mirada marxista.

Continuando con esa mirada y dada la crisis económica, ¿cómo cree que influye la escasez de recursos en la producción artística?
Cuando faltan los recursos todo se vuelve más ascético, más minimalista y conceptual. Volvemos a lo básico, pero no sé si está sucediendo por motivos de dinero o por la actitud de los artistas.

'Poner orden en el ciberespacio es una idea totalitaria'

En estas circunstancias, ¿qué papel juegan los patrones y los sponsor?
No puedo dejar de pensar que son opciones peligrosas. Cada uno compra lo que quiere, pero el tema es qué tipo de arte se patrocina. Los ricos compran lo que les gusta, pero eso no es suficiente para el arte. Por ejemplo, las instalaciones no tienen muchas salidas en el mercado artístico y la gente que tiene el dinero debe comprar cosas para la gente pobre. La vía es dirigirse con cosas baratas a los pobres. Por ejemplo, en Alemania las grandes fortunas son las que salen de negocios como el LIDL, vender mucho a precio barato. Esa gente está interesada en lo pobre, no en grandes marcas. La economía central es la que promueve Madonna o el Woolmarket. La democratización es un paso para llegar a los pobres. Todo esto produce dos tipos de arte, y uno de ellos es el que practican firmas como Gucci.

¿Puede ser un poco más explícito?
Gucci y Damien Hirst son lo mismo, fabrican objetos de lujo. El segundo tipo de arte es el del estado social, abierto a instalaciones y proyectos diversos. No digo que este tipo de arte sea mejor que el otro, lo importante es la manera como lo utilizamos, si sabemos manejarlo de manera inteligente.

¿Qué opina de todos los esfuerzos para regular los derechos de propiedad intelectual?
Los artistas no viven del copyright. Los creadores viven de conferencias, conciertos y exposiciones. No creo en el copyright como una manera de vivir para los artistas, porque no brinda ninguna seguridad. Poner orden en el ciberespacio es una idea totalitaria, hay que olvidar ese concepto de orden, además no se puede. Repito, hoy todo el mundo publica algo en su blog, en su red social... y la barrera entre el público y el artista ha desaparecido porque todos somos artistas.

'Internet es puro capitalismo, no es ninguna revolución'

¿Considera que internet y las redes sociales pueden conducir a una nueva revolución?
No se puede separar el ciberespacio de las bases del capitalismo tradicional. Al fin y al cabo, internet no es más que un teléfono, internet es puro capitalismo, no es ninguna revolución. Esto que muchos consideran tan revolucionario se está haciendo a través de grandes compañías internacionales. Recordemos que el imperialismo del siglo XIX empieza con las comunicaciones, con el control de los puertos y las mercancías, de la información y el dinero.

¿Qué lectura hace de lo sucedido con Wikileaks?
Negativa, porque lo que ha conseguido la gente de Julian Assange es que los que dominan el sistema fortalezcan las medidas de control. Aún así, creo que internet puede hacer más vulnerable el sistema.

¿Sigue esperando una nueva revolución?
Sí, porque todavía es posible, aunque por lo general, una revolución no significa liberación. El principal problema es que no podemos controlar los flujos financieros y el capitalismo es dinero y especulación incontrolable.

¿Qué haría con los bancos?
Hay que destruir el dinero, volver a una especie de economía planificada. Y permítame que haga una observación sobre el trabajo y el ocio, que creo que da muchas pistas de cómo van las cosas. Ya no existe gente que sólo se dedique al ocio, hoy los ricos trabajan, ¡incluso la aristocracia trabaja! Todo es trabajo y aunque somos biológicamente supervivientes todo se ha vuelto muy complicado.

'En el siglo XXI el arte ha entrado en una producción masiva'

¿Y usted cómo sobrevive?
Intento vivir de una manera menos compleja, simplificar mi día a día. No tengo carnet de conducir, no llevo teléfono móvil. A pesar de todo, soy un poco optimista porque a pesar de razones incomprensibles, en algunos casos la vida gana.

¿Cuál es su próximo proyecto artístico?
Me han encargado el comisariado del pabellón ruso en la próxima edición de la Bienal de Venecia. Mostrará arte de los setenta del grupo Collective Actions, que realizaba arte social. Cuento con la ayuda de Andzei Woncestyrski, un gurú recluido que nunca participó en nada soviético.

La condición poscomunista

IVÁN DE LA NUEZ, ensayista

Para aquellos que vivieron bajo el comunismo, resulta frecuente encontrar a antiguos guardianes de la fe estalinista reconvertidos hoy en baluartes del Nuevo Dogma. A escritores que durante décadas dedicaron fervorosos libros a mariscales y milicianos, guardias rojos y proletarios, avanzar en la actualidad como celosos militantes del neoliberalismo. O a los Yeltsin y Putin del viejo mundo –salidos de las entrañas del Politburó, el KGB, la Stasi–, aclamar al FMI como antes aplaudían, desde la unanimidad, las directrices del PCUS.

Por suerte, hay también quienes han practicado su oposición en dos direcciones; y han sido capaces de sostener, en el poscomunismo, la energía crítica con la que antes se habían enfrentado al Antiguo Régimen. Tal es el caso de artistas e intelectuales como Ilya Kabakov y Boris Mikhailov, Frank Thiel o Dan Perjovski, Slavoj Zizek o Deirmantas Narkevicius.

Todos alejados del oportunismo de la conversión y, al mismo tiempo, de la tentación por la osltagia: esa melancolía tan extendida en el nuevo cine berlinés –películas como Good Bye Lenin, La vida de los otros...– como en el arte de Neo Rausch y la Escuela de Leipzig.

En esa disidencia doble, Boris Groys ocupa un espacio muy particular. Desde Obra de arte total Stalin (escrita casi por completo en la Unión Soviética) hasta trabajos como Comunist Postcript, pasando por libros como Sobre lo nuevo o Bajo sospecha, el autor despliega una epopeya teórica que va dibujando la “condición poscomunista”, que se expande hasta el arte o un nuevo humanismo, los media o el declive del liberalismo visto como una consecuencia directa de la caída del Muro de Berlín.

Si nuestra izquierda no siguiera solazada en su particular ostalgia “occidental”, tal vez podría reconocer en voz alta que lo mejor que ha podido sucederle es, precisamente, el derribo de aquel Muro que no sólo se cayó hacia el Este. Desde entonces, como apunta Groys, es posible hablar sin coartadas. Y ofrecer una alternativa de mundo sin la sombra tiránica de aquellos regímenes que habían hecho carne, y sangre, la idea comunista.

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