Público
Público

La izquierda reivindica a los abogados de Atocha

El presidente del Congreso recuerda su legado en el 33º aniversario de la matanza que ayudó a impulsar la Transición

JUANMA ROMERO

Ellos nunca quisieron ser héroes. Ni quizá ser recordados 33 años después de su muerte. Pero contribuyeron a la democracia, la impulsaron. Y esa balbuceante democracia les pagó aquel 24 de enero de 1977 con la sangre. Fueron ellos, los cinco abogados laboralistas del despacho de la calle de Atocha, 55, asesinados a balazos por la ultraderecha, unos protagonistas cruciales de la Transición. Las víctimas que despertaron a España de la parálisis, que demostraron que el PCE podía salir de la clandestinidad a la legalidad sin que se moviera una sola hoja.

Héroes anónimos, porque pocos sabrían hoy reproducir sus nombres: Luis Javier Benavides, Serafín Holgado, Ángel Rodríguez, Javier Sauquillo y Enrique Valdelvira. Menos aún los de los cuatro supervivientes de la matanza, Miguel Sarabia, Luis Ramos, Lola González y Alejandro Ruiz-Huerta. Estos dos últimos son los que todavía viven. 

El tributo se repite año tras año. Siempre. “Si el eco de su voz se debilita, pereceremos”, decía el poeta francés Paul Éluard, lema hoy de la Fundación Abogados de Atocha, la encargada de velar por su memoria y de premiar a los que combatieron el franquismo. Ayer se sucedió el rito. La fundación y Comisiones Obreras homenajearon a los letrados que ejercieron la acusación particular en el juicio de los héroes de Atocha –fueron ocho, murieron ya dos–, en 1980, y Justicia Democrática (JD), la asociación de jueces que denunció los crímenes de la dictadura en sus últimos años de vida y que más tarde daría lugar a Jueces para la Democracia.

Ellos, y tantos otros, actuaron de “camilleros de la democracia”. Una expresión del histórico comunista Simón Sánchez Montero que ayer rescató Antonio Rato, uno de los ocho abogados que intervinieron en el pleito. Otro fue José Bono. El hoy presidente del Congreso abundó en esa idea, cómo el verdadero protagonista de la Transición fue “el pueblo español”. “Los abogados de Atocha eran del PCE, eran abogados de España”.

Bono ahondó después en la personalidad de Benavides, a cuya familia representó:  'Luis Javier tenía muchas identidades. Fue comunista, de CCOO, cristiano, hijo de un registrador de la propiedad y nieto de un general franquista, y se puso del lado de la verdadera causa de la política'. Fue uno de los que lucharon “por la libertad y la igualdad”, elogió.'Son, somos, los protagonistas de la Transición', asumió Alejandro Ruiz-Huerta, víctima y hoy presidente de la Fundación Abogados de Atocha.

Cristina Almeida, una ex del PCE y de IU, también se sentó en la vista. “Entramos a aquel juicio sabiendo que habíamos perdido. Habíamos perdido a cinco camaradas. No lo superaremos nunca”. No intervinieron, pero sí recogieron la placa con el relieve de la obra El abrazo de Juan Genovés los letrados José Luis Núñez, José María Mohedano y Jaime Sartorius. José María Stampa y Jaime Miralles ya fallecieron. 


Aquel pleito marcó época. Lo resumió el director de la fundación, Raúl Cordero: 'Fue el primer juicio contra el franquismo'. Todavía algo más, le replicó José Antonio Martín Pallín, hoy magistrado emérito del Tribunal Suprema y en los setenta miembro de Justicia Democrática: “Fue el primer y el último juicio al franquismo. No ha habido más. Por eso me causa sonrojo que un juez de la Unión Europea esté siendo perseguido por abrir una causa que en Alemania e Italia se hizo hace mucho tiempo. Este país es incapaz de hacer justicia al pasado. La memoria histórica parece más bien una facultad de la mente que se incumple reiteradamente. Quiero pedir perdón por la parte que me toca”. El auditorio le arropó con un aplauso. Todo el mundo captó la defensa cerrada a Baltasar Garzón, el juez de la Audiencia Nacional al que no le dejan ajusticiar el franquismo. 

Domingo Malagón y Marcos Ana recibieron los premios 2010 de la fundación. Dos camilleros más. Uno, el artista que falsificó todos los documentos de los dirigentes del PCE, al que el régimen nunca cazó. No pudo recoger su premio por enfermedad. Como relataba ayer su hijo, empleaba una media de 16 días para crear un papel falso, 'todos a mano'. 'Dentro del partido él mismo era clandestino. Sólo cuatro o cinco personas sabían en el PCE quién era y qué hacía'. Era imprescindible para que el franquismo no le diera muerte. 

Otro, Marcos Ana, el poeta comunista que pasó 23 años recluido en cárceles de la dictadura, de los 19 a los 42 años. El hombre lúcido que prometió ayer seguir luchando “hasta la victoria final del socialismo”, el hombre que pidió no olvidar: 'El mejor legado es que se conozca qué ha pasado en nuestro país. Hay que pasar página, pero después de haberla leído'. El canto de Miguel Hernández, Para la libertad, sigue latiendo. Aún 33 años después.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?

Más noticias