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Irán recuerda el asalto a la embajada de EEUU mientras mira la llegada de Obama

EFE

Irán recuerda hoy el 28 aniversario del fin de la toma de la embajada de Estados Unidos en Teherán, crisis que rompió definitivamente las tensas relaciones que mantenían ambos países.

Los caprichos del calendario y de la política hacen que la memoria de uno de los incidentes que contribuyeron a transformar la historia de Oriente Medio coincida con la investidura del nuevo presidente de EEUU, Barack Obama, en quien el mundo, incluidos los iraníes, ha depositado sus esperanzas de cambio.

La denominada "crisis de la embajada" comenzó el 4 de noviembre de 1979 y se prolongó durante 444 días.

Aquella templada mañana de otoño, un grupo de estudiantes armados seguidores del ayatolá Rujolá Jomeini asaltaron los edificios de la legación diplomática en el centro de Teherán y retuvieron a 52 personas.

El país estaba inmerso entonces en una ferviente resaca de felicidad revolucionaria fruto de la victoria del alzamiento opositor con tintes islámicos capitalizado por Jomeini, que puso fin a la tiránica monarquía del último Sha de Persia, Mohamad Reza Pahlevi.

Hastiados e impacientes por las largas e infructuosas negociaciones, el 24 de abril de 1980 en la Casa Blanca dieron luz verde a una operación militar de rescate bautizada "garra de águila", que concluyó en un sonoro fracaso.

El Ejército estadounidense perdió dos helicópteros de combate y ocho soldados de elite, y el entonces presidente, Jimmy Carter, las pocas posibilidades que le restaban de ser reelegido.

La crisis concluyó el 20 de enero de 1981, escasas horas antes de que jurara su cargo el que sería su sucesor, Ronald Reagan, gracias a un acuerdo de última hora alcanzado un día antes en Argelia.

Desde entonces, ambos países mantienen rotos sus lazos diplomáticos.

Historiadores, escritores y analistas coinciden hoy en señalar que el asalto a la embajada fue la cuenta pendiente que los iraníes cobraron a Estados Unidos por su participación en el golpe de Estado que en 1953 derrocó el Gobierno democrático del primer ministro, Mohamad Mossadegh.

Documentos publicados años atrás en The New York Times han demostrado que la CIA, instigada y ayudada por los servicios secretos británicos, preparó y llevó a cabo la asonada que desbancó al líder del nacionalismo iraní y devolvió el poder absoluto al pro occidental Sha.

La implicación estadounidense en la conjura británica contra Mossadegh, quien se había atrevido a nacionalizar el petróleo iraní -hasta entonces controlado desde Londres- envenenó las relaciones con EEUU, país al que Irán consideraba un amigo en la lucha frente al colonialismo.

Y extendió, además, un fuerte sentimiento de frustración en el pueblo iraní, herrado a fuego hasta la actualidad.

El pasado jueves, el actual presidente, Mahmud Ahmadineyad, dejó entrever que Irán estaría dispuesto a entablar una nueva relación con Estados Unidos siempre y cuando el cambio de actitud fuera sincero y profundo.

Entre los giros que decía esperar, citó de manera explícita aquel fatídico verano de 1953, en el que, con ayuda estadounidense, vencieron los intereses de la Compañía Petrolera Anglo-Irania y los miedos de un débil rey con trazos de tirano.

"Los iraníes, de toda clase y condición, mantienen muy dentro el golpe contra Mossadegh. Para ellos fue una algo más que la traición de un amigo. Y lo que quiere escuchar de Estados Unidos es vale, nos equivocamos, lo sentimos", explica una fuente diplomática europea que prefiere no ser identificada.

En la calle, el sentimiento de odio y rabia contra el Gobierno estadounidense está aún muy arraigado, sobre todo entre los sectores más religiosos.

Sin embargo, la sociedad iraní está muy polarizada respecto a su visión de Estados Unidos.

Mientras que en política, un alto porcentaje de la población critica las denominadas "estrategias imperialistas" cocinadas en Washington, socialmente una buena parte de la población ha adquirido hábitos y estilos de vida copiados de occidente.

El propio Ahmadineyad proporcionó una clave la pasada semana cuando ante un grupo de periodistas distinguió entre la administración estadounidense y el pueblo norteamericano.

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