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La historia de los volcanes adúlteros

Una historia ancestral, leyendas que se pierden en la noche de los tiempos y agrestes paisajes andinos constituyen los ejes de la ruta del tren 'más difícil del mundo'.

SUSANA MADERA

Historia, leyendas, hermosos paisajes y una rica cosmovisión andina se nos aparecen por estos raíles de más de cien años por los que ha vuelto a rodar el tren de Ecuador, considerado el más difícil del mundo por las extremas condiciones geográficas.

El ferrocarril de Ecuador, que hace más de un siglo unió la costa con la zona andina y había dejado de silbar desde hace varios años, ha vuelto a las montañas gracias a un proyecto de restauración en el que el Gobierno ecuatoriano estima una inversión de 245 millones de dólares (184,9 millones de euros) para los 446 kilómetros que unen Quito con Guayaquil.

Hasta el momento se han rehabilitado unos 180 kilómetros y se prevé que para 2012 hayan concluido los 500 kilómetros de la ruta completa. En ese tramo se pasa de los cuatro metros sobre el nivel del mar a más de 3.600 en la zona andina, por lo que su construcción involucró a miles de personas y aunque lo comenzó el presidente Gabriel García Moreno en 1861, fue terminado bajo el mandato de Eloy Alfaro en 1908.

La restauración resulta extremadamente compleja. Ya hace un siglo, en la construcción de las vías, murieron cerca de 5.000 personas entre accidentes, enfermedades y derrumbes. Esta difícil condición geográfica evocó incluso al mismo Mefistófeles: en una zona el tren tiene que viajar en un zigzag tan cerrado que esa parte de la montaña es conocida como la Nariz del diablo.

'Haz turismo local, distribuye riqueza', reza un inmenso cartel colocado a un lado de la vía panamericana, en la que los automóviles esperan la señal de la Policía para avanzar tras el paso del tren. Un tren que hoy día recorre en unos 90 minutos el trayecto que separa Quito (2.810 metros sobre el nivel del mar) de la estación Cotopaxi en la zona de El Boliche (3.547 metros).

Antes, este viaje duraba casi un mes a lomo de mula, más tarde, gracias al ferrocarril, se redujo a dos días y con ello aumentó el comercio. Ahora se pretende repetir con el turismo. Poruqe no se trata tan sólo de devolver las locomotoras a los raíles originales y los durmientes cambiados o restaurados, sino de involucrar en el proceso a las comunidades por donde pasa el tren para dinamizar su maltrecha economía.

Al tiempo que se redescubre la historia con los relatos de los guías que comentan los avatares de la construcción, es posible acercarse a los territorios ocultos entre montañas y de paso, constatar la férrea base real de las leyendas que nos acompañan desde hace siglos.

Desde la ventanilla se divisan los Ilinizas y entiendes con claridad que, según la cosmovisión indígena, los volcanes tienen vida. La leyenda cuenta que Iliniza sur, que era esposa del nevado Iliniza norte, se enamoró del volcán Cotopaxi y el volcán Rumiñahui descubrió la aventura, lo que destrozó al monte Corazón, hijo de los Ilinizas, cuyo doloroso llanto formó la laguna del Quilotoa. Por eso el Cotopaxi está nublado casi siempre, se esconde avergonzado por haber roto un matrimonio.

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