Público
Público

Leh, entre el cielo y la tierra

La capital de Ladakh, al norte de la India, es la puerta de entrada para conocer esta región de cultura tibetana.

ÁNGEL M. BERMEJO

Desde cualquier calle de Leh se distingue la mole del fuerte de Tashi Namgyal colgado en lo alto de la montaña. Y si se sube hasta allí se aprecia lo bien elegido que está su emplazamiento. Desde este balcón se domina perfectamente toda esta parte del valle del Indo, que en esta zona conforma la parte central de Ladakh.

Y es posible descifrar el paisaje. El río corre al fondo del valle, como una delgada cinta de plata. En algunos lugares, a sus orillas, hay algunas manchas de verde, pero todo lo demás es puro desierto de roca. A la derecha se ven las cumbres del macizo de Ladakh, y a la izquierda, las del Zanskar, que rodean este mundo recóndito, casi perdido entre las montañas y el cielo. Las primeras forman parte del Karakorum, y las segundas del Himalaya , por lo que es fácil sentirse aquí en un lugar especial, justo donde se encuentran las dos cordilleras más poderosas del planeta.

Desperdigados aquí y allá en este paisaje lunar, aparecen las siluetas de los gompas, los monasterios budistas que durante siglos han servido de centro espiritual de la cultura tibetana. Justo debajo del fuerte, en lo que parece un oasis, en una especie de valle lateral, se extiende Leh, la pequeña capital de Ladakh.

Desde Leh se han controlado las rutas caravaneras que cruzaban este valle, zona de paso inevitable para muchos de los ramales de esa intrincada red que, en el siglo XIX, un geógrafo alemán bautizó como la Ruta de la Seda. Durante muchos siglos por aquí pasaron comerciantes del Tíbet, del Turkestán, de China, de Cachemira, y en sus cargamentos habría seda, pero también oro, té, algodón, especias, índigo, almizcle, brocados, que iban cambiando de mano de un valle a otro hasta alcanzar lejanos mercados. Con ellos también viajaban las ideas y las religiones. Así, en el siglo VII llegó hasta Ladakh el budismo, que asumió las antiguas creencias de la religión chamanista bon y algunos elementos tántricos hindúes.

Desde que el Tíbet fue anexionado por China ha padecido las consecuencias de la llamada revolución cultural maoísta y sufre un proceso de aniquilación cultural. Por eso Ladakh se ha convertido en un reducto de esta cultura y se ha ganado el título de Pequeño Tíbet. Así, en los alrededores de Leh es posible adentrarse en este mundo, vislumbrar una cultura que casi ha desaparecido en otros rincones del Himalaya.

Si se viaja río arriba se llega al palacio de Shey, que durante un tiempo fue la residencia de los reyes de Ladakh, antes de que se trasladaran a Leh. Allí está la estatua de Buda de bronce más grande de todo el reino. Un poco más allá, el gompa de Stakna corona un montículo desde el que se domina el perfectamente el curso del Indo. Al otro lado del río, en un valle lateral, está el monasterio de Hemis, tal vez el más importante de Ladakh. Muy temprano, en el monasterio de Tikse -que desde lejos parece una copia del Potala de Lhasa- es posible asistir a la puya, un acto litúrgico en el que decenas de monjes se reúnen para entonar cánticos y oraciones.

Desde Leh, aguas abajo, se encuentra el monasterio de Alchi, tan escondido que no sufrió los saqueos de los conquistadores del valle y conserva el mayor tesoro de pinturas murales de Ladakh. Es un prodigio de arte y espiritualidad que permaneció prácticamente desconocido hasta hace muy pocas décadas. En Basgo, sin embargo, sólo están las ruinas de un complejo monástico destruido por la guerra, el abandono y el tiempo.


KLMAir FranceQatar AirwaysCatai


DragonKailash Guest House


Ancient Futures

¿Te ha resultado interesante esta noticia?

Más noticias