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Le Clézio dedica su Nobel a una contadora de cuentos panameña

EFE

El bosque de paradojas pero también el real fueron hoy objeto de un sentido elogio por parte del premio Nobel de Literatura 2008, el francés Jean-Marie Gustave Le Clézio, quien destacó el tiempo que pasó en Darién (Panamá) y dedicó su galardón a Elvira, una joven lugareña que contaba cuentos.

En una ceremoniosa conferencia celebrada en la Gran Sala de la Academia Sueca, Le Clézio citó las obras que marcaron su carrera literaria, entre las que destacó "Don Quijote", "La vida de Lazarillo de Tormes", "Los viajes de Gulliver" o "El hombre que ríe".

Y los escritores que le han influido, desde Cicerón a William Faulkner, pasando por Jean-Jacques Rousseau, Euclides da Cunha, James Joyce o Stieg Dagerman.

Además dedicó el premio, que recibirá el próximo miércoles, a Elvira, que en un bosque alejado de la sofisticación de la literatura era ejemplo de un arte que "se expresaba con la mayor fuerza y autenticidad".

Una joven que viajaba por el bosque de Darién, un lugar en el que Le Clézio pasó, en diferentes momentos, unos tres años de su vida y en el que habitan los emberas y los waunanas. Un lugar y unos habitantes hostiles que terminaron por aceptar al escritor, que aprendió allí a vivir bajo un ritmo totalmente diferente a todo lo que había conocido hasta entonces.

Y que le hizo darse cuenta de "que la literatura podía existir a pesar de toda la usura de las convenciones y de los compromisos y a pesar de la incapacidad de los escritores de cambiar el mundo".

Pero le Clézio también dedicó el Nobel a una interminable lista de escritores de todos los rincones del mundo, entre los que había bastantes nombres de América Latina.

Juan Rulfo, con su "Pedro Páramo" y "El llano en llamas", por las fotos "simples y trágicas" del campo mexicano; a Jean Meyer por haber aportado la palabra de Aurelio Acevedo y de los insurgentes cristeros de México central; a Luis González, autor de "Pueblo en vilo"; a José María Arguedas; a Octavio Paz; a Miguel Angel Asturias y al poeta Homero Aridjis.

Y a otros tantos autores africanos, europeos, asiáticos, de las primeras naciones de América.

Pero sobre todo, Le Clézio habló hoy del bosque de las paradojas, definido por Dagerman, en el que viven los escritores y del que no pueden escapar, sino dejarse llevar y "explorar cada sendero" dentro del privilegio que supone la libertad de movimientos y de vivir donde se elija.

Porque para Le Clézio, "la prohibición de vivir en el lugar de elección es tan inaceptable como la privación de la libertad".

Algo que ha reflejado en sus obras, comprometidas hasta la última coma con el mundo en el que vive y los países y continentes recorridos por este escritor, nacido en Niza en 1940 pero que se considera "mauriciano" (de dónde procedía su padre).

Los escritores viven entre un enorme número de paradojas. La de no poder expresarse siempre en la lengua que hablan, la de la revolución -que Le Clézio ejemplificó en el caballero de la triste figura-, la de la soledad o la de ser testigo de algo que no han visto.

Lo que no impide a la literatura seguir existiendo a pesar de las nuevas artes, como el cine. "La literatura es una vía compleja, difícil, pero que yo creo aún más necesaria hoy que en los tiempos de Byron o Víctor Hugo".

Y que seguirá existiendo a pesar de las dificultades y de que en algunos países el libro sigue siendo un lujo lejos del alcance de los más pobres.

Justamente esa es la "paradoja fundamental del escritor", la de no "poderse dirigir a aquellos que tienen hambre -de comida y de saber-, dijo Le Clézio, quien expresó su deseo de que en este tercer milenio "ningún niño, sea cual sea su sexo, su lengua o su religión, sea abandonado al hambre o a la ignorancia, dejado de lado del festín".

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