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La luz y la historia de Antibes

Refugio de artistas, puerto de los cruzados, lugar de vacaciones, Antibes guarda la esencia de la historia de la Costa Azul.

ÁNGEL M. BERMEJO

A medio camino entre Niza y Cannes, en plena Costa Azul, Antibes es esa pequeña ciudad en la que Picasso encontró la alegría de vivir que le impulsó a fijar su residencia en esta región muchos años. El lugar, en cualquier caso, tiene algo de especial, un promontorio al borde del Mediterráneo, con las crestas de los Alpes sobre el horizonte. Artistas de todo tipo -pintores, pero también escritores y músicos- han hecho de Antibes su puerto deseado en donde disfrutar de los dulzores de la vida.

Antibes ha sido el puerto perfecto para todos los pueblos que, a lo largo de la historia, han navegado por este litoral luminoso. Los griegos la llamaron Antípolis y construyeron una acrópolis sobre un saliente rocoso que dominaba una rada perfecta. Desde entonces el lugar siempre ha sido uno de los enclaves comerciales más protegidos del Mediterráneo. Una fortaleza romana, la residencia de obispos o el castillo de los Grimaldi han guardado la costa.

Aquí llegó Picasso en 1946, y recibió una oferta del conservador del museo local: podría utilizar varias salas del castillo para pintar. Picasso fue feliz allí unos meses pintando, disfrutando de la vida y descubriendo los mitos griegos que llenarían sus cuadros con faunos, minotauros y tocadores de flauta. Cuando Picasso dejó la ciudad donó a Antibes una buena cantidad de obras pintadas allí, que se convertirían en la base de la colección del actual Musée Picasso. En 1966, el castillo de los Grimaldi se convirtió en la sede del primer museo dedicado a Picasso. El cuadro La alegría de vivir es el mejor reflejo de esa época.

A los pies del castillo y de la vecina catedral, se extiende el laberinto de Antibes de trazado y sabor medieval: calles estrechas que conducen por un lado a la plaza Masséna -donde las mañanas se levanta un excelente mercado provenzal, dedicado a los productos de la comarca- y por el otro directamente al mar.

Un recorrido por los bastiones que rodean buena parte de este casco histórico recuerdan los tiempos agitados del pasado, igual que el Fort-Carré -mejorado por Vauban- que ahora protege el puerto en el que anclan los barcos más lujosos del mundo. Al otro extremo del recinto, el bastión Saint-André alberga el Musée d'Archaeologie, con recuerdos de la antigua Antípolis.

En esta parte se puede iniciar una ruta marcada por paneles tras los lugares elegidos por los pintores (Picasso y muchos más) para plasmar en sus cuadros. Nueve puntos donde Monet, Meissonier, Picasso, Boudin y algunos otros instalaron sus caballetes para reproducir la luz que inunda Antibes.

Este itinerario termina en el comienzo de Cap d'Antibes, donde los pinares se entreveran con mansiones de lujo al borde del mar. Por el otro extremo de la península, Juan-les-Pins es la parte de Antibes dedicada a la playa, el casino, los yates, los anticuarios y las vacaciones. Hay algunos hoteles que conservan el glamour del periodo de entreguerras, cuando Juan-les-Pins era el centro de una vida mundana y despreocupada. Todavía conserva parte de este ambiente.


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