Alejandro Cercas pasea un bocadillo de un lado a otro de su pequeño despacho en Estrasburgo. Es media tarde y aún no ha comido, acorralado por las felicitaciones que le han hecho llegar desde el ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, hasta ciudadanos anónimos.

Pese a las presiones, la Eurocámara ha decidido sepultar la idea de una jornada laboral de 65 horas. ¿Cómo ha sido posible?

A veces, en Europa, somos capaces de transformar el caballo que entra por la puerta en un camello. Al final, sindicatos,  médicos y  parlamentarios hemos conseguido que cale la idea de que no podemos destruir la Europa social.

Los miembros del Parlamento y los del Consejo, son elegidos por los ciudadanos. Sin embargo, parece que hablan idiomas distintos.

Ellos [el Consejo] viven en un mundo distinto, de negociaciones diplomáticas donde los países se apoyan unos a otros según la coyuntura. Han perdido la perspectiva y son capaces de cambiar unas directivas por otras como en un mercado. Esta directiva en concreto no se puede cambiar por nada. Se trata de la salud y la seguridad. Son límites mínimos pero fundamentales.

Veo que la conciliación de sus posturas con las de los 27 va a ser dura.

¡Dura y difícil! Eso sí, no voy a aceptar las posturas de los euroescépticos, ni de los que crean que los derechos son voluntarios. Eso lleva  a la misma locura que vivimos en lo financiero. Hace falta flexibilidad, pero también reglas.

¿Por qué si alguien quiere no va a trabajar más horas?

Desde los inicios del siglo XX se han reducido a la mitad las horas de trabajo y multiplicado por cinco el nivel de renta. La solución no es trabajar más horas, sino la productividad. Además, tenemos pruebas de que el 80% de los tres millones de británicos que trabajan más de 48 horas lo hacen contra su voluntad.