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Un Lenin bohemio, cachondo y bebedor

Dominique Noguez recoge en un ensayo, con mucha ficción y datos irrefutables, el encuentro entre el tutor de la revolución y el padre del dadaísmo, Tristan Tzara

ANDRÉS PÉREZ

Zurich, 1916. Lenin y su novia viven en un piso cochambroso de la calle Spiegelgasse, invadido todas las noches por el insoportable olor de una poderosa fábrica de salchichas típica de la Mitteleuropa. A unas decenas de metros, en la misma calle, el Cabaret Voltaire da a luz una de las vanguardias artísticas más rabiosas del siglo: el dadaísmo, que invade la madrugada de jolgorio, arte y orgía. El encuentro -impensable- no sólo se produjo, sino que fue uno de los revulsivos más poderosos, tanto del revolucionario ruso-mundial como del padre del dadaísmo, Tristan Tzara.

Esa es la alucinante tesis que defiende, como hipótesis dadaísta y absurda, el libro Lenin Dadá (Ediciones Península), del autor francés Dominique Noguez (Francia, 1942). Un libro sabrosamente arbitrario, que empuja hasta el extremo un sinfín de testimonios. Frases sueltas, fragmentos de diarios íntimos y conversaciones que, efectivamente, acreditan una tesis: Tristan Tzara y Vladimir Illich Ulianov no sólo se cruzaron, sino que fueron compinches, colaboraron y crearon juntos.

Noguez es un ensayista y novelista con 40 años de provocación a sus espaldas. En París recibe ahora en los locales de una pequeña y curiosa editorial, Le Dilettante, de esas que echan picante a lo mejor del Barrio Latino parisino, y que ha asumido la reimpresión y redifusión de la obra. Pero las raíces de Lenin Dadá, traducido y publicado ahora al español, vienen de más lejos. Fue publicado por primera vez en 1989, y nada menos que en la poderosa editorial francesa Robert Laffon.

Como esa salida editorial coincidió con el derrumbe del Muro de Berlín y del comunismo soviético, el libro de la hipótesis escandalosa causó un revuelo considerable, rompió la visión oficial de un Lenin austeramente obrero, y fue aclamado por la gran revista postmoderna, Actuel!.

'Empecé a escribir el libro como una farsa, como una crítica-ficción, cuando la figura de Lenin era todopoderosa. Cuando salió el libro, el Muro había caído, y Lenin ya no era nada', explica Noguez con los ademanes del estudioso naïf, irreverente y dilentante que es. Tan diletante como enciclopédico.

El punto de partida de la coincidencia de fechas y de lugar entre el nacimiento del dadaísmo, en el Cabaret Voltaire, entre febrero y abril de 1916, y la presencia del revolucionario, es deshojado como una margarita por Dominique Noguez. Y acaba atestando la tesis de la interpenetración entre Tzara y Lenin, con un fuerte aparato de documentación y 299 notas y referencia bibliográficas sabias, perfectamente verificables y auténticas. Una precisión cuasicientífica.

'La primera etapa, probar que Lenin era un vividor, capaz de ir a los cabarets y de emborracharse, no me planteó ningún problema. Hay numerosos testimonios, sobre todo durante sus estancias en París', explica Noguez.

Efectivamente, al hilo de sus exilios por Europa antes del triunfo revolucionario en Rusia, el líder bolchevique devoto a la causa dejó rastro semisecreto por lo peorcito de los tugurios de Londres, Bruselas, Zurich y, sobre todo, París.

Lenin Dadá contiene incluso un testimonio delicioso de cómo el austero bolchevique llegó a beneficiarse de una estafa de un amigo y paisano. En las zonas de copas de République y de Place de Clichy, cambiaban las etiquetas de las botellas de champán, para poder beber los mejores caldos burbujeantes de multimillonario, pagando sólo el precio de un vino peleón malo.Pero aún quedaba lo más difícil. Si bien Lenin era bebedor, juerguista, tramposo y -como reza el testimonio de un pintor parisino- 'muy alegre, muy bueno y, en el amor, muy cochino', capaz de 'compartir mozas', eso no prueba que fuera dadaísta ni que entrara en el Cabaret Voltaire de Zurich para coinventar el dadaísmo.

Pero entonces entra en juego el talento de Noguez, que ya había cometido fechorías comparables con la vida de Arthur Rimbaud en una obra precedente. El autor rescata testimonios que prueban que Lenin, Radek y Zinoviev asomaron la nariz al cabaret vecino. Y luego asesta el golpe definitivo. El texto de un historiador prueba que Tristan Tzara reconoció 'haber intercambiado' con el revolucionario. Y una monografía sobre el movimiento cita al pintor Marcel Janco para certificar que en el Cabaret Voltaire, 'en la humareda espesa, en medio del ruido de las declamaciones o de una canción popular, hubo apariciones súbitas como la de la impresionante figura mongol de Lenin, rodeado por un grupo'.

La mente del lector ya está poseída: en la humareda espesa de un cabaret de vanguardia de Zurich, donde se codean 'pintores, estudiantes, revolucionarios, turistas, estafadores internacionales, psiquiatras, gente medio mundana, escultores y espías', se oculta Lenin. Normal que él se ocultara y no diera publicidad a sus juergas bohemias: las policías suiza y zarista tenían allí espías. Y además nuestro protagonista no podía permitirse que se conociera esa 'propensión a la vida pequeñoburguesa' que tanto criticaba a los
mencheviques.

El crédulo lector ya está rendido ante la nueva imagen de un Lenin artista, humano y vanguardista. Noguez da la puntilla. Con el pseudónimo de Señor Dolganeff, Lenin fue organizador de varias veladas. En una de ellas, entusiasmado por su propia obra y bajo los efectos del alcohol, se puso a gritar: '¡Da, da!', es decir, 'Sí, sí' en ruso. Sí a la vida, al arte y a la juerga. Había nacido el dadaísmo por boca del camarada. Todo ello perfectamente certificado en la estudiosa obra de Noguez.

La última prueba de la paternidad leninista del dadaísmo la dio Avida Dollar, es decir, Salvador Dalí. En su cuadro Alucinación parcial, seis imágenes de Lenin sobre un piano, las cabezas de Lenin y las cerezas son otras tantas alusiones al Cabaret Voltaire y a la deliciosa fruta, que Tristan Tzara incluyó en un caligrama. Secretos que sólo conocía el genio de Cadaqués.Numerosos son los estragos causados por el libro Lenin-Dadá. La interpretación de Noguez fue tomada tan en serio, que llegó a ser incluida durante unos años en la presentación que el Centro Pompidou hacía del cuadro de Dalí. 'Fernando Arrabal casi se enfadó cuando le dije que yo no me creía la tesis de mi propio libro', explica Noguez. 'Porque resulta que él sí se la cree. Hasta se ha permitido, sin citarme, retomar esta tesis durante ciertas conferencias que ha dado en Rusia', añade.

Noguez, con su libro juguetón en el que no cree, casi se disculpa: 'He hecho como ciertos investigadores deshonestos, tontos o delirantes para llevar al extremo una tesis. Una tesis que descansa sobre hechos, fechas y documentos absolutamente auténticos y de existencia verificable'. Y concluye: 'Trabajando sobre un libro-farsa en cuya tesis yo no creo, si logro contribuir al nacimiento de un leninismo-dadaísta, espero que sea como vacuna, y no como biblia'.

1 En el momento justo
Noguez concibió su ‘Lenin Dadá’ en el París de 1989. Una ciudad entonces dominada por cafés fríos de diseño duro e inhumano, donde imperaba la corriente artística del posmodernismo.

2 Escépticos y relativistas
El filósofo Jean-François Lyotard decreta el fin de todo “metarrelato”, es decir, el fin de los grandes discursos, las grandes teorías o la novela como afirmaciones de lo real.

3 Mucha parodia
Deconstrucción, pastiche e ironía al extremo. Se burlan de las referencias históricas clásicas y son la nueva biblia de la élite cultural de la capital.

4 El manifiesto
Una palabra sagrada: ‘décalé’, palabra intraducible que quiere decir a la vez ‘desfasado’, ‘despegado de la realidad’ y ‘pasado de rosca’. Todo debía ser ‘décalé’ y, efectivamente, ‘Lenin Dadá’ es la obra manifiesto de ese estilo. Imita a la perfección el estilo universitario y la escritura científica, al servicio de una tesis que parece inverosímil. 

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