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Henri Salvador deja huérfana a la ‘chanson’

GUILLAUME FOURMOUNT

La chanson se ha quedado huérfana. De un grande de la música, de la escena y del humor. Huérfana de sus ocurrencias y de sus carcajadas contagiosas. Henri Salvador falleció ayer a los 90 años, víctima de un aneurisma en su domicilio parisino. “Hay que saber irse”, había lanzado al público en diciembre pasado para despedirse de las tablas.

Muchos conocían a Henri Salvador por sus músicas humorísticas, como Zorro est arrivé, Le travail c’est la santé, Faut rigoler. Nadie olvidará sus disfraces en Juanita Banana. Salvador también era aquel que sólo cantaba vestido de traje blanco, como en los tiempos de Ray Ventura, con quien se formó antes de compartir el escenario con Michel Petrucciani o Ray Charles.

Origen español
Hijo de un recaudador de impuestos de origen español y de una madre indígena, Salvador nació el 18 de julio de 1917 en Cayena, en la Guayana francesa; la dulzura de las falbalas criollas marca todas sus canciones. Tras instalarse en París en 1924, Salvador tiene 16 años cuando descubre a Amstrong y a Duke Ellington. Se inspira de las calles de la capital francesa, ensaya 15 horas al día, canta en cabarets y acompaña a Django Reinhardt.  
Muchos lo recordarán como un humorista. Él mismo decía que “lo importante es no aburrirse”. Huye de la Francia ocupada y sigue a Ray Ventura por toda América Latina durante cinco años. Tocaba la guitarra, pero un día se le ocurrió imitar a Popeye. Triunfo. También era un cantante de charme, de un swing ligero, jazz y bossa nova. Desde Maladie d’amour o Clopin-Clopant, después de la II Guerra Mundial, hasta las recientes Chambre avec vue y Jardin d’hiver. En Francia, los versos de Syracuse y Une chanson douce siguen conmoviendo a todas las edades.

Cantante o humorista, muchos lo recordarán sólo por sus carcajadas, hasta olvidar que introdujo el rock en Francia en los años 50 con Boris Vian. Salvador nació en la Guayana de los trabajos forzados y vivío en la calle de la Libertad. Risas. Hasta las de su révérence del pasado diciembre. Vecino de la lujosa Place Vendôme y campeón de petanca, Henri Salvador resumía así su vida: “Reírse, también es un oficio”.

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